La razón por la cual I can read You like a book es un mal libro sobre lenguaje corporal es porque en él Hartley y Karnich no cuentan nada que no pueda descubrir cualquiera de nosotros por simple sentido común. Aún peor, la casi totalidad de los ejemplos están sacados de películas o entrevistas con actores. Es cierto que un buen actor debe tener la habilidad de copiar gestos de su entorno para saber usarlos en las situaciones adecuadas. No obstante, el resultado siempre es, aún más, tiene que ser, estereotipado, para que cualquiera pueda reconocer el gesto en cuestión. Esto lleva a que en el cine se empleen gestos reconocibles por todos pero que jamás emplearíamos en nuestra vida cotidiana. Uno muy característico y llamativo es el típico gesto de ir continuamente moviendo el volante en una escena en la que se supone que el personaje está conduciendo. Si cualquiera de nosotros hiciera eso, sería detenido inmediatamente por conducción bajo los efectos del alcohol. No obstante, se puede ver actores de la talla de Walter Matthau agitando ferozmente el volante mientras habla tranquilamente con un copiloto que, en la vida real, estaría vomitando incontroladamente.
Otro tanto cabe decir de lo que constituye el grueso de los restantes ejemplos de Hartley y Karnich: los políticos. Entre otras cosas, los políticos de cierto nivel tienen asesores encargados de enseñarles determinados gestos y eliminar otros de su repertorio para pulir la imagen del político en cuestión. Tampoco a ellos se los puede considerar una fuente fidedigna de gestos no estereotipados. Con esta base de datos no resulta extraño que Hartley y Karnich acaben concluyendo que, en realidad, ningún gesto significa nada. Todo depende del sujeto, de la circunstancia, de la hora del día y puede que hasta de los cafés que se hayan tomado. Uno acaba preguntándose qué demonios le enseñaron a Hartley en la US Army Interrogation School y temiéndose que si el ejército de los Estados Unidos interroga con estos supuestos, la información que maneja sea tan válida como la que se puede obtener en los foros de Internet sobre sexo. Es obvio que Hartley ha escrito cerca de 285 páginas para no contar nada, marear un poco la perdiz y hacer caja. La verdad está en otra parte.
Y la verdad es que todos los especialistas en el tema están de acuerdo en que el gesto de cruzar los brazos encierra una actitud defensiva. Es uno de los gestos denominados “de barrera”, que pone un obstáculo entre el sujeto en cuestión, que no necesariamente está hablando y que, normalmente, no lo está haciendo, y su interlocutor. Esa barrera puede implicar una actitud claramente defensiva o bien puede consistir en un marcar distancias, en un alejarse del otro para ejercer una actitud crítica sobre él. Por supuesto, la inmensa mayoría de las veces que adoptamos esta postura no somos conscientes ni de que la estamos adoptando, ni del género de barrera que estamos levantando, ni, mucho menos, de por qué lo estamos haciendo. Lo que sí alcanza nuestra conciencia es la comodidad que nos otorga esa postura en ese momento concreto. Pues bien, esta postura no es exclusiva de la audición, también la adoptamos al leer un texto y es muy frecuente que uno de nuestros brazos genere también una barrera menos firme mientras el otro escribe, por ejemplo, a bolígrafo. Hay estudios que demuestran que quienes leen con los brazos cruzados tienen una actitud más crítica y menos receptiva hacia un texto que quienes lo hacen colocando ambos brazos a los lados del mismo. Todavía mejor, ese estudio demuestra que si se obliga a un grupo de estudiantes a adoptar esta última postura, inevitablemente, se vuelven más receptivos y menos críticos hacia lo que han leído. Que nuestra postura incide en nuestra actitud lo sabe cualquier maestro y, sin lugar a dudas, lo conoce Hartley muy bien, por más que se cuide muy mucho de mencionarlo.
Si ahora trasladamos estos hechos a la moderna tecnología, encontraremos que los actuales ebooks nos invitan disimuladamente, con su ligereza y sus pantallas que rápidamente pierden el ángulo óptimo de lectura, a sujetarlos con nuestras manos en sus laterales mucho más que a poner una barrera ante ellos. Dicho de un modo simple, los modernos aparatos de lectura nos hacen adoptar para con ellos una postura en la que nuestra capacidad crítica disminuye y nuestra permeabilidad para aceptar lo que se nos dice aumenta. Y esto, que todavía puede ofrecer matices, es rotundamente cierto respecto de los teclados y el ratón. El espantoso Word® de Microsoft hace imposible el menor género de barrera entre lo que se está escribiendo y el sujeto en cuestión. Quizás esta sea una de las razones por las que hoy día muy poca gente lee y todo el mundo escribe, hemos perdido capacidad de crítica respecto de nuestros propios textos... Pensándolo bien, mejor dejo de escribir y me releo todo esto.