domingo, 20 de noviembre de 2022

Perdidos en la traducción (6)

   En 1970, Edgar Frank "Ted" Codd publicó A Relational Model of Data for Large Shared Data Banks, libro en el que exponía las ideas centrales sobre la creación y funcionamiento de las bases de datos relacionales. Por algún motivo, se sorprendió de que su empresa, IBM, no se apresurara a convertir sus planteamientos en programas funcionales, cuando, en realidad, eso se puede considerar el sello identificador de IBM. De hecho, no puso manos a la obra hasta que Oracle, basándose en el libro de Codd, comenzó a producir bases de datos comerciales. Pero la explosión de las mismas vino de otro lado. 

   En 1978, Wayne Ratliff trabajaba para el Jet Propulsion Laboratory (JPL), cuyo personal tenía por costumbre hacer una porra semanal sobre los partidos de la NFL. Aunque a Ratliff parece que no le interesaba demasiado el fútbol americano, pensó que podría superar a sus colegas generando predicciones que se basasen en las estadísticas que se publicaban sobre cada partido. Tomó entonces una vieja base de datos que se empleaba en el JPL llamada RETRIEVE y la adaptó para sus necesidades. Le dio el nombre de Vulcan por el origen del Mr. Spock de la serie Star Trek. No consta si Ratliff consiguió realmente batir a sus compañeros con sus predicciones, pero Vulcan demostró una enorme versatilidad para el desempeño de tareas diversas, tanto que los dueños de Ashton-Tate, la primera empresa en vender software por correo, se interesaron por la criatura de Ratliff, llegando a un acuerdo comercial con él. Había nacido dBase. 

   dBase escaló hasta dominar por completo el sector de las bases de datos domésticas en los años 80. Expandido primero a lomos de los ordenadores fabricados por Apple, su salto al entorno Windows le abrió la puerta de millones de hogares. En cierta medida, su popularidad lo mató. Hacia finales de los 80, los ordenadores habían dado paso en las empresas a las redes locales y con ellas llegó SQL, la tardía pero eficaz respuesta de IBM a las ideas planteadas por Codd. Los directivos de Ashton-Tate decidieron coger el toro por los cuernos y crear dBase IV, capaz de abastecer redes locales y entenderse con SQL. Sin embargo, al mercado llegó una versión desastrosamente lenta e inestable, que dejó la puerta abierta a rivales como Paradox y Clipper. Para entonces, un nuevo y más desafiante problema se hallaba en ciernes.

   Si las bases de datos habían seguido el paradigma de Codd, los lenguajes para redes cada vez más extensas que aparecieron en los años 90, habían crecido siguiendo el paradigma de los algoritmos, pues, en esencia, todo programa no constituye más que un algoritmo. En los algoritmos hay un nodo de inicio y una sucesión de pasos en forma de árbol que va escindiéndose en ramales, más conocidos como subrutinas. En consecuencia, cuando hay que tratar con datos, los lenguajes informáticos, al igual que los naturales, los entienden como objetos, quiero decir, como un nodo que se conecta con varias propiedades, campos o características. Sin embargo, una base de datos relacional como dBase, como todas las que siguen las ideas de Codd, contienen una sucesión de tablas, por ejemplo, todos los colores posibles de un coche, todos los motores posibles de un coche y todos los terminados de tapicería posibles en un coche. Cuando uno trata con objetos y aparece uno nuevo con rasgos singulares, por ejemplo, cuando uno trata el organigrama de una empresa y se crea un nuevo departamento, no tenemos más que tomar un nodo concreto y añadirle un ramal más a los que ya tenía. Pero cuando uno trata con tablas, la aparición de un objeto nuevo significa que hay que volver a reescribir todas las tablas porque hay que organizar lo contenido en ellas de otra manera. Todavía me acuerdo la que había que liar en dBase cuando, después de haber construido una base de datos y haber empezado a meter registros te dabas cuenta de que se te había olvidado especificar un campo. A cambio, buscar algo en una tabla resulta mucho más rápido y fácil que ir recorriendo todos los nodos en los que puede hallarse la información. Dicho de otro modo, acoplar programas que tomaban en consideración objetos con bases de datos que tomaban en consideración relaciones significaba perder alguno de los rasgos que hacían a unos y otras tan útiles… A menos que se encontrase otra solución.

   La solución consistió en crear lo que se llaman “motores de persistencia”. Un motor de persistencia consiste en un programa (o, como les gusta decir a los informáticos, una capa más de programación) que descompone los objetos en relaciones y que compone objetos a partir de relaciones. El motor de persistencia debe tener en cuenta la estructura del programa y la estructura de cada una de las bases de datos a las que se va a acceder desde él, de modo que si hay que incorporar una nueva base de datos, hay que añadirle líneas de código. A cambio, el usuario final puede hacer sus búsquedas y obtener resultados sin enterarse en absoluto de toda esta labor. Eso es precisamente lo que ocurre con nuestras búsquedas en Internet. La interfaz con la que buscamos, carga en la memoria RAM de nuestro ordenador un motor de persistencia que nos va a permitir acceder a datos colocados en bases de datos dispersas por todo el mundo y con estructuras dispares sin que nos demos cuenta de ello. Hasta tal punto no nos damos cuenta que los filósofos llevan tres décadas utilizando herramientas que demuestran el ridículo de uno de los principios básicos que ha movido a la filosofía durante esas tres décadas. En efecto, cualquier motor de persistencia hace cotidianamente para nosotros lo que los filósofos dieron por “imposible”, traducir entre dos lenguajes no ya con palabras o gramáticas “diferentes” o “alejados”, sino que presentan estructuras ontológicas toto caelo dispares, hasta el punto de que no existe un par de idiomas humanos que presenten una heterogeneidad semejante a la de un lenguaje basado en objetos y otro en relaciones. Por supuesto, los motores de persistencia no carecen de problemas y de desafíos por vencer, pero demuestran, en cada búsqueda que efectuamos con ellos, una funcionalidad que los filósofos vienen negando a cualquier género de traducción.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El péndulo de Peirce (2 de 2).

   Los supervivientes de la expedición a la Bahía de Lady Franklin fueron recibidos como héroes, tanto más cuanto que, en medio del frío, del hambre y de penalidades sin cuento, Greeley se había empeñado en que cargaran en todo momento con los aparatos científicos, entre ellos el péndulo de Peirce, y los cuadernos de notas con las mediciones. Fueron ascendidos y condecorados, aunque Greeley rechazó estos honores. Un mes después de su llegada, la prensa sensacionalista se cebó con la expedición removiendo truculentas historias de canibalismo que ellos negaron tajantemente aunque reconocieron haber usado carne de sus compañeros muertos como cebo para pescar piojos de mar. Lo cierto es que en el área en el que fueron encontrados no existe fauna marina o acuática de dimensiones superiores a esos piojos de mar que alcanzan como mucho los 4 cm.

   A comienzos de 1886, Peirce tenía sobre la mesa 100 volúmenes de datos en bruto sobre observaciones con péndulos que abarcaban buena parte de su trabajo desde 1880, además de los que la expedición de Greeley había aportado. Todos esos datos debían ser corregidos, normalizados, convertidos en mediciones de gravedad y de curvatura y puestos negro sobre blanco en un informe a publicar por el Coast Survey. Pero el Peirce que tenía que encargarse de ellos ya no era el joven científico que había impresionado a la Asociación Internacional de Geodesia. Su padre había muerto en 1880 y con él se había ido su paraguas protector. Por esas fechas se divorció de su primera mujer, la activista del feminismo Melusina Fay "Zina" Peirce, que lo había abandonado en 1875. Pero antes de su divorcio comenzó a frecuentar la compañía de la que acabaría siendo su segunda esposa, Juliette, de la que, por no saberse, no se sabe ni su apellido de soltera. Simon Newcomb lo denunció ante el comité ético de la Universidad John Hopkins y Peirce tuvo que presentar su carta de dimisión antes de que lo echaran en un incidente que recuerda al que viviría John Watson, el padre del conductismo, 40 años después. La sociedad bienpensante condenó al ostracismo a la pareja y la propia familia de Peirce acabaría dándole la espalda. No renunciando al “estilo de vida al que aspiramos”, en palabras de Peirce, y teniendo como único ingreso el sueldo que él cobraba del Coast Survrey, el matrimonio Peirce había iniciado una suave pendiente hacia la indigencia pues ese escaso sustento estaba lejos de hallarse garantizado. El Coast Survey, encargado de publicar los mapas de Norteamérica, había alcanzado enorme prestigio tras la guerra civil, atrayendo lo más preciado de las cabezas científicas del país. Peirce había entrado en ella como “ayudante de cálculo” bajo el auspicio de su padre que, a la sazón, dirigió el organismo desde 1867 hasta 1874. Pero Peirce asumió rápidamente funciones ajenas a la de la “calculadora humana” que se suponía que era. Su presencia en el Congreso Internacional de Geodesia se debió a una campaña de cartas enviadas a los más prestigiosos periódicos de la nación reclamando la presencia de EEUU en semejante foro por primera vez, campaña que el propio Peirce se ufanaba de haber orquestado. La fabricación de péndulos y la consiguiente contribución a la expedición a la Bahía de Lady Franklin supusieron otros tantos logros de Peirce. En 1885 había llegado a la presidencia de EEUU Grover Cleveland que incluyó en su programa la necesidad de “adelgazar” la administración y que rápidamente puso al Coast Survey en su punto de mira. A su vez, en el Coast Survey miraron hacia Peirce. Él, por su parte, absolutamente seguro de su capacidad de cálculo, por otro lado asombrosa, parece que no pensó en cómo sistematizar los datos ni en darles la estructura de un informe hasta que la inabarcable montaña de números estuvo sobre su mesa. Inició entonces un intercambio epistolar con la dirección del Coast Survey pidiendo ayuda, tiempo o permiso para tomar atajos, consiguiendo únicamente aumentar la desconfianza hacia su figura. A la ya insoportable presión se unió el hecho de que los datos del péndulo que los hombres de Greeley habían devuelto tras arrastrarlo por el hielo en su embalaje protector, había que incluirlos en el informe fuese como fuese. Ahora bien, por alguna razón, el péndulo, no el soporte, que había regresado hasta Peirce, pesaba cuatro gramos menos que el que partió del puerto de New York y los datos tomados con enorme celo por Israel mostraban discrepancias que sólo podían entenderse si, en algún momento, el aparato había sufrido congelación. Las cifras absolutamente precisas que Peirce había prometido con sus péndulos reversibles en 1876 dependían ahora de una sucesión de conjeturas que los convertían en pura especulación. Mientras pasaban los meses y Greeley calentaba a la opinión pública y a los altos cargos preguntando qué ocurría con el informe por el que sus hombres habían muerto, Peirce intentaba ganarse la vida con un curso de lógica por correspondencia, lanzaba ataques anónimos en la prensa contra la filosofía de Herbert Spencer y hasta se embarcaba en una polémica con Edmund Gurney en las páginas de una revista acerca del fundamento estadístico de la telepatía. Por fin, el 24 de abril de 1890, Peirce envió su informe. Temiéndose lo peor, la dirección del Coast Survey ordenó que lo supervisara… Simon Newcomb, el hombre cuya acusación había convertido a Peirce en un paria. Newcomb no tardó ni cuatro días en concluir que el informe no podía ser publicado por el Coast Survey porque, por alguna razón, Peirce se había dedicado a presentar primero los resultados, después las fórmulas de las que éstos se extraían, después los principios de los que se obtenían estas fórmulas y así sucesivamente hasta llegar, por último, a los datos originales, lo cual suponía “una inversión del orden lógico”. Todo el documento necesitaba ser reescrito de arriba a abajo, algo que el menguante presupuesto del Coast Survey no hacía practicable. A Peirce se le informó de que no se le renovaría su contrato y el informe jamás se publicó. Supuestamente archivado, a día de hoy se lo considera perdido.

domingo, 6 de noviembre de 2022

El péndulo de Peirce (1 de 2).

   Durante las sesiones de la Comisión Permanente de la Asociación Geodésica Internacional celebradas entre el 5 y el 10 de octubre de 1876, un joven científico norteamericano intervino para señalar que todas las mediciones con péndulos efectuadas en Europa habían incurrido en un error sistemático al no incluir en sus cálculos los leves desplazamientos producidos en el soporte por las oscilaciones del péndulo. Este tipo de errores habían acabado conduciendo a un callejón sin salida los intentos por determinar el valor de la gravedad en cada punto y, por ende, la forma exacta de la Tierra. Aunque semejantes apreciaciones generaron un acalorado debate, al final el joven norteamericano consiguió convencer a sus colegas europeos y regresó a su país con la promesa de construir un nuevo tipo de péndulos que ofrecería resultados exactos y que, en consecuencia, convertirían a los EEUU en la referencia para este género de investigaciones. Aquel joven científico que alcanzaba de este modo la culminación de su carrera se llamaba Charles Sanders Peirce y era, gracias a la intervención de su padre, el notable astrónomo y matemático Benjamin Peirce, profesor de la Universidad John Hopkins y asesor de cálculo del Coast Survey, uno de los principales organismos científicos del gobierno norteamericano. Del péndulo de Peirce acabaron construyéndose cuatro ejemplares. Con tres de ellos se efectuaron medidas en diferentes puntos del país mientras que el cuarto habría de llevarse hasta la Bahía de Lady Franklin, situada en el Ártico, allí donde Canadá casi pierde su nombre y se confunde con Groenlandia.

   Aunque en Europa se habían comenzado a construir laboratorios en los que se controlaba la presión atmosférica antes de hacer oscilar el péndulo, las anotaciones de Peirce dan cuenta de condiciones más precarias, haciendo recaer todo el rigor de las mediciones en lo que el propio Peirce pudo conseguir. Algunas de ellas incluyeron habitáculos completamente aislados, en los que la temperatura corporal del observador no tuviera incidencia sobre lo observado. Pero en otras, Peirce hasta tuvo que utilizar un cronómetro prestado por una avería del suyo. Como cualquiera que lo haya empleado sabe, de entre todos los dispositivos intrínsecamente malignos creados por el ser humano, el péndulo es el más maligno de todos los que se pueden poner en manos de un científico. Las oscilaciones de un péndulo dependen de una pluralidad de factores y, por encima de todo, del capricho del propio péndulo. Después de haber controlado las más insignificantes corrientes de aire, las más sutiles vibraciones del terreno o del entorno, las más nimias variaciones de la temperatura y absolutamente todos los factores en su instalación y manejo, un péndulo puede seguir ofreciendo resultados irregulares sin que nadie entienda demasiado bien por qué. Coloque ahora un aparatejo tan endiablado como este en el círculo polar Ártico.

   La expedición a la Bahía de Lady Franklin estuvo comandada por el teniente Adolphus Greely un hombre con el carácter necesario para liderar semejante misión pero demasiado dotado para el mando, hasta el punto de que se sorprendía cuando alguien que no fuese él decía algo que le pareciese sensato. El encargado de manejar el péndulo de Peirce sería Edward Israel, un joven astrónomo recién graduado a quien uno de sus profesores había designado para incorporarse a esta expedición. En mayo de 1881 Peirce e Israel se reunieron en un sótano habilitado por el Coast Survey para que el primero enseñara al segundo el manejo del péndulo. Del informe de Peirce sobre estas reuniones podemos colegir que, por el suelo y la construcción del edificio, no pudieron efectuar ninguna medición real, limitándose Peirce a indicarle a Irwin cómo habría de proceder en condiciones ideales. El 9 de junio de 1881, los 24 hombres de Greeley partieron hacia la estación ártica con todos su dispositivos científicos a bordo del Proteus. En medio de unas temperaturas inusualmente cálidas para aquellas latitudes, llegaron a su objetivo el 11 de agosto y, tras construir un campamento, Greeley ordenó a sus hombres iniciar las mediciones que constituían el eje de la misión mientras el Proteus iniciaba el viaje de regreso. Unos meses después, dos de los miembros de la expedición alcanzaban el punto más septentrional del globo al que el ser humano había llegado hasta entonces.

   En 1882, el barco que debía llevarles provisiones y recoger al médico de la expedición cuyo contrato vencía ese año, no pudo alcanzar la Bahía de Lady Franklin por las condiciones climatológicas. En 1883 el Proteus acabó aprisionado en los hielos cuando intentaba llegar hasta ellos y un segundo barco tuvo también que renunciar al intento. Siguiendo las órdenes, Greeley decidió mover el campamento hacia el sur, hacia un punto en el que, teóricamente, se le habrían dejado provisiones caso de que los barcos no pudieran alcanzar la base original. Sin embargo, la tripulación del Proteus, tras abandonarlo, sólo pudo dejar para Greeley y sus hombres provisiones para 40 días. Cuando éstos llegaron allí, en condiciones terribles y casi sin alimentos, no pudieron seguir avanzando y tuvieron que acampar en mitad de la nada. Con todo el mundo dando la expedición por perdida, la mujer de Greeley inició una infatigable gira por los despachos de los altos cargos del gobierno hasta que consiguió que el Secretario de la Marina enviara cuatro buques al rescate de su marido. El 22 de junio de 1884 contactaron con la expedición ¡2.000 millas al sur de la Bahía de Lady Franklin! 17 hombres, incluyendo a Edward Israel, habían muerto de hambre, de frío o ahogados. Uno había sido ejecutado por Greeley por robo reiterado de raciones de comida. Sólo quedaban seis supervivientes y el propio Greeley. 

domingo, 30 de octubre de 2022

Sobre voluntad y justicia.

   Ya he explicado reiteradas veces aquí que existe un país llamado Portugal del que los españoles deberíamos aprender mucho. Pero, por eso precisamente, porque tiene mucho que enseñarnos, hacemos lo posible por no conocerlo ni por equivocación. Nos vanagloriamos de haber visitado Praga, San Petersburgo, Venecia, Nueva York, Londres… Pero pregunten por una plaza de Lisboa o una playa del Algarve y verán. En Portugal existe una cosa llamada Conselho Superior da Magistratura, que manda tanto como nuestro Consejo Superior de Deportes, pero en su caso para los jueces. En 1974, la Revolución de los Claveles acabó pacíficamente con la dictadura de Salazar y, pese a que los jueces que ejercieron durante la dictadura continuaron haciéndolo durante los primeros años de la democracia, la Constitución portuguesa de 1976 no tuvo el menor empacho en declarar que “los tribunales son órganos de soberanía con competencia para administrar justicia en nombre del pueblo” y que “los tribunales son independientes y están sujetos únicamente a la ley”. El Conselho consta de 17 miembros, de los cuales el parlamento por mayoría de tres quintos elige siete vocales, el Presidente de la República nombra 2 y los otros ocho los eligen los propios jueces. El modelo portugués no es una anomalía en Europa, bien al contrario, sigue la pauta del sistema judicial italiano o del francés, en el que la mayoría de los integrantes de los órganos del poder judicial lo nombran los propios magistrados. Existe otro tipo de modelos, en los que dicho órgano tiene un papel puramente administrativo, pues se accede a él, como a cualquier otra plaza del funcionariado, por méritos, limitándose su poder al de sancionar a los jueces que transgredan la ley. Este año, Polonia pasó de un sistema “a la francesa” a un sistema puramente español, lo cual, de entrada, no suena demasiado bien, pero a él le han añadido un Tribunal Disciplinario que responde únicamente ante el gobierno y todo tipo de sanciones para jueces que antepongan la legislación europea a la polaca o cuestionen la constitucionalidad de la leyes nacionales.

   La Constitución española, que la hizo gente de derechas y de izquierdas pero muy sabia en comparación con lo que vino después, remitía la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a una futura ley orgánica de la judicatura dejando de facto dicha elección en manos de los jueces. La ley orgánica se fue retrasando y no vio la luz hasta 1985. Para entonces, Felipe González ya se había hartado de que los jueces le vinieran con zarandajas acerca de que las mayorías absolutas no eran óbice para saltarse las leyes cuando a uno le viniera en gana robar más de lo habitual. La ley del 85 entregaba al Congreso el nombramiento de diez de los 20 componentes del órgano de gobierno judicial y al Senado los otros diez. Todavía mejor, ni siquiera tenían que ser jueces ni fiscales, bastaba con que tuvieran “suficiente reputación en el ámbito judicial” (por ejemplo, profesores de derecho). Eso sí, para disimular un poco las cosas y que las futuras elecciones no sacaran tan suculenta presa de sus garras, establecía la necesidad de que todos ellos fueran nombrados por una mayoría de tres quintos de las respectivas cámaras. La imagen de un Felipe González que ya había abandonado la chaqueta de pana, pero que iba por Europa de progre y de legítimo heredero de la República nos evitó un rapapolvos como el que le ha caído en estos días a Polonia. Los jueces no se lo perdonaron y se cebaron con deleite en las decenas de corruptelas de las que el socialismo sembró nuestro país durante 14 años. Pero mientras el PP dejaba constancia pública, con una sonrisa, de cada acción judicial, privadamente tomaba nota de lo que estaba ocurriendo para que a ellos no les pasase lo mismo. En cuanto tuvo mayoría absoluta, el tío del bigote promovió una revolucionaria reforma judicial que, en realidad, se limitaba a decir que los miembros elegidos por las cámaras saldrían de listas promovidas por las asociaciones de jueces y fiscales políticamente orientadas, es decir, que los partidos políticos señalarían a las asociaciones de jueces y fiscales los nombres de entre quienes acabarían eligiendo a los miembros de CGPJ. Esta reforma no le gustó a nadie, salvo a las asociaciones de jueces y fiscales, claro. En 2012, el flamante ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, anunció a bombo y platillo una nueva reforma que se proponía devolver a los jueces el autogobierno con la esperanza de que éstos recordasen tal gesto de magnanimidad en los futuros juicios sobre corrupción del PP. Pero cuando el proyecto de ley llegó al Consejo de Ministros, de esa novedad no quedaba nada. Tan diluida llegó la “reforma” que nunca se tramitó. Al parecer, PP y PSOE habían alcanzado un acuerdo para renovar la cúpula del órgano y el PSOE pidió durante las negociaciones de la misma parar la futura ley, algo que el PP le concedió sin necesidad de un segundo ruego… Hasta hoy. Todos y cada uno de los integrantes del CGPJ llevan ocho años en el cargo. La prescriptiva renovación quinquenal no se ha llevado a cabo desde 2013. Cada cierto tiempo, los partidos hacen el amago de negociar, pero no negocian. Se limitan a proponer miembros inasumibles para el resto de partidos y ante la negativa de los otros, se levantan de la mesa sin más. El PP acusa al PSOE de "no tener voluntad de renovar el CGPJ", el PSOE acusa al PP de "no tener voluntad de renovar el CGPJ" y los dos acusan al tercer partido más votado de "no tener voluntad de renovar el CGPJ". Para dejar más claro de qué va todo esto, en 2020 se prohibió que los miembros en funciones del CGPJ hicieran nombramientos, “reforma” que hubo que desmontar a toda prisa unos meses después porque, lisa y llanamente, la justicia española estaba al borde del colapso. Ese año, un informe sobre el Estado de Derecho en España de la Comisión Europea subrayaba la escandalosa situación del órgano en el que se visibiliza la independencia del poder judicial y, de pasada, también ponía el acento en que “no se ha implantado una estrategia global específica de lucha contra la corrupción”. Para solucionar estos desmanes, el gobierno de Pedro “el hermoso”, amparado en las impolutas huestes de la progresía más izquierdista ha comenzado a alentar una futura reforma “a la polaca” que “desbloqueará la situación” y que se limita a quitar el obstáculo de los tres quintos para que los políticos forjen un órgano de gobierno judicial a su imagen y semejanza laminando inventos fascistoides como que en un Estado de Derecho el poder judicial debería ser independiente. Si a estas alturas Ud. tiene la menor duda de que los padres de nuestra patria están tratando de impedir que los jueces sigan persiguiendo algunas de sus corruptelas más evidentes por el procedimiento de nombrarlos ellos mismos, tengo un negocio que proponerle a propósito de un billete de lotería que no puedo cobrar. Póngase en contacto conmigo en tocomocho@todotimos.com.

domingo, 23 de octubre de 2022

¡Manolito presidente! ¡Manolito presidente!

   El día de elección del delegado de curso es uno de los días de fiesta en cualquier grupo de cualquier centro escolar. A nada se dedican con mayor entusiasmo y concentración los alumnos que a la elección de su delegado. Con dificultad se puede contener la euforia mientras se les desgranan las funciones y deberes de quien adquiera la responsabilidad. En ocasiones se postulan candidatos, algunos de los cuales llevan ya varios días haciendo campaña por lo bajinis o por boca de sus adláteres, que van convenciendo a los demás. Otras veces hay que sacarlos poco menos que por la oreja porque nadie quiere afrontar el riesgo de quedar en ridículo al no obtener voto alguno. En más de la mitad de los casos las elecciones las gana “Manolito” por mayoría más o menos aplastante respecto de alguien cabal y responsable. El “Manolito” elegido en un grupo es el calco del “Manolito” elegido en los demás. Se trata de un modelo que parece prefabricado y que se repite año tras año, curso tras curso, con escasísimas variantes de una generación a otra. Creció con la sensación de que en su casa no le prestaban la atención que merecía. A veces es verdad, se trata de familias semidesestructuradas en las que la apariencia de un hogar normal pende cada día de un hilo. El padre, ausente, en el paro de larga duración o violento cada vez que bebe, parece como si no estuviera o se desea que no esté. La madre tiene que arreglar los desmanes del marido, aportar medios de subsistencia y, con frecuencia, cuidar de padres ancianos. La atención de los progenitores se logra sólo en situaciones extremas. Ese rato en el que te acompañan para que el Jefe de Estudios comunique el último motivo de expulsión es, con frecuencia, el único momento en que se comparte algo con ellos y se anhela su repetición. A veces, la sensación de desamparo es puramente subjetiva, algo muy frecuente entre los miembros más pequeños de la familia, que siempre buscan algún modo de destacar. A veces, sin embargo, es muy difícil apreciar qué falla, porque el agotamiento moral con el que los padres vuelven del trabajo o la creencia de que teniendo dinero todo lo demás va de suyo y no hace falta pensar demasiado en los demás, sólo podría detectarse viviendo día a día lo que ese joven va absorbiendo de su entorno. En todos los casos, que el profesor se aprenda tu nombre antes que el de cualquier otro, que te dedique la mayor parte de su tiempo cada día, aunque sea para abroncarte, el paseillo triunfal camino de la jefatura de estudios, constituye un plus de atención mucho más fácil de conseguir en el aula que en casa. En cierto modo, nada de esto es culpa suya, "Manolito" es "Manolito" y eso no tiene arreglo.

   Pues bien, este “Manolito” al que todos los profesores conocen aunque no le hayan dado clase, acaba siempre como delegado o como uno de los candidatos más votados del curso. En el acto final de elección, entre aplausos al recién nombrado delegado, si no se controla mucho a los alumnos, alguien acaba gritando “¡Manolito presidente!¡Manolito presidente!” Después, "Manolito", obviamente, está siempre expulsado o falta o no acude a las reuniones importantes o acaba dejando que el subdelegado, la persona cabal y responsable, haga todo el trabajo. Nada de eso impedirá que al año siguiente vuelva a ser uno de los candidatos preferidos o, directamente, el elegido.

   Es fácil decir que los jóvenes son irresponsables, que se delega en ellos el aprendizaje del ejercicio democrático y que lo arrojan por la borda entre guasas, que no actúan con cordura o sensatez, que les falta conocimiento de lo que realmente constituyen sus intereses. Desde luego, puede considerarse que se permite que los jóvenes elijan a “Manolito” y que después se acostumbran a votar únicamente a “Manolitos” cuando devienen adultos. Pero también cabe el razonamiento inverso, que los jóvenes ven a los adultos votar a Donald Trump, a Abascal, a Berlusconi, a Boris Johnson y, claro, no hacen más que seguir dicha pauta con las copias que tienen más cercanas. Incluso puede argüirse que nos hemos vuelto todos tan descerebrados como los jóvenes que votan a "Manolito". En cualquier caso, lo cierto es que estamos acostumbramos a que nos dirijan “Manolitos” de toda índole y su inoperancia ante las crisis de un cuatrienio no impide que volvamos a votarles para el siguiente… a menos que aparezca en liza un “Manolito” más “Manolito” que el anterior. Soltamos continuamente pestes de políticos que son esto o aquello, políticos que son todos iguales, políticos que no son capaces de hacer una a derechas. Pero es que, como "Manolito", son descerebrados que no van a dejar de ser descerebrados por mucho que su cargo tenga cada vez más responsabilidad. Por tanto, la solución al problema no está en ellos, ellos no pueden solucionar nada porque no son capaces más que de estropear las cosas. La solución al problema está en una pregunta muy simple y muy elemental: ¿por qué no dejamos de votar a “Manolito”? ¿por qué no castigamos con nuestro voto a todo aquel que sabemos que ha mentido, que está mintiendo o que nos mentirá a las primeras de cambio? ¿por qué no votamos a quienes hayan probado suficientemente su integridad moral, su capacidad para dar soluciones que beneficien a todos? Si votásemos únicamente a quienes encarnaran modelos de sensatez y probidad, a nuestros políticos no les quedaría otra opción que cambiar si quisieren seguir ejerciendo cargos... Pero, claro, entonces ya no tendríamos motivos para quejarnos de ellos.

domingo, 16 de octubre de 2022

España ya no es diferente.

   Hay dos tipos de leyes en España. Las leyes que se aprueban con su correspondiente complemento presupuestario y que benefician a unos pocos y perjudican a la mayoría y las que se aprueban sin que al Estado le cueste un duro y que o no sirven para nada o acaban perjudicando a todo el mundo. Ninguna de ellas recibe demasiada preparación ni estudio. De las primeras hay pocas, muy poquitas, no vaya a ser que se equivoquen y cambie algo. Del resto, como, por ejemplo, leyes educativas, las hay a patadas. A nuestra insigne ministra Orwell, ya saben la del “Ministerio de Igualdad para todos, pero para unos más que para otros”, la Sra. Montero, se le ha ocurrido una de estas leyes geniales, la "ley trans" que pone a España en el marco de los países socialmente más avanzados como Suecia, Finlandia o Nueva Zelanda… que están pensando modificar las suyas. En esencia nuestra ley trans ha aprobado la barra libre en la elección de sexo, sin necesidad de informes médicos, psicológicos, aprobación de padres/tutores, ni zarandajas fascistoides de ese tipo. Desde los 14 años una persona puede ya inscribirse en el registro procedente y acudir a una “Clínica de afirmación sexual” donde, dada la deliberada ambigüedad de la ley, el correspondiente médico decidirá si la atiborra de fármacos o espera aún unos meses. La aprobación de la ley, en pleno verano y poco menos que a traición, ha llenado las redes sociales de mensajes contra las “personas menstruantes”, las “portadoras de agujeros delanteros”, el derecho exclusivo a llevar tampones en el bolso y cosas semejantes de un colectivo trans que parece haber olvidado las sutilezas del pensamiento queer para adueñarse por las bravas de las argumentaciones feministas reorientándolas hacia sus propios intereses. Al espanto de muchas mujeres que vuelven a sentirse avasalladas por los hombres, esta vez maquillados, lo han acusado de “feminismo institucional aliado con la ultraderecha”, es decir, de ser las huestes de una Carmen Calvo que sigue sin asumir que Pedro Sánchez prefirió a la Montero antes que a ella. No hay muchas dudas de qué van a hacer las mujeres de este país en las próximas elecciones generales. Entre la Sra. Montero capitaneando a las mujeres con pene, los delirios que suelta cada día Isabelita “la loca”, las locuras que farfulla el delirante barbudo de Vox o Pedro “el hermoso” haciéndoles guiños como si él no hubiese tenido nada que ver con la aprobación de la ley trans, no hay mucho color. Habrá que ver para qué le sirve al PSOE ganar votos si, como todo el mundo prevé, Podemas se hunde. A quien no le importa lo más mínimo es a la Sra. Montero, a la que el agradecimiento de la industria farmacéutica por liderar su emancipadora ley le dará de sobras para vivir cómodamente los próximos años.

   Hasta hace muy poco podíamos consolarnos pensando que estas leyes, redactadas de cualquier modo y aprobadas por las bravas, eran producto de la idiosincrasia patria. Sin embargo, días atrás, un ciudadano británico me advirtió que hoy se vive mejor aquí que en su país. Si por “vivir mejor” entendemos el dolor de estómago que a uno le entra leyendo el periódico en el desayuno, desde luego es verdad. Gran Bretaña, harta del sojuzgamiento de Bruselas, decidió sacudirse su yugo para seguir decididamente el camino de… Italia. Cuatro primeros ministros llevan ya en seis años y van camino del quinto. Al hombre que prometió que el Reino Unido sería una fiesta y al que, incomprensiblemente, echaron por cumplir con su palabra (al menos en su casa), le ha sucedido Lettuce Truss. La Sra. Truss, que llegó a manifestarse contra el gobierno de Thatcher, ha leído tanto en la prensa que es la nueva encarnación del viejo espíritu neoconservador, que se lo ha creído. Se rodeó de un grupo de amiguetes, tan alucinados como ella con la idea de que volvían los ochenta y, sin consultar a tirios ni a troyanos, se sacaron de la manga una propuesta para poner al país en la senda del crecimiento que recuerda a la inmunidad del rebaño pregonada en los inicios de la pandemia por el payaso Boris. El papel de médico loco lo jugaba esta vez Kwasi Kwarteng a quien adiestraron para el rol en JPMorgan. La idea era aliviar las duras cargas de los más ricos y sustituir sus sacrificadas dádivas al erario público fabricando papel. Olvidaron dos cosas, que la música que suena en la radio de los pobres indica claramente que ya no estamos en los ochenta y que fuera del paraguas protector de desmanes de la Unión Europea uno se moja. La caída de la libra, el hundimiento del bono y, como consecuencia, la amenaza de quiebra de todo el sistema de pensiones británico, obligó a una feroz intervención del Banco de Inglaterra. Creyéndose que seguía en Europa y gozaba de agua ilimitada para apagar cualquier incendio, Truss y Kwarteng resistieron una semana desafiando a los mercados, introduciendo “modificaciones” sobre su plan inicial y, por fin, diciendo “Diego” donde habían dicho “digo”. A lo largo de la semana el banco emisor informó a Truss y sus amiguetes que no, que ya no tenían liquidez ilimitada y que la manguera se cerraría este viernes cayese quien cayese. Y cayó Kwarteng. Muchos se preguntan cuánto tardará en seguirle una Liz Truss que nunca gozó del favor de los parlamentarios tories. Desde luego, visto lo visto, sí, casi mejor una ley trans, es más barata. 

domingo, 9 de octubre de 2022

El ombligo del mundo.

   Te Pito o te Henua, literalmente, "el ombligo del mundo", es una enorme piedra redonda situada en Rapanui o Isla de Pascua, aunque algunos creen que es la denominación original de aquel territorio. La isla está situada a 2.000 kilómetros de la isla más cercana y a 3.500 de las tierras continentales más cercanas, lo cual genera la primera pregunta: ¿cómo demonios llegaron los seres humanos allí? Al parecer, la colonización humana del Pacífico coincidió con un cambio climático que volvió la zona particularmente árida. La necesidad de encontrar recursos hídricos obligó a realizar viajes arriesgados cada vez más hacia el Este, a la búsqueda de zonas donde asentarse, lo cual originó arriesgados saltos de archipiélago en archipiélago. Naturalmente no existe recuento alguno de cuántas expediciones acabaron sucumbiendo antes de encontrar nuevas tierras que poblar en la inmensidad de un océano inmisericorde. Pero en el caso de Rapanui la cosa va más allá. Lisa y llanamente no hay nada a su alrededor en 2.000 kilómetros a la redonda y, por supuesto, a ras de mar, no hay el menor indicio de la existencia de la isla hasta que ya se está muy cercano a ella. Los rastros arqueológicos no permiten precisar cuándo se produjo la hazaña. Se suele situar en el siglo IX la época de la primera colonización humana, aunque algunos estudios la posponen hasta el siglo XIII. Tampoco está claro de dónde procedían los primeros habitantes. Si bien la mayoría de los estudiosos señalan que serían polinesios de las islas "más cercanas", también existe la teoría del origen sudamericano, entre otras cosas, porque los polinesios cultivaron con fruición la batata, procedente de Sudamérica. Por entonces la isla era un vergel de toromiros, con praderas de helechos y bosques de palmeras gigantes y, cabe suponer, con un amplio bioma que incluía garzas, búhos, fochas y loros. 

   La población dividió la isla en sectores, cada uno con una zona costera y una parte cultivable del interior. En la costa se situaban los lugares ceremoniales, en los que se desarrolló un culto a los antepasados que pasaba por erigirles prodigiosas estatuas de hasta diez metros de altura y cinco toneladas de peso. Labradas en piedra procedente del volcán extinguido del centro de la isla, se colocaban sobre una plataforma, en principio de madera. En un principio llevaban moños o penachos de plumas tallados en piedra de hasta diez toneladas de peso depositados sobre sus cabezas tras llegar a su destino definitivo. Finalmente, placas de coral hacían las veces de ojos para que el moai “cobrara vida”. En poco menos de 165 kilómetros cuadrados llegó a haber cerca de 900 moais, aunque algo menos de la mitad quedaron en fase de construcción precipitadamente abandonada. El traslado hasta el lugar donde quedaban plantados, las grúas o los artefactos utilizados para izarlos y colocarles el remate final, empleaba abundante madera que se sacó de los troncos de los árboles de la zona, hasta que toda la isla quedó literalmente deforestada. Una serie de investigaciones recientes han demostrado que los moais podían trasladarse de pie, haciéndolos oscilar como si caminasen. De hecho, la tradición oral de los habitantes de la isla afirmaba que los moais caminaban. Para cuando esto comenzó a ocurrir, la deforestación extrema, la caza intensiva, habían convertido el vergel original en una zona tan árida que los vientos la azotaban sin piedad de un lado a otro. Probablemente ese empobrecimiento de los recursos generó una guerra sin cuartel entre las tribus, que incluía atacar los moais del resto de tribus. 

   La sobrepoblación, la deforestación, el consiguiente cambio del clima de la isla y, como consecuencia de todo ello, las ya mencionadas guerras, sumieron a Rapanui en una crisis que facilitó las incursiones de todo tipo de enemigos y, a partir del siglo XVIII, de los europeos, que esclavizaron en masa a sus habitantes aparte de contagiarles enfermedades sin cuento. Cuando Chile se anexionó el territorio, en 1887, sólo quedaban 101 habitantes en la isla, de los cuales 12 eran hombres adultos. La clase sacerdotal, la única capaz de entender los jeroglíficos que adornan los moais y cuevas y que explican su origen y significado, había desaparecido hacía ya mucho. Necesitados de mano de obra, los chilenos permitieron la llegada de población polinesia de otras islas, que conforman la mayor parte de los que hoy se consideran habitantes “originarios” de la misma.

   El coronavirus dejó a la isla de Pascua en su situación de partida, prácticamente aislada. Sin turismo, pero también sin casos de COVID-19, el desempleo alcanzó casi al 60% de la población y el precio de los productos básicos se disparó. Sin embargo, el escaso 10% de la población que participó en el referéndum de 2021 para decidir si se volvía a reabrir al turismo, votó en contra de hacerlo, fascinados por haber logrado un aislamiento casi total de este mundo en el que tantos países anhelan parecerse a ellos… mientras practican un turismo que arrasa todo cuanto encuentra a su paso. El pasado viernes, un incendio intencionado en un pastizal se descontroló y devastó un centenar de hectáreas. Gracias a su aislamiento, los bomberos locales tardaron días en controlarlo, lo suficiente como para que el fuego devorara decenas de moais. La piedra volcánica, hecha de ceniza prensada, no soportó bien el calor del incendio y todos aquellos a los que afectó el fuego han quedado irremediablemente dañados. El mensaje que los hombres y mujeres que habitaron la isla de Pascua quisieron lanzar a sus descendientes y al mundo aniquilando su ecosistema para dar algo de orden y significado a sus vidas, se ha perdido ahora como una gota de lluvia en el océano, símbolo último, quizás, de lo que aguarda a la cultura, las esperanzas y las ambiciones de todos nosotros.