Hay dos tipos de leyes en España. Las leyes que se aprueban con su correspondiente complemento presupuestario y que benefician a unos pocos y perjudican a la mayoría y las que se aprueban sin que al Estado le cueste un duro y que o no sirven para nada o acaban perjudicando a todo el mundo. Ninguna de ellas recibe demasiada preparación ni estudio. De las primeras hay pocas, muy poquitas, no vaya a ser que se equivoquen y cambie algo. Del resto, como, por ejemplo, leyes educativas, las hay a patadas. A nuestra insigne ministra Orwell, ya saben la del “Ministerio de Igualdad para todos, pero para unos más que para otros”, la Sra. Montero, se le ha ocurrido una de estas leyes geniales, la "ley trans" que pone a España en el marco de los países socialmente más avanzados como Suecia, Finlandia o Nueva Zelanda… que están pensando modificar las suyas. En esencia nuestra ley trans ha aprobado la barra libre en la elección de sexo, sin necesidad de informes médicos, psicológicos, aprobación de padres/tutores, ni zarandajas fascistoides de ese tipo. Desde los 14 años una persona puede ya inscribirse en el registro procedente y acudir a una “Clínica de afirmación sexual” donde, dada la deliberada ambigüedad de la ley, el correspondiente médico decidirá si la atiborra de fármacos o espera aún unos meses. La aprobación de la ley, en pleno verano y poco menos que a traición, ha llenado las redes sociales de mensajes contra las “personas menstruantes”, las “portadoras de agujeros delanteros”, el derecho exclusivo a llevar tampones en el bolso y cosas semejantes de un colectivo trans que parece haber olvidado las sutilezas del pensamiento queer para adueñarse por las bravas de las argumentaciones feministas reorientándolas hacia sus propios intereses. Al espanto de muchas mujeres que vuelven a sentirse avasalladas por los hombres, esta vez maquillados, lo han acusado de “feminismo institucional aliado con la ultraderecha”, es decir, de ser las huestes de una Carmen Calvo que sigue sin asumir que Pedro Sánchez prefirió a la Montero antes que a ella. No hay muchas dudas de qué van a hacer las mujeres de este país en las próximas elecciones generales. Entre la Sra. Montero capitaneando a las mujeres con pene, los delirios que suelta cada día Isabelita “la loca”, las locuras que farfulla el delirante barbudo de Vox o Pedro “el hermoso” haciéndoles guiños como si él no hubiese tenido nada que ver con la aprobación de la ley trans, no hay mucho color. Habrá que ver para qué le sirve al PSOE ganar votos si, como todo el mundo prevé, Podemas se hunde. A quien no le importa lo más mínimo es a la Sra. Montero, a la que el agradecimiento de la industria farmacéutica por liderar su emancipadora ley le dará de sobras para vivir cómodamente los próximos años.
Hasta hace muy poco podíamos consolarnos pensando que estas leyes, redactadas de cualquier modo y aprobadas por las bravas, eran producto de la idiosincrasia patria. Sin embargo, días atrás, un ciudadano británico me advirtió que hoy se vive mejor aquí que en su país. Si por “vivir mejor” entendemos el dolor de estómago que a uno le entra leyendo el periódico en el desayuno, desde luego es verdad. Gran Bretaña, harta del sojuzgamiento de Bruselas, decidió sacudirse su yugo para seguir decididamente el camino de… Italia. Cuatro primeros ministros llevan ya en seis años y van camino del quinto. Al hombre que prometió que el Reino Unido sería una fiesta y al que, incomprensiblemente, echaron por cumplir con su palabra (al menos en su casa), le ha sucedido Lettuce Truss. La Sra. Truss, que llegó a manifestarse contra el gobierno de Thatcher, ha leído tanto en la prensa que es la nueva encarnación del viejo espíritu neoconservador, que se lo ha creído. Se rodeó de un grupo de amiguetes, tan alucinados como ella con la idea de que volvían los ochenta y, sin consultar a tirios ni a troyanos, se sacaron de la manga una propuesta para poner al país en la senda del crecimiento que recuerda a la inmunidad del rebaño pregonada en los inicios de la pandemia por el payaso Boris. El papel de médico loco lo jugaba esta vez Kwasi Kwarteng a quien adiestraron para el rol en JPMorgan. La idea era aliviar las duras cargas de los más ricos y sustituir sus sacrificadas dádivas al erario público fabricando papel. Olvidaron dos cosas, que la música que suena en la radio de los pobres indica claramente que ya no estamos en los ochenta y que fuera del paraguas protector de desmanes de la Unión Europea uno se moja. La caída de la libra, el hundimiento del bono y, como consecuencia, la amenaza de quiebra de todo el sistema de pensiones británico, obligó a una feroz intervención del Banco de Inglaterra. Creyéndose que seguía en Europa y gozaba de agua ilimitada para apagar cualquier incendio, Truss y Kwarteng resistieron una semana desafiando a los mercados, introduciendo “modificaciones” sobre su plan inicial y, por fin, diciendo “Diego” donde habían dicho “digo”. A lo largo de la semana el banco emisor informó a Truss y sus amiguetes que no, que ya no tenían liquidez ilimitada y que la manguera se cerraría este viernes cayese quien cayese. Y cayó Kwarteng. Muchos se preguntan cuánto tardará en seguirle una Liz Truss que nunca gozó del favor de los parlamentarios tories. Desde luego, visto lo visto, sí, casi mejor una ley trans, es más barata.
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