No son las matemáticas las que han conducido a Grecia donde está. Grecia ha llegado donde está porque carece de un sistema fiscal serio (los inspectores de hacienda griegos tienen fama, no sé si merecida o no, de ser los más corruptos de Europa), ha gastado más de lo debido durante años y, encima, ha mentido reiteradamente acerca de sus cuentas públicas. Irlanda, como Islandia, alentó la expansión de unos bancos que llegaron a tener más dinero invertido en productos especulativos del que podían generar sus pequeñas economías patrias. Portugal, país que quizás sea el primero en salir del agujero, nunca ha tenido una economía muy productiva. Pero España, como siempre, es diferente.
A pesar de todos los pesares, el Banco de España es la institución más seria del país. No es que eso sea decir mucho en este país de opereta, pero es un dato a tener en cuenta. Desde hace décadas lleva a cabo una lucha soterrada con los políticos por el control (es decir, el descontrol) de las cajas de ahorro. Si queremos entender la raíz del problema hay que aclarar que las cajas de ahorro en España son como el sistema de correos en Japón, el retiro dorado al que se van los políticos y altos cargos que abandonan poltronas más visibles. A cambio, las cajas son las que más generosamente dan créditos en época de elecciones. No sólo daban créditos a los partidos políticos. En contra de las recomendaciones del Banco de España, dieron barra libre a los promotores inmobiliarios, esos que se las apañaban para conseguir la recalificación de terrenos y dar un pelotazo tras otro. ¿Y quiénes eran los encargados de efectuar esas recalificaciones? Obviamente, los políticos no realizaban tales favores a cambio de comisiones para financiar los partidos, era todo por amor al servicio público. Resultaba lógico, por tanto, que hicieran lo posible para dejar el sistema financiero en manos de las cajas. Llegaron a promulgar una ley por la cual una caja podía comprar un banco pero no a la inversa. Cuando la tendencia económica cambió, las cajas de ahorro se encontraron con un montón de créditos imposibles de cobrar.
Desde hace unos años, el Banco de España está tratando de poner orden. En primer lugar, exigió que las cajas se reagruparan y trabajaran bajo una licencia bancaria. Esencialmente esta última maniobra las dejaba bajo su control exclusivo. En cuanto a agruparlas, también era una medida sensata. No es lo mismo intervenir cuatro entidades, aunque sean grandes, que veinte pequeñas. Lo primero sería interpretado por los inversores internacionales como actuaciones puntuales, lo segundo como una señal de que el sistema está podrido.
Por otra parte, se ha actuado de modo implacable contra quienes han osado desviarse lo más mínimo del guión. Es el caso de la CAM y fue el caso de CajaSur. El Banco Central realizó un asalto fulgurante a la caja de la Iglesia... ¡Un momento! ¿La caja de la Iglesia?... ¿los seguidores de Jesucristo se dedicaban a la usura?... No puede ser. Esperen, voy a consultar mis fuentes... Pues sí, la caja de la Iglesia, ¡qué cosas! Como decía, tras asaltarla, fue puesta a la venta y adjudicada a una entidad vasca pese a los gritos de nuestro presidente de la Junta de Andalucía, Pepito Griñán. Que efectivamente esta adjudicación obedeciese a una maniobra del gobierno para conseguir el necesario apoyo del PNV o no, no viene al caso. De cara a la galería todo quedó como un proceso realizado de acuerdo con las exigencias del banco central.
Pues bien, la cantidad de dinero que las cajas tienen expuesta en forma de créditos a la vivienda de difícil cobro es lo que se conoce como “exposición al ladrillo” y es una de las causas de que los inversores internacionales no quieran comprar bonos españoles, esto es, del aumento del “riesgo país”. Curiosamente, como hemos visto, los responsables últimos de esta situación son nuestros políticos. El temor actual radica en la sospecha de que la cantidad real de dinero expuesto de esta manera sea muy superior a lo declarado. En realidad, no es una sospecha, es un hecho. No obstante, la situación no es tan grave. En el peor de los casos, que las cajas de ahorros tuvieran que acudir a una especie de concurso de acreedores, siempre tendrían algo que llevar a él, a saber, pisos o terrenos, cuyo valor tal vez fuese escaso, pero tendrían algún valor. Si los bancos irlandeses, franceses o alemanes se vieran en esta situación, lo único que tendrían que llevar a ese concurso de acreedores serían pilas enormes de cheques sin fondo, es decir, bonos de países en suspensión de pagos. Por tanto, el agujero de las cajas de ahorro puede ser grande, puede ser enorme, pero nunca será un agujero negro que se trague al país entero, como ha ocurrido con Irlanda.
Por otra parte, el mercado inmobiliario español puede bajar, puede bajar mucho, pero difícilmente se desplomará. Un factor que no parece estar tomándose en consideración en los diferentes análisis del sector es que éste es un país con una escasa movilidad geográfica. La mayoría de la gente se muere en un radio de unos 20 Km del lugar donde ha nacido. El resultado es que, incluso en estos tiempos, permanecemos aferrados a la idea de que alquilar una vivienda es tirar el dinero a la basura y que una casa en propiedad es una inversión a largo plazo. Por tanto, es poco probable que la "exposición al ladrillo" acabe por convertirse en un agujero sin fondo. Estos factores, en cuanto la situación se calme un poco y los análisis vuelvan a ser racionales, jugarán a nuestro favor.
El segundo elemento que nos ha llevado a la situación en la que estamos es el déficit público. España tiene uno de los mayores déficits públicos de la zona euro. No obstante, ésta tampoco es una cuestión tan grave. Países como Italia o Bélgica están en una situación peor. Tal vez sus déficits no sean tan altos como el nuestro, pero es poco probable que lo disminuyan de modo significativo. Italia, el país que inventó una nueva acepción para el término "tangente", el país que ha promulgado varias amnistías fiscales y que poco menos que alienta la evasión de capitales, es poco probable que sea capaz de disminuir su déficit público. Por lo que me cuentan quienes conocen el país, en Bélgica hay carreteras que no conducen a ninguna parte. Simplemente había que construir una carretera en Valonia y había que hacer los mismos kilómetros de carretera en Flandes (o viceversa). No son circunstancias muy favorables para disminuir el déficit público. A ello hay que añadir que 400 días después de las elecciones los políticos belgas consiguieron ponerse de acuerdo no en la formación de un gobierno sino en los principios básicos que debían regir la negociación para la futura formación de gobierno (sí, en todas partes cuecen habas).
En la época de Solbes, España encadenó un superávit detrás de otro. Que estos superavits fuesen ficticios o no, no quita para demostrar que, pese a nuestra habitual tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades, el Estado sabe cómo contener el gasto. De hecho lo está haciendo y, muy probablemente, los resultados serán incluso mejores de lo previsto. Otra cosa es que sea lo suficientemente bajo como para compensar el déficit de las autonomías. Pero, de nuevo, aquí las perspectivas son buenas. Si todo va como dicen las encuestas, de las próximas elecciones saldrá un gobierno del mismo color que las autonomías, lo cual debe contribuir a aunar esfuerzos en la reducción del déficit público. Este también debería ser un dato que cuente a nuestro favor cuando se racionalice la toma de decisiones por parte del mercado. En cualquier caso, de lo que acabamos de decir se deduce una curiosa consecuencia y es que, sin más análisis, ya podemos tener claro que el déficit público es responsabilidad de nuestros políticos.
Finalmente, el tercer elemento que ha conducido a la desconfianza de los inversores internacionales es la deuda pública. En realidad, este dato habla claramente a nuestro favor. Hace apenas unos meses se daba por descontado que acabaría llegando al 80% del PIB. En estos momentos, ni los análisis más pesimistas tomando en consideración los resultados más adversos suponen que se vaya más allá del 75%, lo cual nos deja, en todo caso, por debajo de la media en la zona euro. Los cálculos dicen que si un Estado tiene que pagar más de un 7% por sus bonos, su situación se hace insostenible. Una deuda pública claramente por debajo de un 80% debería permitirnos incluso llegar algo por encima de ese tipo de interés, lo cual nos debería conceder un cierto margen de actuación. No es el caso de Italia. Con una deuda pública del 128%, un interés por encima del 5% implica que su deuda pública tendrá que aumentar necesariamente, esto es, resulta insostenible.
De todo lo anterior se deducen una serie de consecuencias. La primera es que la situación de la deuda soberana de España no debería ser la que es. De hecho, debería ser sensiblemente mejor que la de Italia o Bélgica. La segunda es que, si no es ésta la situación en la que nos encontramos, los responsables últimos son los que hicieron que las cajas de ahorro prestaran dinero a quienes no debían y que el déficit público se disparase. Esos que parecen pertenecer a una generación de gente de su clase, que ocupa los altos puestos de toda Europa, con un nivel de estulticia en sangre muy superior al que debería estar permitido para ocupar esos cargos. Es de estos políticos incapaces de quienes los inversores internacionales, los “mercados”, como Ud. o como yo, no se fían ni mucho ni poco ni nada. La tercera y no menos importante de las consecuencias es que, a diferencia de lo que ocurre con las ciencias, en economía los problemas y las soluciones nunca son “pura matemática”.
A pesar de todos los pesares, el Banco de España es la institución más seria del país. No es que eso sea decir mucho en este país de opereta, pero es un dato a tener en cuenta. Desde hace décadas lleva a cabo una lucha soterrada con los políticos por el control (es decir, el descontrol) de las cajas de ahorro. Si queremos entender la raíz del problema hay que aclarar que las cajas de ahorro en España son como el sistema de correos en Japón, el retiro dorado al que se van los políticos y altos cargos que abandonan poltronas más visibles. A cambio, las cajas son las que más generosamente dan créditos en época de elecciones. No sólo daban créditos a los partidos políticos. En contra de las recomendaciones del Banco de España, dieron barra libre a los promotores inmobiliarios, esos que se las apañaban para conseguir la recalificación de terrenos y dar un pelotazo tras otro. ¿Y quiénes eran los encargados de efectuar esas recalificaciones? Obviamente, los políticos no realizaban tales favores a cambio de comisiones para financiar los partidos, era todo por amor al servicio público. Resultaba lógico, por tanto, que hicieran lo posible para dejar el sistema financiero en manos de las cajas. Llegaron a promulgar una ley por la cual una caja podía comprar un banco pero no a la inversa. Cuando la tendencia económica cambió, las cajas de ahorro se encontraron con un montón de créditos imposibles de cobrar.
Desde hace unos años, el Banco de España está tratando de poner orden. En primer lugar, exigió que las cajas se reagruparan y trabajaran bajo una licencia bancaria. Esencialmente esta última maniobra las dejaba bajo su control exclusivo. En cuanto a agruparlas, también era una medida sensata. No es lo mismo intervenir cuatro entidades, aunque sean grandes, que veinte pequeñas. Lo primero sería interpretado por los inversores internacionales como actuaciones puntuales, lo segundo como una señal de que el sistema está podrido.
Por otra parte, se ha actuado de modo implacable contra quienes han osado desviarse lo más mínimo del guión. Es el caso de la CAM y fue el caso de CajaSur. El Banco Central realizó un asalto fulgurante a la caja de la Iglesia... ¡Un momento! ¿La caja de la Iglesia?... ¿los seguidores de Jesucristo se dedicaban a la usura?... No puede ser. Esperen, voy a consultar mis fuentes... Pues sí, la caja de la Iglesia, ¡qué cosas! Como decía, tras asaltarla, fue puesta a la venta y adjudicada a una entidad vasca pese a los gritos de nuestro presidente de la Junta de Andalucía, Pepito Griñán. Que efectivamente esta adjudicación obedeciese a una maniobra del gobierno para conseguir el necesario apoyo del PNV o no, no viene al caso. De cara a la galería todo quedó como un proceso realizado de acuerdo con las exigencias del banco central.
Pues bien, la cantidad de dinero que las cajas tienen expuesta en forma de créditos a la vivienda de difícil cobro es lo que se conoce como “exposición al ladrillo” y es una de las causas de que los inversores internacionales no quieran comprar bonos españoles, esto es, del aumento del “riesgo país”. Curiosamente, como hemos visto, los responsables últimos de esta situación son nuestros políticos. El temor actual radica en la sospecha de que la cantidad real de dinero expuesto de esta manera sea muy superior a lo declarado. En realidad, no es una sospecha, es un hecho. No obstante, la situación no es tan grave. En el peor de los casos, que las cajas de ahorros tuvieran que acudir a una especie de concurso de acreedores, siempre tendrían algo que llevar a él, a saber, pisos o terrenos, cuyo valor tal vez fuese escaso, pero tendrían algún valor. Si los bancos irlandeses, franceses o alemanes se vieran en esta situación, lo único que tendrían que llevar a ese concurso de acreedores serían pilas enormes de cheques sin fondo, es decir, bonos de países en suspensión de pagos. Por tanto, el agujero de las cajas de ahorro puede ser grande, puede ser enorme, pero nunca será un agujero negro que se trague al país entero, como ha ocurrido con Irlanda.
Por otra parte, el mercado inmobiliario español puede bajar, puede bajar mucho, pero difícilmente se desplomará. Un factor que no parece estar tomándose en consideración en los diferentes análisis del sector es que éste es un país con una escasa movilidad geográfica. La mayoría de la gente se muere en un radio de unos 20 Km del lugar donde ha nacido. El resultado es que, incluso en estos tiempos, permanecemos aferrados a la idea de que alquilar una vivienda es tirar el dinero a la basura y que una casa en propiedad es una inversión a largo plazo. Por tanto, es poco probable que la "exposición al ladrillo" acabe por convertirse en un agujero sin fondo. Estos factores, en cuanto la situación se calme un poco y los análisis vuelvan a ser racionales, jugarán a nuestro favor.
El segundo elemento que nos ha llevado a la situación en la que estamos es el déficit público. España tiene uno de los mayores déficits públicos de la zona euro. No obstante, ésta tampoco es una cuestión tan grave. Países como Italia o Bélgica están en una situación peor. Tal vez sus déficits no sean tan altos como el nuestro, pero es poco probable que lo disminuyan de modo significativo. Italia, el país que inventó una nueva acepción para el término "tangente", el país que ha promulgado varias amnistías fiscales y que poco menos que alienta la evasión de capitales, es poco probable que sea capaz de disminuir su déficit público. Por lo que me cuentan quienes conocen el país, en Bélgica hay carreteras que no conducen a ninguna parte. Simplemente había que construir una carretera en Valonia y había que hacer los mismos kilómetros de carretera en Flandes (o viceversa). No son circunstancias muy favorables para disminuir el déficit público. A ello hay que añadir que 400 días después de las elecciones los políticos belgas consiguieron ponerse de acuerdo no en la formación de un gobierno sino en los principios básicos que debían regir la negociación para la futura formación de gobierno (sí, en todas partes cuecen habas).
En la época de Solbes, España encadenó un superávit detrás de otro. Que estos superavits fuesen ficticios o no, no quita para demostrar que, pese a nuestra habitual tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades, el Estado sabe cómo contener el gasto. De hecho lo está haciendo y, muy probablemente, los resultados serán incluso mejores de lo previsto. Otra cosa es que sea lo suficientemente bajo como para compensar el déficit de las autonomías. Pero, de nuevo, aquí las perspectivas son buenas. Si todo va como dicen las encuestas, de las próximas elecciones saldrá un gobierno del mismo color que las autonomías, lo cual debe contribuir a aunar esfuerzos en la reducción del déficit público. Este también debería ser un dato que cuente a nuestro favor cuando se racionalice la toma de decisiones por parte del mercado. En cualquier caso, de lo que acabamos de decir se deduce una curiosa consecuencia y es que, sin más análisis, ya podemos tener claro que el déficit público es responsabilidad de nuestros políticos.
Finalmente, el tercer elemento que ha conducido a la desconfianza de los inversores internacionales es la deuda pública. En realidad, este dato habla claramente a nuestro favor. Hace apenas unos meses se daba por descontado que acabaría llegando al 80% del PIB. En estos momentos, ni los análisis más pesimistas tomando en consideración los resultados más adversos suponen que se vaya más allá del 75%, lo cual nos deja, en todo caso, por debajo de la media en la zona euro. Los cálculos dicen que si un Estado tiene que pagar más de un 7% por sus bonos, su situación se hace insostenible. Una deuda pública claramente por debajo de un 80% debería permitirnos incluso llegar algo por encima de ese tipo de interés, lo cual nos debería conceder un cierto margen de actuación. No es el caso de Italia. Con una deuda pública del 128%, un interés por encima del 5% implica que su deuda pública tendrá que aumentar necesariamente, esto es, resulta insostenible.
De todo lo anterior se deducen una serie de consecuencias. La primera es que la situación de la deuda soberana de España no debería ser la que es. De hecho, debería ser sensiblemente mejor que la de Italia o Bélgica. La segunda es que, si no es ésta la situación en la que nos encontramos, los responsables últimos son los que hicieron que las cajas de ahorro prestaran dinero a quienes no debían y que el déficit público se disparase. Esos que parecen pertenecer a una generación de gente de su clase, que ocupa los altos puestos de toda Europa, con un nivel de estulticia en sangre muy superior al que debería estar permitido para ocupar esos cargos. Es de estos políticos incapaces de quienes los inversores internacionales, los “mercados”, como Ud. o como yo, no se fían ni mucho ni poco ni nada. La tercera y no menos importante de las consecuencias es que, a diferencia de lo que ocurre con las ciencias, en economía los problemas y las soluciones nunca son “pura matemática”.