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domingo, 20 de octubre de 2013

Oprobio

   Se llama Leonarda Dibrani, tiene 15 años y su caso ha incendiado las redes sociales francesas. La noticia tuvieron que darla sus profesores de instituto. Los medios de información estaban mucho más interesados en desinformar acerca de los extranjeros que en dar cuenta de qué ocurre realmente con ellos. Dibrani fue sacada por la policía de un autobús escolar mientras realizaba una excursión con sus compañeros y deportada de modo fulminante. El alcalde de la localidad en la que residía llamó a su móvil y le ordenó que le pusiera con su profesora. A ésta se la conminó a detener el vehículo. Como la profesora se negó, el alcalde pasó el teléfono a un policía que, suponemos, relató a la profesora las leyes que quebrantaría si no daba orden de parar inmediatamente. Al final, accedió y su alumna fue detenida por dos agentes de la Policía de Fronteras delante de todos sus compañeros. ¿Su delito? ser extranjera en situación irregular. La carta abierta de sus profesores, obviamente publicada en un sitio web, recordaba que llevaba más de tres años escolarizada, que hablaba perfectamente francés, que su integración era plena y que estaba a dos meses de conseguir la naturalización. Pero, ¡ay! su padre había cometido un delito menor no especificado y eso, que para un francés significa una multa a lo sumo, para él significaba perder todos los derechos a recibir asilo político y ser reintegrado al infierno del que escapó. La familia podía quedarse en Francia sin el padre o reagruparse en su país de origen, Kosovo. La madre eligió lo segundo y a la policía le faltó tiempo para darle la patada a Leonarda y toda su familia.
   Kosovo es un bonito pseudopaís que declaró su independencia de Serbia unilateralmente y al que reconocen los EEUU, pero no la ONU. Su administración provisional hace como que gobierna, mientras serbios y albaneses hacen como que no se matan y las mafias hacen como que no controlan cada cosa que sucede. En medio de un odio interétnico sin fondo, todos están de acuerdo en algo: hay que darle una solución final al “problema gitano”. Quienes no quisieron quedarse esperándola, quienes no deseaban ser asesinados por ser gitanos, como los Dibrani, escaparon a Europa, a Italia, donde crearon campamentos de ilegales. En 2008, el gobierno del siempre impoluto Silvio Berlusconi, dio la orden de desmantelar esos campamentos, previamente incendiados por “honrados voluntarios”, porque "los romaníes son una etnia conectada a un cierto tipo de delitos. Robos, asaltos, e incluso, como en el caso de Ponticelli, rapto de personas". Antes que regresar a su país, la familia Dibrani pasó a Francia e inició un infructoso trámite cuyo objetivo era escolarizar a los menores, recibir garantías sanitarias y, en definitiva, lograr la integración (que eran los objetivos que Alfredo Mantovano, el sinvergüenza que autorizó el desmantelamiento de los campamentos en Italia, afirmó que tenían sus medidas). Ignoraban que los desaprensivos dispuestos a seguir manteniendo su opulencia a costa de destrozarle la vida a los más desprotegidos no son una exclusiva de Italia. Hace menos de un mes que el muy socialista ministro del Interior francés, el excelentísimo Sr. D. Manuel Valls, decidió subir sus índices de popularidad lanzando bravatas de feriante borracho contra los gitanos. Obviamente, los mandos policiales estaban deseosos de sacar pecho. Entre unos y otros se cruzó Leonarda Dibrani.
   No hay que engañarse, a esta adolescente se la expulsó por ser kosovar, por ser albanesa, por ser gitana y, lo peor de todo, por ser pobre. No estamos hablando de la víctima inocente de unas leyes draconianas. Leonarda Dibrani es el enemigo. Los pobres, los que tienen más fácil caer en la marginación, son siempre el enemigo de los poderosos, de los que pueden tomar lo que les plazca sin que la ley haga otra cosa que darles la razón. Y si son tan pobres que no tienen nada que se les pueda arrebatar, siempre se les podrá quitar la dignidad para que otros suban en las encuestas y puedan disfrutar unos días más de su poltrona, su chófer oficial y su amante cara. El champán sabe mejor cuando se puede tomar costeado por la sangre de unos cuantos gitanos. Queremos integrarlos y para eso los expulsamos. Queremos mantenerlos dentro de la ley y para eso los ilegalizamos. Queremos que coticen a la seguridad social y por eso no les permitimos que tengan un trabajo decente. Queremos que escolaricen a sus hijos y por eso convertimos las escuelas en una ratonera en la que podrán ser localizados a la hora de darles la patada. Queremos que se sientan orgullosos del país de acogida, que muestren respeto a nuestra cultura, que no nos miren siempre como si estuvieran resentidos con nosotros y para eso maltratamos del modo más humillante a sus jóvenes. La Europa que es  la cuna de los derechos, de las libertades, de la democracia, es la tierra del racismo, de la xenofobia, del exterminio sistemático y aplaudido por la inmensa mayoría.
   Pero, por encima de todo, esta Europa construida sobre el liberalismo, sobre la imagocracia, sobre la moneda única, sobre la acción comunicativa de los mercados, es una Europa de cobardes. Cuanto más ricos somos, más miedo tenemos. Estamos tan aterrados que alzamos murallas contra fantasmas, nos atrincheramos contra una invasión inexistente, entregamos nuestro futuro a bandas de psicópatas que sólo han demostrado su habilidad para manejar un miedo que ellos mismos han generado. La ultraderecha, la ultraderecha que causó Utoya, la ultraderecha que mató a Pavlos Fyssas, la ultraderecha que apalea y asesina impunemente en los campos de fútbol de toda Europa, condiciona nuestra vida política, de Suiza a Noruega, de Inglaterra a Francia, de Finlandia, Dinamarca o Suecia a Hungría. Y mientras tanto, mientras intentamos conciliar el sueño, nuestro pánico separa familias, humilla adolescentes y ahoga niños.