Se llama guerrilla a una táctica militar consistente en invertir la relación de fuerzas entre dos contendientes mediante la ocupación de un territorio, sin importar la pequeñez del mismo ni la brevedad de la ocupación. En este territorio mínimo y durante un corto espacio de tiempo, el bando inferior logra concentrar fuerzas numéricamente superiores a su rival. La guerrilla urbana es un género de guerrilla que se desarrolla en ciudades y que se caracteriza porque el territorio a ocupar ya no es el correspondiente a una zona selvática o montañosa, como es habitual en las guerrillas. Al presuponer mejores vías de comunicación, el territorio debe ser ocupado de un modo mucho más fugaz.
A lo que estamos asistiendo en España desde el 15 de mayo es a una forma de guerrilla que se podría denominar guerrilla cívica. Se diferencia de las dos anteriores en la renuncia frontal a cualquier forma de violencia. Sus armas no son el tristemente famoso AK-47 ni el cóctel Molotov. Sus armas son las propias del marketing de guerrilla, en especial, los anuncios virales. La lucha se desarrolla en todo momento dentro de los estrictos márgenes de la legalidad. A veces en los márgenes mismos de la legalidad, caso de la continuidad de las acampadas tras la prohibición de la Junta Electoral Central. Pero la mayor parte de las veces, sin embargo, no se fuerzan tanto las cosas. Se trata más bien de utilizar la creatividad para intentar sabotear el sistema, haciendo palanca con actos usualmente banales. Las propias acampadas se realizaron previa petición de permiso a la autoridad competente. La consecuencia inmediata es que cualquier respuesta por parte del Estado aparece como brutal y desproporcionada, caso del desalojo de los acampados en Barcelona. Además, cada acción, si bien tiene resultados poco espectaculares en apariencia, suponen una carga de profundidad contra el sistema. Y es que la guerrilla cívica no renuncia a invertir puntualmente la correlación de fuerzas que caracteriza a toda guerrilla.
Un ejemplo de lo que venimos diciendo lo hemos podido ver en la reciente campaña para sacar 155€ de los bancos. Un acto cotidiano de sumisión al sistema es transformado, por efecto de una convocatoria viral, en un acto de subversión. Los ciudadanos no pueden contrarrestar los flujos de capital que se movilizan en el mercado a diario, pero, como queda demostrado por esta convocatoria, pueden dirigir los flujos del mismo contra sus propios cimientos. Una vez más, la campaña se desarrolla dentro de los límites legales, pues la cantidad sugerida garantiza que no se va a hundir ningún banco. Una vez más, no parece haber pasado gran cosa. El pasado 30 de mayo no fueron más de unos pocos de miles de ciudadanos los que secundaron el llamamiento. Pero la advertencia ha sido lanzada. Nadie sabe cuánta gente se sumará en las próximas convocatorias. La propia lógica de la guerrilla conducirá a matizar esta acción. Con toda probabilidad, la autocrítica subsiguiente señalará que ha sido demasiado global y que debe achicarse aún más el territorio a ocupar. ¿Qué ocurrirá si los convocantes de esta acción deciden concentrarse en unas pocas oficinas bancarias o en unos pocos cajeros? ¿y si a alguien se le ocurriese “quedar” con sus contactos de Facebook para sacar dinero? ¿cuántos podría convocar? ¿300, 400 personas en una sola oficina? Por pequeña que fuese la cantidad a retirar ¿lograría el banco satisfacer la demanda de sus clientes antes de lanzar el temido “no hay suficiente dinero disponible”? Y, en tal caso ¿se produciría un efecto contagio?
Hemos llegado, por fin, a la clave de todo el asunto. Lo importante para una guerrilla no es el tamaño del “territorio liberado” ni el tiempo que pueda mantenerlo, lo importante es el efecto psicológico causado en el enemigo y en la población que se pretende atraer a la causa. De modo análogo, lo importante para la guerrilla cívica es el efecto mediático de sus acciones. La razón es que éste multiplicará el efecto de las próximas. Una guerrilla puede esperar que determinado tipo de individuos se sume a sus filas (jóvenes, personas sin nada que perder, marginados) y que el resto apoye tácitamente sus movimientos. En una guerrilla cívica todo el mundo puede participar activamente, jóvenes, niños, ancianos, marginados, funcionarios, amas de casa, profesores universitarios... Cualquiera puede practicar la guerrilla ciudadana en cualquier momento. Por esta razón, las acciones de guerrilla cívica, cobran el alegre aspecto de una sociedad civil movilizada.
A lo que estamos asistiendo en España desde el 15 de mayo es a una forma de guerrilla que se podría denominar guerrilla cívica. Se diferencia de las dos anteriores en la renuncia frontal a cualquier forma de violencia. Sus armas no son el tristemente famoso AK-47 ni el cóctel Molotov. Sus armas son las propias del marketing de guerrilla, en especial, los anuncios virales. La lucha se desarrolla en todo momento dentro de los estrictos márgenes de la legalidad. A veces en los márgenes mismos de la legalidad, caso de la continuidad de las acampadas tras la prohibición de la Junta Electoral Central. Pero la mayor parte de las veces, sin embargo, no se fuerzan tanto las cosas. Se trata más bien de utilizar la creatividad para intentar sabotear el sistema, haciendo palanca con actos usualmente banales. Las propias acampadas se realizaron previa petición de permiso a la autoridad competente. La consecuencia inmediata es que cualquier respuesta por parte del Estado aparece como brutal y desproporcionada, caso del desalojo de los acampados en Barcelona. Además, cada acción, si bien tiene resultados poco espectaculares en apariencia, suponen una carga de profundidad contra el sistema. Y es que la guerrilla cívica no renuncia a invertir puntualmente la correlación de fuerzas que caracteriza a toda guerrilla.
Un ejemplo de lo que venimos diciendo lo hemos podido ver en la reciente campaña para sacar 155€ de los bancos. Un acto cotidiano de sumisión al sistema es transformado, por efecto de una convocatoria viral, en un acto de subversión. Los ciudadanos no pueden contrarrestar los flujos de capital que se movilizan en el mercado a diario, pero, como queda demostrado por esta convocatoria, pueden dirigir los flujos del mismo contra sus propios cimientos. Una vez más, la campaña se desarrolla dentro de los límites legales, pues la cantidad sugerida garantiza que no se va a hundir ningún banco. Una vez más, no parece haber pasado gran cosa. El pasado 30 de mayo no fueron más de unos pocos de miles de ciudadanos los que secundaron el llamamiento. Pero la advertencia ha sido lanzada. Nadie sabe cuánta gente se sumará en las próximas convocatorias. La propia lógica de la guerrilla conducirá a matizar esta acción. Con toda probabilidad, la autocrítica subsiguiente señalará que ha sido demasiado global y que debe achicarse aún más el territorio a ocupar. ¿Qué ocurrirá si los convocantes de esta acción deciden concentrarse en unas pocas oficinas bancarias o en unos pocos cajeros? ¿y si a alguien se le ocurriese “quedar” con sus contactos de Facebook para sacar dinero? ¿cuántos podría convocar? ¿300, 400 personas en una sola oficina? Por pequeña que fuese la cantidad a retirar ¿lograría el banco satisfacer la demanda de sus clientes antes de lanzar el temido “no hay suficiente dinero disponible”? Y, en tal caso ¿se produciría un efecto contagio?
Hemos llegado, por fin, a la clave de todo el asunto. Lo importante para una guerrilla no es el tamaño del “territorio liberado” ni el tiempo que pueda mantenerlo, lo importante es el efecto psicológico causado en el enemigo y en la población que se pretende atraer a la causa. De modo análogo, lo importante para la guerrilla cívica es el efecto mediático de sus acciones. La razón es que éste multiplicará el efecto de las próximas. Una guerrilla puede esperar que determinado tipo de individuos se sume a sus filas (jóvenes, personas sin nada que perder, marginados) y que el resto apoye tácitamente sus movimientos. En una guerrilla cívica todo el mundo puede participar activamente, jóvenes, niños, ancianos, marginados, funcionarios, amas de casa, profesores universitarios... Cualquiera puede practicar la guerrilla ciudadana en cualquier momento. Por esta razón, las acciones de guerrilla cívica, cobran el alegre aspecto de una sociedad civil movilizada.