Javier Imbroda entró en mi radar cuando el equipo de baloncesto del Caja de Ronda se fusionó con el Mayoral Maristas para crear Unicaja. Muy pronto se vio sobre las canchas algo que iba más allá de las tácticas, estrategias y eso que ahora se llama “una filosofía”, se trataba de una actitud, de lo que los americanos llaman una "ética de trabajo". Unicaja, de la mano de Imbroda, a veces perdía, a veces ganaba, pero demostraba tenacidad, espíritu de sacrificio y trabajo colectivo sin por ello aburrir al espectador. Poco a poco el equipo de Málaga se ganó justa fama de bien gestionado y bien dirigido. Imbroda le confirió un molde que ahora, muchos años después, todavía se le puede reconocer al equipo, siempre entre los primeros de la competición nacional, siempre en Europa, defendiéndose como puede contra equipos, como el Real Madrid, que, como poco, cuadriplican su presupuesto.
Resultaba difícil no sentir simpatía por Imbroda, modesto en las victorias y con la cabeza alta en las derrotas, sin abroncar a nadie, sin un desplante para la prensa, sin una mala palabra y sacando lo mejor de sus jugadores. Sus decisiones solían regirse por el más estricto sentido común, nada de genialidades técnicas incomprensibles. Era lo contrario de un entrenador estrella. Con sus formas, con sus modos, con su modelo de trabajar poco había en él que le resultara atractivo a los grandes equipos, así que su siguiente fichaje le llevó a Sevilla. Aquí tomó las riendas de un equipo cuya existencia el próximo año nunca ha estado demasiado clara y lo llevó al subcampeonato liguero y a la final de la Copa del Rey. Pocos podían criticar a este hombre que fue nominado dos veces mejor entrenador del año. En 2.001 se convirtió en seleccionador nacional. A Turquía se llevó una panda de jovenzuelos que acababan de asomarse a la selección española, igual les suenan: Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, Raül López... Perdimos con los dos equipos que acabaron estando por delante de nosotros, Turquía y Yugoslavia, y quedamos terceros dejando a una estrella consagrada de la NBA como Dirk Nowitzki en cuarto lugar del campeonato. Sin embargo, las cosas en el mundial de 2.002 no fueron demasiado bien. Le ganamos a la Yugoslavia, campeona de Europa y que acabaría proclamándose campeona del mundo pero perdimos con Puerto Rico. En cuartos de final Nowitzki y los suyos se tomaron la revancha y nos alejaron de las medallas. Nos encontramos entonces con otro equipo de extraña trayectoria, nada más y nada menos que los anfitriones, EEUU, que venían de perder contra Argentina y contra Yugoslavia. Durante buena parte del encuentro todo siguió la pauta esperada, con ambos equipos sin ánimos para nada, los americanos intentaban lavar su mala imagen y España les dejaba hacer. Llegaron a tener 16 puntos de ventaja en el tercer cuarto. Entonces, esta generación única, decidió que ellos no habían llegado a la selección para repetir lo que otros hicieron, sino para cambiar la historia. Navarro se echó el equipo a la espalda y, los americanos, deseando que terminara todo aquello, no supieron dónde refugiarse. Acabaron perdiendo e Imbroda consiguió, en un mundial bastante penoso, la primera victoria de nuestro baloncesto sobre el todopoderoso equipo de los EEUU. Lógico pareció entonces su paso por el banquillo del Real Madrid que terminó con este equipo fuera de los playoffs. Otros hubiesen continuado en el circuito de los entrenadores viviendo de glorias pasadas y esperando que volviese a sonar la flauta para acrecentar su palmarés. Pero él decidió que había llegado la hora de afrontar nuevos retos y se convirtió en comentarista de televisión.
Daba gusto oírle comentar los partidos, sin criticar jamás a nadie, señalaba de un modo extremadamente didáctico todos aquellos aspectos que los técnicos suelen tener en cuenta y que escapan al ojo del aficionado. También aquí podía haber permanecido por muchos años, pero le llamaron para rescatar al equipo de Valladolid del descenso y allí que acudió. Consiguió la deseada permanencia un año, pero no al siguiente y tampoco tuvo suerte en la tentativa de permitir que el ViveMenorca escapara al mismo destino. Entonces decidió que ya había aportado todo lo que podía al baloncesto y entró en otro mundo, el circuito de los conferenciantes para empresas, ésos que enseñan a hacer equipos, a construir liderazgos, a optimizar rendimientos y todas esas cosas que, en realidad, importan un pimiento en la vida de una empresa española. De ahí pasó a vender ese humo llamado coaching y de vender humo a la política, como todo el mundo sabe, apenas si hay un paso. Pudo haber ingresado en el PP del que su hermano, Juan José Imbroda, sempiterno presidente de Melilla, es un valor fijo, pero lo sedujo Albert Rivera, que le ofreció el primer puesto por Málaga en las últimas autonómicas con la promesa de que no se quedaría en mero parlamentario. No sabemos si la Consejería de Educación cayó de manos de Ciudadanos por su deseo expreso o porque era lo que sobraba y les tocó a ellos, el caso es que, cumpliendo la promesa de Rivera, le correspondió a Imbroda.
Llega así Javier Imbroda, nuevamente, como última esperanza de un proyecto, el de la educación andaluza, a punto de hundirse. Se encontrará con que todas las pruebas nos sitúan a la cola de un país a la cola de Europa en materia educativa. Se encontrará con centros que no tienen para pagar la calefacción pero que repartieron como galletas ordenadores gratuitos a alumnos dotados de móviles de última generación. Se encontrará con un cuerpo de inspectores inflado al que se azuza contra los profesores pero del que nadie lee los informes sobre las carencias que detectan. Se encontrará con delegaciones provinciales plagadas de monarcas absolutos que no dudan en zanjar cualquier queja con un rotundo "la Delegación soy yo". Se encontrará con un cuerpo de profesores envejecido por las bajas tasas de reposición de la época de de la crisis y encallecido por décadas en las que se le ha repetido que son los últimos monos y que están ahí para aguantar, no para enseñar. Se encontrará con unas nuevas generaciones que acceden a sus plazas pletóricos de ilusión, de conocimientos pedagógicos y de manejo del inglés, pero que, como ha trascendido a la luz pública, no están ahí por ninguna de esas cualidades, sino por pertenecer a la exigua minoría de opositores que no escriben con faltas de ortografía o, al menos, con faltas de ortografía no demasiado graves. Se encontrará con pantallas digitales instaladas en cada aula al módico precio de 3.000 euros la unidad, pero que no se usan en muchas de ellas porque reflejan la luz que entra por las ventanas y, ya lo hemos dicho, no hay dinero para contraventanas ni para persianas. Se encontrará con una metodología que se renueva cada cinco o seis años, no porque exista prueba alguna de que la entrante funcione mejor, sino porque de ese modo se crea la necesidad de nuevos cursos de formación del profesorado, cuyos beneficios se reparten dispendiosamente entre los amiguetes. Y lo peor que puede hacer es echar mano de su experiencia para resolver estos problemas, porque, a diferencia del deporte, la educación en este país no le importa a nadie, algo de lo que su propio nombramiento constituye un síntoma.