El protagonista de la noticia es un esforzado trabajador. Digo "un esforzado trabajador", porque para mí es un misterio. Si ejercer de senador, de alcalde, de diputado, ya sea nacional, autonómico o provincial, es tan duro, tan extenuante, ¿cómo puede haber super héroes que compatibilicen dos de esos cargos? ¿Qué capacidad de trabajo, qué nervios de acero para soportar esa doble responsabilidad hay que tener? ¿Cuántas horas de sueño perderán diariamente esos prohombres de la patria? Es lógico, por tanto, que, cuando les dan las vacaciones, sientan ganas de desfogarse un poco. Eso le pasó a nuestro currante. Era la última sesión del Senado y, juntando los ahorrillos de la legislatura, se fue a celebrarlo con una mariscada. Una cosa llevó a la otra y las dos lavaron la ropa, así que terminó a las cinco de la mañana en el reservado de una sauna. Como buen pueblerino, ignoro qué se hace a las cinco de la mañana en el reservado de una sauna. Debió ser algo que iba contra los principios morales de este buen hombre pues, indignado, la emprendió con el mobiliario. Naturalmente lo echaron, de modo que se fue a una comisaría a pedir a la policía que arrestara al infame personal de la sauna. La policía se le puso borde con que primero debía presentar una denuncia y, claro, la emprendió a guantazos con ellos. Cuando llegaron refuerzos, fue su hijo el que salió en su defensa, golpeando a los recién llegados. Al intentar esposarlo dicen que le oyeron gritar: "¡a mí no me detiene ni la Guardia Civil!".
A la mañana siguiente, mejor dicho, a la tarde siguiente, ya más sereno, declaró a la prensa que "todo había sido un incidente sin mayor trascendencia" y que "le podía haber ocurrido a cualquiera". Lo de "un incidente sin mayor trascendencia" lo entiendo. Quiere decir que los policías y los empleados de la sauna pueden descansar tranquilos, no va a tomar represalias contra ellos. Lo de que le podía haber pasado a cualquiera, lo entiendo menos. Yo ya ni me acuerdo de qué era una mariscada. Cuando veo una gamba en mi casa, le canto por bulerías. En lo que respecta a la sauna, ya he explicado que soy de pueblo. Pero lo de la policía.... Recuerdo haber estado borracho, recuerdo haber estado muy borracho, recuerdo haber estado tan borracho que ni lo recuerdo, he llegado a estar tan, tan borracho, que prefiero no recordarlo. No obstante, por muy borracho que estuviera, nunca se me ocurrió levantarle la mano a un policía. Debió ser por algún sabio consejo que me inculcaron mis padres.
A lo mejor, lo que este señor quería decir es que "le podía haber pasado a cualquiera de nosotros". Ven Uds. eso sí que lo entiendo. Le pasó a aquel fiel luchador contra el botellón, que se durmió al volante de su coche, esperando que el semáforo se pusiera en verde (el cansancio de un trabajo extenuante como ya he dicho). Le ocurrió a cierto parlamentario al que, la noche de las elecciones, los periodistas le gritaban: "¡señor diputado! ¡señor diputado! ¡levántese del suelo que mañana tendrá que hacer declaraciones!" Le ha sucedido, en la última feria de Sevilla, a un exministro cuando unos policías locales trataron de impedirle que se colara en el aparcamiento VIP. También le ha pasado a muchos despistados. Al concejal de tráfico de una localidad sevillana, lo pillaron conduciendo sin haber tenido nunca carnet. Su excusa causó sensación: "es que el coche era de mi mujer", dijo. De este género es también el despiste que llevó, a cierto parlamentario, a pagar la factura de un puticlub con la tarjeta Visa Oro del partido. Eso, por no mencionar el buen corazón de un alto cargo autonómico que, para ayudar "a unas pobres criaturitas" (les juro por Snoopy que así lo declaró en una entrevista), las incluyó en expedientes de regulación de empleo de empresas para las que nunca habían trabajado. Aunque, para buen corazón, el de su jefe máximo, que tras más de veinte años de presidente de la Autonomía, declaraba tener en el banco alrededor de 2.000 €. O el espíritu de sacrificio de aquel eurodiputado, que se negaba a viajar en clase turista porque, por las cuentas que él hizo antre la prensa, tenía que coger cada día el avión para ir de su casa al trabajo.
Después dicen los del 15-M que no nos representan. Yo estoy con Savater, "¡pues claro que nos representan!" Nos representan el espectáculo diario del nepotismo, la bajeza moral y la chulería. Nos representan la farsa de una democracia más válida para unos que para otros. Representan para nosotros el bochornoso espectáculo de una gestión pública convertida en el compadreo de cómo se van a repartir las mariscadas, los reservados de las saunas y las incompatibilidades. Están continuamente representándonos una ópera bufa delante de nuestras caras y encima nos exigen que aplaudamos en el entreacto que se produce cada cuatro años. Es lógico que los seguidores de Voltaire defiendan este tipo de representación política. También él se solucionó la vida gracias a un chanchullo. Pero si se lee en los libros de historia, se podrán encontrar los nombres de una serie de políticos que fueron capaces de hacer pactos de Estado más allá de lo que eran sus intereses electorales del momento. Personas capaces de sentarse a consensuar documentos, nombramientos, una Constitución entera con quienes los persiguieron. Pusieron las bases para un país que debía regirse por normas nuevas, normas que nunca antes habían funcionado en él, normas que eran un prodigio de equilibrio entre posturas que durante más de un siglo llevaron a la armas a sus defensores.
Lo que los libros de historia no les contarán es dónde radicó la clave de todo. Y la clave de todo estuvo en que, aquellos políticos, no eran mejores que los actuales, ni más honrados, ni más inteligentes. Tenían, eso sí, algo de lo que carecen éstos, miedo a la calle. Los políticos de la Transición vivieron bajo la perpetua espada de Damocles de que todo se les fuese de las manos, que las reivindicaciones de la ciudadanía los desbordasen, que el pueblo tomaran la iniciativa antes de que ellos alcanzaran sus pactos. Regenerar la clase política depende, pues, de nosotros. Pasa, simplemente, por volver a insuflarles aquel miedo fundacional.