Echo de menos a Xavier Arzalluz. Durante muchos años, lo primero que buscaba en el periódico era alguna declaración suya. Pero su talento lo hacía dosificarse. Esperaba a que hubiese una cierta calma, un lunes en que faltasen titulares y ¡zas! soltaba algo como: "los vascos somos una nación como lo demuestra el gran número de personas que hay aquí con Rh negativo". Y yo me acordaba de mi vecino, guardia civil y con Rh negativo y me tronchaba. "Los españoles en un País Vasco independiente vivirían como los alemanes en Mallorca" y no me vean la que se liaba, cuando el hombre, lo único que quería decir es que en un País Vasco independiente, los castellanohablantes podrían elegir el idioma en que se celebrasen las reuniones de vecinos, como hacen ahora los alemanes en Mallorca. Pero le llegó la jubilación y la política española ya no ha sido lo mismo. Es cierto, Carod Rovira intentó heredarle, el problema es que no daba la talla. Como buen showman, Arzalluz soltaba sus fracesitas serio, casi solemne. Carod Rovira se reía de sus propios chistes. ¿Cómo se le iba a tomar en serio con ese bigote pintado como Groucho Marx? No obstante, había algo que yo admiraba en Arzalluz, algo que lo colocaba muy por encima de otros políticos de su generación: conocía sus propios límites. Sabía que lo suyo era la frase lapidaria, la agitación política y que su punto débil era su capacidad negociadora. Por eso siempre buscó botijeros que hicieran ese trabajo por él y, aún así, los jovenzuelos de ETA le tomaron el pelo varias veces. No es una virtud baladí, de hecho, escasea entre nuestros políticos. En cuanto son nombrados se encierran en sus despachos y empiezan a creer que pueden cambiar la realidad social a golpe de leyes. Después se creen sus propias mentiras y acaban por creerse los más listos del mundo mundial. Y si piensan que estoy exagerando, no tienen más que leer la declaración de Francisco Camps ante el juez.
Otra virtud que yo admiro en los políticos, por escasa en nuestro país, es el dontancredismo. El don Tancredo era un lance del toreo, ya en desuso, que consistía en cubrir a algún infeliz de harina de los pies a la cabeza, colocarlo en un pedestal en medio de una plaza y soltarle un toro. El animal salía, lo inspeccionaba, lo olía y trataba de catalogarlo como empitonable o no empitonable. De la habilidad para hacer de estatua dependía la posibilidad del sujeto para salir con vida del evento. Sinceramente, admiro a los políticos que no hacen nada. Para hacer lo que hace la mayoría, más vale que se queden quietecitos, porque lo que tocan suelen estropearlo. En otro tiempo, con la proximidad del día de los inocentes, los periodistas repartían en el Congreso jocosos premios a los políticos destacados del año. Uno de ellos era el "premio al ministro desconocido". Se otorgaba al ministro que no había tramitado ninguna nueva ley, que no había hecho ninguna declaración a recordar. Con frecuencia lo recogían los únicos ministros que no habían metido la pata en alguna ocasión. No es ésta la manera habitual de obrar de nuestros políticos. En cuanto los eligen les entra el mal del director general y piensan que tienen que hacer algo, cuanto antes, para dejar huella. Curiosamente ninguno llega a la conclusión de que ese "algo" que tienen que hacer es informarse. Se trata de cambiar algo, cambiar una ley, cambiar un organigrama, cambiar un estado de cosas (que, con frecuencia, no cae en el ámbito de competencias de su cargo), con independencia de que el anterior funcionase bien o no.
No conozco ningún ejemplo mejor de don Tancredo que el Sr. Mariano Rajoy. Si estudian Uds. la trayectoria política de nuestro presidente in pectore, observarán que sólo ha hecho cosas cuando verdaderamente no ha tenido más remedio. Lo suyo no es mandar, sino fumar puros y ver partidos del Real Madrid. Lleva cuatro años intentando, por encima de todo, no hacer nada. Estaba convencido de que, dada la rara habilidad del Sr. Zapatero para pisar todos y cada uno de los charcos de esta tierra en vías de desertificación, acabaría por ganar las elecciones. Tenía razón. Su esperanza es poder gobernar de la misma manera. Nombrar una serie de ministros ansiosos por destacar, que tomen todo tipo de iniciativas, incluida la de pelearse entre ellos y quedarse él como guía inspirador, interviniendo sólo cuando no haya más remedio. Lo que no quiere ver es la cantidad de gente que está dispuesta a moverle el sillón en cuanto gane las elecciones.
Insisto, admiro el dontancredismo en un político. Incluso estaría dispuesto a admitir que nos hubiese ido mejor si en los últimos ocho años nos hubiesen gobernado con ese principio rector. Lo que dudo es que en este momento sea lo que necesita este país. Más bien, necesitamos a un Néstor Kirchner. Con todas su derivas autoritarias, fue capaz de decirle a los buitres del FMI lo que éstos no quieren nunca escuchar: "no vamos a pagar cuando Uds. nos lo digan, pasen y embarguen si lo desean". Eso es lo que necesitamos, alguien que le diga a Frau Merkel, "nosotros no vamos a realizar ningún nuevo reajuste, háganlo Uds. los alemanes, que para eso son los más beneficiados con el euro. Y si no quieren hacerlo, no se preocupen porque el euro se va a hundir con nosotros... ¡Por cierto! en nuestro país se han detectado cientos de casos de infectados por E. Coli entre conductores de coches alemanes..."
En fin, Sr. Rajoy, si es Ud. el que nos ha de gobernar y si, evidentemente, no va actuar de esta manera, al menos, siga haciendo de don Tancredo. No cambie nada, ni siquiera de ministra de economía. La Sra. Salgado parece una chica aplicada, con pocas ideas propias, pero que sabe obrar al dictado. Eso sí, nombre a Joseph Stiglitz como asesor (si puede ser, asesor ejecutivo) del ministerio. Saldremos pronto de la crisis, habrá poco sufrimiento social y Ud. podrá seguir fumando sus puros y viendo partidos del Real Madrid. Por supuesto no todo el mundo estará contento. Una minoría, la formada por los banqueros, no lo estará. Pero los banqueros no mandan en una democracia, ¿verdad?