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domingo, 29 de junio de 2014

Programación neurolingüística (1. Los orígenes)

   Cuenta la leyenda que, hacia principios de los setenta, Richard Bandler, que había estudiado matemáticas, informática y psicología, conoció a John Grinder, anglicista y lingüista. De este encuentro en la Universidad de California nació lo que se conoce como Programación Neurolingüística (PNL). De modo rápido se la puede definir como un conjunto de técnicas para manipular la mente a la búsqueda del mejoramiento personal. Bandler y Grinder comenzaron por modelizar los métodos terapéuticos de Friz Perls, Virginia Satir, y Milton Erikson entre otros. 
   Perls, que había escapado de la Alemania nazi por sus vínculos con grupos antifascistas, convirtió las enseñanzas de la Gestalt en una forma de terapia, haciendo de su piso de New York la cabeza de puente gestaltista en el nuevo mundo. El caso es que su mujer, Laura Perls acabó quedándose con el piso y con una visión de lo que estaba haciendo mucho más cercana a sus orígenes europeos. Friz, se dedicó a mezclar estos principios con lo mejor de la filosofía continental anterior a la guerra, es decir, con las teorías de Wilhelm Reich, Otto Rank, Edmund Husserl, Martin Buber, Jan Smuts (padre del concepto de “holismo”) y Kurt Lewin, además de William James y John Dewey. Con este bagaje se mudó a la costa oeste, en donde, en plena mutación del movimiento beat en contraculturalismo hippie, se había instalado la moda del crecimiento personal. Fue en los seminarios de Perls, donde Bandler vio la luz. 
   En cuanto a Virginia Satir y Milton Erikson, fueron dos de los terapeutas más famosos de su época, la primera conocida por su labor en la terapia familiar y el segundo por su uso generalizado de la hipnosis como método terapéutico. Aquí hay que aclarar que lo que Erikson llamaba “hipnosis” estaba bastante lejos de lo que después Hollywood hizo con este concepto. En esencia, para Erikson, por "hipnosis" puede entenderse todo género de trance en el que se desconecta el análisis de la práctica totalidad de los canales de información que llegan hasta nosotros, salvo uno concreto. Si ha vivido esa experiencia que consiste en conducir absorto en sus pensamientos hasta llegar a su destino, momento en el que repara que, verdaderamente, no sabe lo que ha ocurrido durante el trayecto, ha estado en estado de trance tal y como lo entiende Erikson. De modo semejante, las palabras más usadas para inducir un fenómeno de hipnosis son “érase una vez…” Un cuento, una narración interesante, hacen que no reparemos en lo que ocurre a nuestro alrededor y esto, precisamente, define la hipnosis en el sentido que nos hallamos explicando. El mismo Erikson solía utilizar narraciones plagadas de metáforas, cuentos ejemplares o historias cotidianas, en las que el paciente solía encontrar la solución que iba buscando a sus problemas. Por supuesto, existen otras formas de hipnosis que implican una pérdida de conciencia más profunda. No obstante, pese a su fama de hipnotizador, no siempre hacía uso de ella. De hecho, la terapia eriksoniana se caracterizaba por su extrema flexibilidad, hasta el punto de que analizando sus seminarios y escritos uno puede llegar a dudar que ahí exista una teoría uniforme o una metodología real. Pertenece a Bandler y Grinder el mérito de haber modelizado sus trabajos descubriendo lo que había en común al abordaje de los diferentes casos.
   A estos mimbres faltaba por añadirle un par de cosillas más. La primera, cómo no, la lingüística que, dada la época de la historia norteamericana de la que estamos hablando, resulta lo mismo que decir la gramática generativa de Noam Chomsky, con su promesa de convertir a esa disciplina en una ciencia (formal más que empírica) y que aspiraba a llegar al núcleo mismo de las estructuras del lenguaje. Esa formalización parecía por entonces vinculable a otra disciplina en plena ebullición, la informática, con lo que la cuestión se convirtió en si había algún modo de hacer de la gramática generativa una forma de programar la mente. Y ya, sólo nos queda la guinda, la semántica general de Alfred Korzybski, expuesta en ese libro para todos y para nadie llamado Science and Sanity: An Introduction to Non-Aristotelian Systems and General Semantics, del que ya hemos hablado en este blog.

domingo, 5 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (1)


Hacia mediados del siglo XX, el epíteto “cognitivo” era poco menos que tabú. Los psicólogos habían abandonado, por fin, el ultrajante dominio de los faraones filósofos para dirigirse hacia la tierra prometida de la cientificidad, guiados por el Moisés Skinner y sus adláteres. Cierto es que habían tenido que dejar atrás los prados que les dieron nombre (la psique humana), pero el milagro de poder elaborar gráficos con curvas y pendientes fue tal que hasta los lingüistas se sumaron a la marcha. En 1959, un joven David, llamado Noam Chomsky, lanzó una certera piedra a la frente misma del monstruoso Goliat que se había creado, su famosa reseña de Verbal Behavior, nada menos que la confirmación por parte de la suprema autoridad, Skinner, de que los lingüistas también eran una tribu del pueblo elegido. El Goliat conductista tardó mucho más en caer que el bíblico, pero hacia comienzos de los años sesenta, Neisser y otros ya se atrevían a utilizar el epíteto tabú en la portada de sus libros. Los propios lingüistas se habían convertido en la tribu perdida, liderados por el jovenzuelo que tan hábil demostró ser en el uso de la honda. Sin embargo, muy pronto, comenzaron a pensar que estaban perdidos en la península del Sinaí. Chomsky había ofrecido, en efecto, un marco teórico sólido, un lenguaje formalizado útil para jugar a científicos y una serie de prometedores contactos con campos como la Inteligencia Artificial, la genética y la propia psicología. A cambio, la gramática generativa se había ido convirtiendo en algo abstracto, lleno de excepciones y más preocupada por seres computacionales que por humanos parlantes. Eso sin contar con que, en algún momento, acabaría por aparecer el punto de contacto entre las estructuras generativas y el anarquismo o la defensa del régimen de Pol Pot de que ha hecho gala Chomsky.
Rápidamente las disensiones generaron un conflicto y los chomskyanos excavaron trincheras por el procedimiento de convertir su grito de combate habitual, “¡la sintaxis primero!”, en “¡la sintaxis lo único!”. Al otro lado se situaron quienes pretendieron construir nada menos que una semántica generativa, con George Lakoff a la cabeza. Que los chomskyanos ganaran estas guerras lingüísticas no impidió que su campo se fracturara sin remedio. Mientras tanto, el epíteto “cognitivo” no sólo dejó de ser tabú en la psicología, sino que empezó a tener cierto pedigrí. Bajo él se refugiaron las derrotadas huestes de Lakoff ya a finales de siglo y así nació la lingüistica cognitiva.
Qué es la língüistica cognitiva es fácil de explicar: ahora mismo nada, en un futuro por determinar la panacea. Tomemos, por ejemplo, el Oxford Handbook of Cognitive Linguistic de 2007. Se trata de un manual, es decir, debe contener teorías que ya se han convertido en acervo compartido, hechos aceptados por todos y explicaciones paradigmáticas. Pues bien, si Ud. repasa las conclusiones de cada uno de los artículos integrados en este volumen, comprobará que aquello en que están de acuerdo todos los lingüistas cognitivos es en que “ya veremos”.  Como muestra un botón. 
Dice Chis Sinha que el concepto de representación es quizás el concepto más importante dentro de todas las disciplinas apellidadas “cognitivas” (“Cognitive Linguistics, Psychology and Cognitive Science”, pág. 1280). La representación se define como “estados internos de un mecanismo cognitivo” (pág. 1284), magnífico ejemplo de cómo definir algo simple por algo mucho más oscuro. No es de extrañar que Sinha concluya que determinar qué es una representación es una de las tareas pendientes de las disciplinas cognitivas (pág. 1285).
Hoy por hoy la lingüística cognitiva es una miríada de estudios empíricos, un puñado de explicaciones y unas cuantas metáforas, poco más. Hechos, lo que se dice hechos, no podrá encontrar Ud. ninguno nuevo en las 1334 páginas de este libro. Aún más, los “hechos” en los cuales se basa la lingüística cognitiva son cosas como que el lenguaje de los expertos es más preciso que el de quienes no son expertos, que los niños aprenden antes nombres que verbos y que las metáforas son muy importantes. Cosas todas ellas accesibles a cualquiera sin necesidad de hacer estudios empíricos, ser lingüista y, mucho menos, ser cognitivo.
Por su parte, las explicaciones pueden alcanzar un cierto grado de interés. Especialmente porque, como es obvio, no se hacen mediante un lenguaje pseudoformal (algo que olería al azufre generativista), sino mediante esquemas muy inspiradores. Eso sí, no hay modo de manipular estos esquemas para que permitan hacer predicciones ni siquiera en el sentido más vago del término.