Me he pasado cuatro entradas viajando por el mundo de las ideas porque cuando me fui no parecía ocurrir nada o, por lo menos, nada nuevo y no me gusta repetirme. Ahora que he vuelto todo el mundo me dice que han pasado muchas cosas, que se han producido acontecimientos históricos y que el mundo ha cambiado. Lo dudo mucho. Verá, si es Ud. español y ya ni se da cuenta de cuando le aparecen canas nuevas, recordará a un torero llamado Curro Romero. Desde que figura en mi memoria era el torero que participaba en más festejos a lo largo del año. Levantaba pasiones, había quien lo amaba y quien lo odiaba, pero entre unos y otros agotaban las entradas en cuanto se ponían a la venta. El día en que a Curro Romero le salían su toro, reventaba la plaza, toreaba como ningún otro. Eso sí, tenía que ser un toro como él quería, cuando él quería y del modo en que él quería, esto es, a lo sumo una vez cada dos o tres temporadas. En la mayoría de las corridas le faltaba brazo para alejar la muleta de su cuerpo, hubo algunas en las que se negó a salir del burladero y en más de una ocasión mató al toro pinchándole en la barriga. Lo habitual es que el paseíllo final lo hiciera entre una lluvia de almohadillas y otros objetos arrojadizos. Cuando me dieron la noticia de que se iba a retirar, pregunté: “¿todavía más?” No he podido evitar repetir la misma pregunta cuando me comunicaron que Gran Bretaña había decidido salirse de la Unión Europea: ¿todavía más? La mayor concesión que han hecho los británicos a Europa fue adoptar el sistema decimal en lo referente a las monedas. Todo lo demás tuvo que contar siempre con la excepción británica, tan apegados a sus fueros y sus costumbres. Cada vez que Europa ha intentado avanzar, aunque sea mínimamente, por el camino de una mayor integración, ha tenido que vérselas con la obstinada oposición británica, cada vez que se ha intentado abandonar el camino marcado por Washington, los británicos han estado ahí para torpedear tales intentos, cada vez que se ha dado un paso ridículo por hacer de Europa algo más que un simple mercado, Gran Bretaña ha mostrado sus garras para defender su insularidad. La única razón por la que ha permanecido hasta ahora en la Unión Europea ha sido porque en ella estaba Francia, su eterno rival y enemigo, con la que le unen odios ancestrales.
La Unión Europea constituye el objeto del 44% de las exportaciones del Reino Unido; uno de cada cinco empresarios británicos está dispuesto a deslocalizar su negocio con algo tan simple como saltar el Mar de Irlanda e irse a Dublín; alrededor de 1,2 millones de británicos residen en la Unión Europea, entre ellos más de sesenta mil jubilados en España, y unos tres millones de europeos residen en las Islas, entre ellos el 14% del total de su personal sanitario (unas 130.000 plazas que tendrán que cubrir de alguna otra manera); el viejo truco de operarse en España durante las vacaciones porque en Gran Bretaña el seguro no cubre ese tipo de intervenciones se acaba; problemas zanjados, como la independencia de Escocia, el conflicto de Irlanda del Norte o el estatus de Gibraltar, se reabren ahora con fuerza; el cisma se convierte en el horizonte de los dos partidos mayoritarios, mientras los extremistas del UKIP avanzan; los incidentes racistas de multiplican con objetivos que no se restringen a los ciudadanos europeos, africanos, asiáticos, miembros de la Commonwealth en general se ven ahora afectados, mientras los tabloides sensacionalistas, que tanta culpa tienen de todo esto, callan; han sido los mayores quienes han decidido el destino de sus jóvenes los cuales, por otra parte, no fueron a votar... ¿Estos son los logros que querían conseguir saliéndose de la UE? ¿Esta es la democracia que los británicos quieren defender frente a la burocracia de Europa? ¿la democracia en la que se vota con el corazón y no con la cabeza? ¿la democracia en la que sólo se defiende una de las posturas ante un referéndum porque quien defiende la otra lo hace con la boca pequeña y mirando hacia otro lado para que nadie lo identifique? ¿La democracia de Eton?
David Cameron, al que no pocos historiadores apodarán “el tonto”, ha dicho algo enormemente sensato: la culpa del Brexit la tiene Europa. Es verdad, la culpa es de Europa, no hemos debido dejar que se fueran, deberíamos haberlos echado en el momento mismo en que Margaret Tatcher paseó su bolso euroescéptico por Bruselas. A ella y no a los húngaros o a los polacos, habría que haberle dicho que ya no hay lugar para fascistas en Europa y que jugase con las reglas de todos o se fuese. No se hizo y hemos llegado a esto. Ahora los británicos quieren irse pero sin marcharse, abandonar la UE pero sin dejar de estar en ella, acceder al inmenso mercado continental pero levantando murallas en sus fronteras. Sí, puede que, después de todo, estemos ante un momento histórico, pero no porque los británicos se hayan ido, sino porque, por fin, el resto de europeos podremos avanzar en la construcción de este proyecto único en la historia llamado Europa. Mucho me temo, sin embargo, que no nos lo van a permitir. Lo que ha ocurrido en Gran Bretaña va a crear toda una escuela de epígonos, de esos que aman las alambradas, las cámaras de vigilancia y las torretas con ametralladoras. Probablemente han descubierto el más terrible secreto guardado en el corazón mismo de nuestras democracias. Y es que, la razón por la cual se permitió que el poder residiera en el pueblo, no radica en la bondad de nuestros gobernantes, ni en el progreso de la razón ilustrada, ni en todas esas excusas que rezuman nuestros libros de historia. Se permitió que el poder residiera en el pueblo porque se descubrió lo extremadamente fácil que es hacer que el pueblo quiera lo que sólo le interesa a unos cuantos, en particular, a unos cuantos políticos que prefieren ser gobernantes en un país arruinado antes que ciudadanos corrientes en un país próspero.