Que alguien pida un 93% de intereses por prestar su dinero constituye, desde luego, delito de usura. Pero calificar de usureros a los magnates de la industria cultural es algo así como criticar a Hitler por su mal carácter. ¿Por qué conformarse con un 93% si aún se le puede rapiñar una parte de la miseria que le queda al autor? Las editoriales españolas lo entendieron hace tiempo. Redujeron su personal a un mínimo indispensable y deslocalizaron la producción a países como Hungría, la República Checa o algún otro con costes de producción más baratos en los que niños esclavos cosen los volúmenes en que tan alegremente se habla de emancipación. El producto se envía enmaquetado, muchas veces por el propio autor, y se recupera listo para colocar en las estanterías por algo así como un euro el volumen que habrá de venderse a 25 ó 30. Por supuesto, sin numerar, no vaya a ser que el autor se ponga a ajustar cuentas y descubra que ni siquiera le han pagado su raquítico porcentaje por todo lo vendido. Algunos ha habido que, a la hora de ajustar cuentas, se han encontrado con que la editorial les descontaba 25.000 ejemplares “enviados a la crítica” literaria. Claro que la editoriales españoles son únicas en el mundo por muchas cosas, como ponerle un precio a los e-books que apenas está un euro por debajo de su versión en papel o cobrar el doble por un libro (mal) traducido al español de su precio en el idioma original. Y, desde luego, puedo asegurarles que no es por lo que cobran los traductores.
Alejandría, ¿se acuerdan de Alejandría? Bajo los Ptolomeo tuvo la mayor biblioteca de la Antigüedad. Copias de todos los volúmenes que habían pasado en un momento u otro por su puerto, colecciones enteras compradas por los reyes, prácticamente todo lo que produjo el mundo antiguo estaba en sus estanterías. ¿Cuántas lágrimas no han vertido nuestros intelectuales por lo que allí se perdió en sus diferentes incendios y saqueos? Lágrimas de cocodrilo. La moderna tecnología permite que cada uno de nosotros tengamos una biblioteca de Alejandría en nuestras casas, trillones de libros a nuestro alcance, fácilmente localizables y, con frecuencia, disponibles en varios idiomas. Ningún sabio antiguo pudo soñar siquiera con lo que nosotros podemos manejar. Todavía mejor, es gratis o, lo que es lo mismo, está al alcance de cualquiera. Un niño perdido en algún remoto poblado africano puede, con una precaria conexión telefónica, un ordenador de segunda mano y un poco de paciencia, tener a su alcance la mayor biblioteca con la que jamás soñó ser humano alguno. Si alguien quiere controlar lo que leemos, si algún fanático quiere arrojar algún libro al fuego, si el ostentador de un carguito cualquiera pretende condenar al ostracismo a cierto autor o idea, debe saber que sus intentos no podrán alcanzar a la moderna biblioteca de Alejandría que ya no está controlada por ningún mecenas, por ningún rey, por ninguna autoridad que pueda decidir su destino. Sus volúmenes no arden, no sufren el paso del tiempo, no los ataca la polilla ni el olvido. Ni siquiera la desidia de unas editoriales que se desentienden de los textos que han alcanzado su fecha de caducidad, es decir, que se han agotado, afecta a la moderna biblioteca de Alejandría. Cuanto hay en ella lo habrá, virtualmente, para siempre.
Pero ninguno de los sistemas políticos o económicos que han existido hasta hoy ha podido permitirse que haya pobres ilustrados. Por eso eMule, la moderna biblioteca de Alejandría, es la bestia negra de todos los que defienden que la cultura sólo debe estar al alcance de quienes pueden pagarla. Todos esos hipócritas que lloran por lo que significó la pérdida de Hipatia, todos esos que tratan de emocionarnos con sus tiernos recuerdos de la primera vez que se hicieron un carnet de biblioteca, todos esos que prefieren tener un euro más en sus cuentas corrientes aun a costa de tener un lector menos, tratan de convencernos de que eMule es un programa malicioso y brindan con champán cada vez que nuestros ordenadores se infectan con algún virus introducido bien sabemos todos por quién. Pero eMule es, potencialmente, el mayor proyecto educativo que la humanidad haya tenido jamás a su alcance, por mucho que lo más descargado en él sean películas porno. Si alguien está protegiendo el derecho de un autor a su libre creatividad, si alguien está protegiendo el derecho de un autor a la pervivencia de su obra, más allá de los intereses del editor de turno, si alguien está protegiendo el derecho de un autor a ser leído por cualquiera, con independencia de su procedencia o de su nivel de riqueza, ésos son quienes crearon y contribuyen a mantener eMule, es decir, los delincuentes, los piratas.