La cuestión no está en si los talibanes van a hacer lo mismo que hicieron entre 1996 y 2001. La cuestión es cuándo lo van a hacer y cómo. Ha costado siete rondas de negociación con EEUU para convencerlos de que no resultaba pertinente entrar a sangre y fuego en Kabul. La guerra relámpago que los ha llevado hasta la capital sólo ha existido en los medios de comunicación. El modo de ir sumando provincias a sus conquistas ha consistido, una y otra vez en lo mismo: enviar una delegación de hombres prominentes a la capital y negociar su rendición. Conforme avanzaban, sin desgaste militar alguno, las posibilidades de resistencia disminuían y así han llegado a apoderarse de la práctica totalidad del territorio casi sin efectuar un solo disparo. El ejército afgano, como la democracia afgana, como el Estado afgano, como la administración afgana, existían en el sentido occidental del término, quiero decir, en imágenes. En los momentos de mayor presencia de la misión internacional, el gobierno de Kabul llegó a controlar la mayoría de las grandes ciudades. El territorio donde vive la práctica totalidad de la población, jamás dejó de pertenecer a los talibanes. Su presencia, tal vez, se mimetizó con el paisaje, pero los mismos clanes que ahora aparecen como el grueso de sus fuerzas, vendían piedras preciosas a los soldados de la coalición internacional cuando ésta hacía alardes de potencia de fuego. Decir que han mostrado resiliencia, resistencia o cualquier cosa parecida, resulta poco menos que un esfuerzo denodado para no entender nada. A la inversa, tampoco tiene mucho sentido preguntarles por el modelo de Estado que tienen en mente. En los cinco años que controlaron la práctica totalidad del país, no hubo nada así como la puesta en práctica de una política, un ideal de gobierno y, mucho menos, una administración talibán. Básicamente se limitaron a hacer gala de su presencia militar, imponer unas pautas morales/religiosas y poca cosa más. Ni siquiera intentaron desarrollar una Hacienda, una red de enseñanza o una policía. Lo más parecido a una política de Estado consistió en el control de los cultivos de opio, que alcanzaron su mínimo en este período. Por tanto, la incógnita, la gran incógnita del nuevo gobierno talibán no consiste en si volverán a lapidar a las mujeres violadas, que, por supuesto, lo volverán a hacer, la incógnita consiste en si el nuevo lavado de cara que les ha dado el servicio secreto pakistaní, que ha incluido el diseño de un enemigo mucho temido por Occidente que los talibanes como el ISIS-K, incluye también desarrollar un plan de gobierno que difiera de las monarquías medievales europeas.
Como dijimos, los servicios secretos pakistaníes, se han preocupado de que los talibanes negocien directamente con EEUU e, incluso, con China, con quien Pakistán está viviendo una luna de miel que, más tarde o más temprano, acabará rompiendo el control de Pekín sobre una parte de Cachemira. Esa negociación con China (“conversaciones exploratorias” se la llamó), duró en su última fase cuatro días y culminó una larga serie de contactos encubiertos que Pakistán se molestó en promover para que Pekín diera el visto bueno a sus planes en el país vecino. A nadie se le escapó que otorgaron a los talibanes la acogida en la comunidad internacional, pero tampoco a nadie se le debió escapar el recelo de las autoridades chinas, que no saben de quién deben sospechar más, si de los talibanes o de sus actuales socios preferenciales pakistaníes. En cualquier caso, estas conversaciones dejaron claro que en la nueva llegada de los talibanes al poder no ha intervenido únicamente el ISI, sino que el gobierno de Imran Kahn la ha hecho suya. Mucho más difícil resulta decidir si a él se deben los nuevos odres en los que se ha vertido el viejo vino talibán o si se limita a interpretar el papel que le han adjudicado. En la mayoría de los países, cuando el gobierno no está de acuerdo con el comportamiento de los servicios secretos, se cambia a su director. Pero en Pakistán, si el gobierno no está de acuerdo con el comportamiento de los servicios secretos, su director cambia al gobierno. En cualquier caso, mucho más difícil les va a resultar a unos y a otros convencer a Putin de las bondades del nuevo gobierno de Kabul. El hecho de que Rusia haya llegado a un acuerdo de venta de armas con la India envía una señal muy clara a sus supuestos aliados de Islamabad. Porque India está rearmándose y está rearmándose como no lo había hecho desde hace décadas. Esa fue una de las condiciones que le puso a EEUU para aceptar el acuerdo norteamericano con los talibanes, que dieran luz verde a sus propuestas de compra de armas, que les permitieran abastecerse en otros mercados y, de postre, compartir los datos obtenidos por satélite que les pidiesen. EEUU, deseando salir de Afganistán cuanto antes y como fuese, no sólo aceptó esas condiciones, sino que les ha adelantado el dinero para que compren a su industria armamentística drones de última generación. Al fin y al cabo, en Washington comienzan a ver a la India como un contrapeso militar a China, lo cual, de rebote, deja a Pakistán fuera de juego en la cuestión de Cachemira a los ojos norteamericanos. Mientras tanto, mientras el gobierno de Modi se deleita en sus sueños de poderío militar en la región, su pueblo se muere de Covid y Occidente ha tenido que acudir con donaciones de material sanitario para tapar los agujeros que el dinero destinado a armas ha ido dejando aquí y allá.
Queda una última incógnita sobre el futuro gobierno talibán. Como siempre, como ha venido ocurriendo desde toda su historia, tampoco ellos controlan todo Afganistán. El inaccesible valle de Panjshir, a 120 Kilómetros de Kabul, ha vuelto a quedar en manos de milicias tayikas a las que se han unido las pocas unidades del ejército afgano con voluntad de combate. Desde luego, a los talibanes les importa bastante poco esta minucia y ni las milicias tayikas ni sus refuerzos militares tienen capacidad de combate ni interés en marchar sobre la capital. Sin embargo, parece muy poco probable que sean los talibanes los únicos que han aprendido que aguantar las circunstancias adversas abre las puertas de la victoria. Seguro que los tayikos también saben que en cuanto los talibanes se conviertan en una molestia para cualquier país, vecino o no, comenzarán a afluir dinero y armas y ya tienen las cañas puestas, para cuando el río lleve aguas revueltas. Mientras tanto, mientras todas estas constelaciones geopolíticas se mueven a su alrededor, pocos, si acaso algún ciudadano de a pie de Afganistán puede otear el futuro con algo de esperanza. Llevan medio siglo sin más paz que la de los muertos, han visto pasar por sus caminos soldados de todas las partes del mundo, han contemplado la pantomima de una democracia de la que difícilmente habrán entendido algo más que los gritos y la corrupción y, finalmente, constatan la vuelta de quienes nunca se fueron. Ellos, sus desencantadas miradas, y no el caos del aeropuerto de Kabul, son el testimonio de nuestro fracaso.