Dado que vamos a hablar de casualidades, emplearemos nombres supuestos cuya coincidencia con la realidad será, pues eso, pura casualidad. Javier Benjumea fundó Abengoa, empresa dedicada a la obra civil en 1941. Durante años supo dónde debía estar para crecer de modo continuado. Cuando los tiempos comenzaron a cambiar, Abengoa demostró estar dispuesta a montarse a lomos de la historia y no, como muchas otras empresas sevillanas, a levantar diques contra ella. Si, por ejemplo, hubiese habido noticias de que un joven abogado de la tierra había sido nombrado secretario general de un partido histórico, aunque en aquellos momentos ilegal, se hubiesen puesto todas las facilidades para que se entrevistase con Don Javier. De este modo si un día ese joven llegara a ser presidente del primer gobierno socialista de la democracia, Abengoa estaría en el saco de las empresas que se internacionalizaron con él. Aún más, el triunfo del socialismo en España es, casualmente, coetáneo con la fundación de Abengoa Solar, filial que aprendió los secretos de su oficio gracias a su colaboración con el Instituto Weizmann, auténtico MIT de Israel.
Hacia finales del siglo XX, bajo el mando de la segunda generación familiar, ciertas operaciones de Abengoa con una de sus filiales acabaron despertando el interés de la Fiscalía Anticorrupción y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Si uno fuera malpensado, imaginaría que la empresa echó mano de sus contactos políticos y que éstos le indicaron que ese favor era bastante considerable, es decir, que tenía que subir el nivel de los favores que les estaba haciendo. Yo, como no soy malpensado, me limitaré a indicar que, casualmente, el caso se archivó sin mayores consecuencias y que, a partir de esa fecha, Abengoa decidió abrir su consejo de administración a personas no pertenecientes a la familia Benjumea. De este modo entraron en él “consejeros independientes”. Casualmente estos consejeros tenían apellidos conocidos, había un Polanco, un Borbón, un Sebastián... Además se contrató a una Chaves y la empresa se convirtió en cliente de Equipo Económico, dirigida en aquel entonces por un tal Montoro. Si Ud. se sorprende de que familiares de políticos de izquierda, de derecha y “de arriba”, se sentaran en amor y compaña en un consejo de administración es que ignora la Regla Número 1 que rige este mundo, a saber, todo lo que la política (aparentemente) desune, lo une (realmente) el dinero.
Vamos a imaginar ahora un país. Es un país un poco peculiar. Tiene petróleo para dar y repartir, por tanto es rico. Precisamente por ser rico atrae a gran número de empresas que disparan el consumo eléctrico. Pero nuestro país no refina el petróleo que exporta, con lo que sus posibilidades de aumentar la producción eléctrica pasa por las energías alternativas. Es un país soleado, aunque también arenoso y no hay peor enemigo para las placas solares que las tormentas de arena. Le pondremos un nombre fantástico a este país imaginario, por ejemplo, Abu Dhabi. Si un país de este género existiese, desde luego, atraería el interés de Abengoa Solar y pondría a funcionar toda su maquinaria de contactos, a la izquierda, a la derecha y arriba, para entrar en ese jugoso mercado. Habría algunos inconvenientes, entre los cuales, el sello hebreo de sus primeros pasos no sería el menor. Entiéndasenos, aquí debe aplicarse otra vez la Regla Número 1. Judíos y musulmanes se matarán y se habrán matado mucho a lo largo de la historia, pero nunca han dejado de hacer negocios si las dos partes salían beneficiadas. Eso sí, en ningún papel en manos de uno debía figurar el nombre del otro y mucho menos, como en el caso de Abengoa Solar, hacerlo constar casi en la presentación de su página web. Por tanto, Abu Dhabi pidió contrapartidas por abrirle las puertas a Abengoa. Obviamente no se las pidió a la empresa en cuestión a la que considerarían poco menos que los albañiles que venían a hacerles las chapuzas. Se las pedirían a quienes la habían recomendado.
El año 2007 es el año del Real Decreto que regulaba las energías renovables en España. Casualmente es el año de la firma del memorando para la colaboración entre España y Abu Dhabi, entre otras cosas, en materia de energías renovables. Casualmente, también, el Real Decreto contenía un error significativo. Subvencionaba generosamente a las empresas dedicadas a la energía solar no por suministrar potencia a la red eléctrica, sino por el simple hecho de instalar placas solares. El resultado fue que este país se llenó de placas solares. Fuimos el país con más metros de placas solares per capita del mundo. Eso sí, la contribución de la energía solar a la producción de electricidad se mantuvo prácticamente estable. La mayoría de los parques fotovoltaicos españoles no estaban conectados a la red eléctrica. No había incentivos para ello. Se instalaron placas solares por el mismo motivo por el que se sembró lino, por las subvenciones, no para producir electricidad. Así es como la empresa Masdar, ligada al fondo de inversión de Abu Dhabi, sembró de placas solares media España pese a que era incapaz de desarrollar proyectos en su propio país. De hecho, para la gran instalación solar en tierra de los Emiratos Arabes, Shams-1, necesitó la colaboración de la francesa Total y, casualmente, la española Abengoa Solar.
Alguien maledicente podría ver aquí un claro ejemplo de expolio del patrimonio público, pues las subvenciones con dinero del Estado fueron a parar a un fondo de inversión extranjero con objeto de favorecer los intereses de una empresa privada (y, obviamente, nunca sabremos quién puso más dinero en su lado de la balanza). Sin embargo, mi intención no es demonizar Abengoa. Abengoa es, simplemente, una gran firma haciendo negocios como éstas suelen hacerlos. En este país es normal que las leyes se redacten al dictado de las compañías, hasta el punto de que algún que otro anteproyecto de ley ha comenzado a circular todavía con el membrete de la empresa que lo redactó en sus páginas. Aún más, la apuesta de Abengoa por las energías renovables la ha conducido a múltiples batallas contra enemigos mucho más grandes y mucho menos honestos que ella: las empresas petrolíferas.