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domingo, 22 de junio de 2014

Ocho provincias andaluzas (2 de 2)

   Sevilla tiene un color especial. Hacia finales de febrero, la luz cambia, se comienza a adivinar la primavera y las tonalidades hacen que suba un grado la temperatura de la sangre. Poco después desflora el azahar y el centro se inunda de una fragancia que hace que la ciudad entre por los cincos sentidos. Además, el sevillano es simpático y amable. Tiene una bonita ciudad que enseñar y le encanta hacerlo. Otra cosa es que sea integrador. El único género de integración que se conoce en Sevilla es la asimilación completa. O uno le hace las correspondientes genuflexiones a los ídolos de la tribu (especialmente a los que son de madera y se dan un garbeo anual por la ciudad) o puede prepararse para dar explicaciones, muchas. Un ejemplo típico es la fiesta por antomasia, la feria de Sevilla. Hay tres modos de divertirse en ella: teniendo dinero bastante para ser socio de una caseta privada; haciendo sacrificios para pertenecer a la categoría anterior; o siendo del tipo de personas a las que le encantan los empujones de gente borracha. Si Ud. no pertenece a ninguna de estas categorías, la feria de Sevilla es un deambular sin sentido esquivando caballos con jinetes a punto de caerse al suelo y torbellinos de albero.
   Tanta feria, tanto azahar, tantas tonalidades de luz, y tanta guasa, hacen del sevillano un chauvinista que no tiene la menor duda de vivir en el mejor sitio del mundo, de hecho, en el ombligo del mundo. Para el sevillano el mundo se divide en Sevilla y el extranjero. Y ésta es una clave que pocos conocen para entender lo que ocurre por estas latitudes: Andalucía no existe. “Andalucía” es el nombre que los sevillanos le dan a la provincia homónima de Sevilla y a los territorios que los sevillanos invaden periódicamente, esto es, la aldea de El Rocío, Matalascañas, Valdelagrana, Rota, Punta Umbría y demás playas “sevillanas”. A estos territorios les corresponde el calificativo de terra nullius, es decir, tierras improductivas y sin habitantes hasta que llegan nuestras hordas civilizatorias. No obstante, pese a su ombliguismo, el sevillano sabe reconocer lo bueno cuando lo ve. Es el caso del carnaval de Cádiz. A pesar de que conoce lo que se siente en Cádiz hacia la capital de Andalucía, el sevillano ve las chirigotas y comparsas y confiesa: “la verdá e que tiene grasia lo hoio” (la verdad es que tienen gracia los jodidos). Del mismo modo, en nuestra época de pizza con champán, muchos sevillanos viajaron al extranjero y podía Ud. comprobar cómo, con la expresión de quien se ha convencido de que la tierra se mueve, declaraban: “Praga es bonita, muy bonita”... Lo cual no evitaba que Sevilla siguiera siendo "lo mehó der mundo" (lo mejor del mundo).
   El sevillano visita Málaga, Cádiz, Granada, Almería y son ciudades que le gustan, que le agradan, sin que por eso pueda abandonar una expresión de profunda pena... la que le produce el que haya gente que no pueda vivir en Sevilla. Propiamente, el sevillano no odia a nadie, ya sea malagueño, gaditano u onubense. Es lógico, sólo en rara ocasión repara en su existencia. Si Ud. tiene ganas de pelearse con alguien diga en Huelva, en Málaga o en Cádiz que es de Sevilla o, mejor aún, intercale en su conversación un par de “miarma”(1), no tendrá que hacer nada más. En la época en que las matrículas de los coches llevaban distintivos provinciales, era tradición rayar los coches sevillanos allí donde aparcaran.
   Aprendí todo esto la primera noche que salí a tomar copas por Cádiz. Casi fui de pelea en pelea por poco más que abrir la boca y no decir “pisha”(2). Cádiz es genial, además de preciosa. Todo lo que acabo de narrar respecto de ese ente inexistente llamado "Andalucía", se repite en la provincia de Cádiz. Pasé unos maravillosos meses en El Puerto de Santamaría. No he conocido otro lugar en el mundo en el que resulte más fácil dejarse llevar por el dulce transcurrir de la vida. De hecho, en todo el tiempo que estuve allí no conseguí leer ni una sola página. El comienzo no fue, sin embargo, fácil. No sé cuántas veces se repitió el mismo diálogo:
- ¿De dónde eres? - Me preguntaban.
- De Sevilla.
- ¿Pero de Sevilla capital? - Gesto malhumorado.
- No, de un pueblo cercano.
- ¡Ah! Porque los de Sevilla capital son todos unos saborio (desabridos).
   Después descubrí que había algo peor que ser de Sevilla capital, ser de la cercana capital, Cádiz. En Jerez, en El Puerto de Santamaría, en San Fernando y, me parece que en toda la provincia de Cádiz, no pueden ver a los gaditanos de la capital. A poco que se identifiquen se les raya el coche y se les pega si se ponen medianamente gallitos. La excusa es que Andalucía es muy grande, con gente que ha llegado aquí de diferente procedencia y en diferentes épocas, algo que ha dejado una profunda marca en la lengua. Pero todo esto es, únicamente, una excusa. Me contaron que en Oviedo las señales de tráfico no indican “A Gijón”, sino “A la playa” y que la gente de Gijón, cuando las matrículas tenían distintivos provinciales, se iba a Girona a matricular el coche para que tuviera una “GI” y no una “O” de Oviedo en la placa. Si uno visita Castilla-León, podrá ver el nombre de Castilla tachado en los carteles cuando entra en León y el de León tachado cuando entra en Castilla. En Sabadell no hablan de Barcelona, sino de “el paseo marítimo”, y mejor no mencionemos lo que se dice en Murcia de Cartagena, en Tenerife de las Palmas o viceversa... Parafraseando un diálogo de la película Europa uno podría decir que “esto es España, aquí todo el mundo odia a todo el mundo”. Por eso no está de más que alguien haya sacado unas risas de tanto odio sin sentido.




(1) “Miarma” (en castellano, “mi alma”), es una típica expresión de Sevilla capital, que no significa nada y que acompaña todo. El camarero le dirá, “ya voy, miarma”; si Ud. tiene un accidente, la persona que lo auxilie, le preguntará: “¿te has hecho daño, miarma?”; y el juez le sentenciará: “te han caído veinte años cárcel, miarma”.
(2) Aplíquese todo lo dicho respecto de “miarma”, sólo que en el ámbito geográfico de Cádiz capital.

domingo, 1 de abril de 2012

ZP como problema

   Si recuerdan, el que ahora es nuestro amadissimo presidente de gobierno, Don Naniano Rajoy, decía hace unos meses que el problema que tenía España era Zapatero. La solución a todos los males era, pues, darle la patada por su incompetencia. Un día después de que el Sr. Rajoy llegase al cargo de presidente del gobierno, todas nuestras cuitas desaparecerían como por ensalmo. Ahora que ya es presidente y que los problemas, lejos de desaparecer, parecen agravarse (nuestra prima riesgo evoluciona peor que la de Italia), sería conveniente comenzar a preguntarse qué ha pasado. Y la respuesta es muy simple. El desastre provocado por el Sr. Zapatero se debió, en buena medida, a que vivió durante ocho años en un país estupendo y multicolor que, para nada, era el país en el que vivíamos el resto de los mortales. La cuestión está en que, con su llegada a La Moncloa, el propio Rajoy parece haber entrado en ese país tan poco real. Dicho de otro modo, el Sr. Rajoy ha demostrado estar tan alejado de la realidad como lo estaba el Sr. Zapatero, así que no hay que ser muy inteligente para concluir que vamos de cabeza a un desastre corregido y aumentado. Felipe González tardó trece años en tirar por el retrete la confianza que los ciudadanos habían depositado en él, Aznar ocho, Zapatero seis, Rajoy cien días. Mucha gente, incluso de derechas, me habla de maravillas de Felipe González, pero fue él quien se encargó de hacer posible que Aznar llegara al poder. Y de Aznar se podrá decir lo que se quiera, pero hizo posible que Zapatero llegara al poder. Y Zapatero le puso en bandeja La Moncloa a Rajoy. Y, de seguir por este camino, Rajoy va a lograr que nuestro próximo presidente del gobierno sea una versión cutre de Torrente, el brazo tonto de la ley.
   Como ya he explicado, entra dentro de lo normal que los españoles nos llevemos chascos con las alemanas. También es comprensible que si uno es un político español, es decir, si no habla otro idioma que el español, cuando nos dicen: “presente Ud. las cuentas y después ya hablaremos de flexibilizar el objetivo de déficit público”, alguien, medianamente despistado, entienda que el están dando la razón. Lo que ya no es normal, ni comprensible, ni aceptable es que se ponga sobre el tapete un déficit público del 5,3% sin haber consultado con nadie en Bruselas la posibilidad de que esa propuesta pudiese no ser aceptada y es directamente de tontos no haber tenido un plan B diferente de decir: “¡Ah! Bueno, vale”.
   En fin, un mal día lo tiene cualquiera. Mosquear a nuestros socios europeos, que se están tragando ranas y sapos para mantenernos a flote, no está muy bien, pero pase. Lo que ocurre es que los miembros de este gobierno parecen levantarse cada mañana pensando a quién más pueden mosquear. Primero se ignora a los sindicatos, haciendo como que no existen. Después se le advierte a los banqueros que de beneficios nada, todo para aprovisionar pérdidas. A continuación se elevan los impuestos a los empresarios. Finalmente, se les planta una reforma laboral a los trabajadores y vuelta a empezar con el círculo del mosqueo. Entre medias, algún ocurrendo de Ruiz Gallardón sobre el aborto o un par de astillitas en el camino de los opositores por parte del Sr. Wert. Pero la palma, es, sin duda, para el señor De Guindos. Parece llevar tatuada en su amplia frente el lema: “esto es España y aquí hay que sufrir”. Siempre que no tiene una mala noticia que transmitir, advierte que lo peor aún no ha llegado y que recortar, hay que seguir recortando. Vamos a ver. Imaginemos que yo tengo diez euros en el banco y que un día sí y otro también, oigo a mi ministro de economía decirme que siga haciéndome agujeros en el cinturón, ¿qué haré con esos diez euros? ¿saldré a gastármelos o los dejaré a buen recaudo por si los necesito? Y si todo el mundo hace lo mismo ¿cómo demonios se va a reactivar la economía? Yo no digo que las medidas más duras haya que mantenerlas en secreto, pero alguien con un poco de conocimientos de lo que significa la expresión “política comunicativa”, tendría que ponerle una mordaza al Sr. De Guindos. Ahí es nada decirle a los empresarios que se les va a subir los impuestos en el mismo consejo de ministros en el que se aprueba... ¡una amnistía fiscal! Que bueno, que vale, que a lo mejor hay que hacerla, lo que clama al cielo es que se apele, como fundamentos para hacerla, a una recomendación de la OCDE y al precedente del gobierno ¡¡de Berlusconi!! Como todo el mundo sabe la OCDE es famosa por fallar más que una escopeta de feria en sus predicciones económicas y éste es un ejemplo palmario. ¿Que se va a recaudar cuánto? Si yo fuera un empresario al que le van a subir los impuestos, el viernes por la tarde estaría llamando a mi asesor fiscal para preguntarle cómo puedo llevarme el dinero a Suiza. Al fin y al cabo, dentro de diez años o así me lo van a regularizar... Y en cuanto a Berlusconi, quizás el Sr. Rajoy todavía no se ha enterado cómo terminó, ya sabemos que él sólo ve en los telediarios las noticias deportivas.
   No obstante, hay que ser justos, este gobierno mosquea a todos por igual, pertenezcan a su partido o no. Que se lo digan al Sr. Arenas. Este pobre hombre lleva 16 años intentando pillar un carguito en Andalucía y cuando ya parecía que lo tenía hecho, han venido sus colegas de partido a “echarle una mano”. Con tantos ministros pinchando al primero que se colocase a tiro, tantos anuncios de lo que iba a ocurrir el 30 de marzo y tantos silencios del propio Arenas, al final el gobierno del PP ha conseguido crear un  problema de insospechadas consecuencias donde había un triunfo histórico. El Sr. Griñán se ha salido con la suya y podrá gobernar (es un decir) en coalición con IU. Savater recordaba que, según los griegos, cuando los dioses querían fastidiarnos, nos concedían, exactamente, lo que con más frecuencia les pedíamos. Eso mismo puede pasarle al Sr. Griñán. IU debería exigir, entre otras cosas, el 25% de las consejerías, incluyendo la de Agricultura. El problema para el Sr. Griñán es que, como él anda diciendo desde las generales, Andalucía vota mayoritariamente a la izquierda. A la izquierda, izquierda. Tan a la izquierda que ya veremos si ha votado al PSOE. Quienes se van a repartir las consejerías no son socialdemócratas y, ni siquiera, “progresistas”. La cabeza de cartel de esta IU que ha doblado el número de escaños en el parlamente autonómico es gente del PCE y del Sindicato de Obreros del Campo, gente que lleva años ocupando fincas sin labrar y exigiendo su reparto entre los jornaleros. El próximo consejero de agricultura puede ser Sánchez Gordillo que, como alcalde del cantón independiente de Marinaleda, expropió hasta la señal de Canal+. El Sr. Arenas haría bien en no preparar las maletas de vuelta a Madrid demasiado pronto. Es bastante probable que el PSOE descubra, una vez más, que se lleva mejor con los que ganaron la guerra civil que con la izquierda de verdad..
   Pero la cuestión no para aquí. La coalición entre IU y PSOE en Andalucía puede hacer palanca en Extremadura e incluso en Asturias. El PSOE ha comenzado a ver brotes verdes antes de atravesar su particular desierto y al gobierno, literalmente, le han crecido los enanos. De hecho, le han crecido por millares, todos esos que participaron en la huelga general y en las manifestaciones subsiguientes. De pronto, el Sr. Rajoy ha descubierto que el cheque en blanco que le firmaron en noviembre carece de fondos y que le quedan tres años y medio, larguísimos, en los que tendrá que hacer lo último que tenía intención de hacer una vez llegase al gobierno, gobernar.
   No, Zapatero no era el problema. Zapatero era parte del problema. La otra parte está ahora ocupando el cargo que él ocupó.