Mostrando entradas con la etiqueta enfermedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta enfermedad. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de diciembre de 2012

El nuevo biopoder (2)


Además de en educación, los recortes que se están aplicando a los servicios públicos afectan especialmente a la sanidad. Se ha aumentado el horario de los profesionales del sector, con la inevitable pérdida de calidad del servicio, y, de todos modos, se ha recortado personal, procediéndose, además, a la disminución de camas disponibles en determinadas fechas. La consecuencia ha sido una inevitable degradación de ese intangible que se llama “bienestar social”, pero, a veces, lo que ha producido es una serie de dramas personales muy tangibles. Por si fuera poco, estas medidas han ido acompañadas de un tijeretazo semejante al caudal de productos farmacéuticos pagados por el Estado. Ciertamente es una dimensión trágica para enfermos crónicos necesitados de ciertas medicinas que, a partir de ahora, tendrán que pagar de su bolsillo. No obstante, junto a este aspecto, indudablemente negativo, hay un aspecto positivo en esta medida, muy positivo. Pongamos un ejemplo. Víctima no de este tijeretazo sino de otro anterior que se produjo en época de bonanza económica, se cayeron de la bolsa de productos pagados por el Estado, todos los jarabes antitusígenos. Resulta difícil hacer una lista de cuántos hay en el Vademecum, cada uno con una diana específica. Existen antiespasmódicos, dilatadores bronquiales,  algunos que se dirigen a los centros neuronales que originan la expectoración y, cómo no, mezclas de los anteriores. La pregunta obvia que se plantea es por qué se los sacó de la bolsa de los subvencionados. Yo, que he tomados litros de la mayoría de ellos, puedo dar una explicación fácil: ninguno sirve para nada. De entre toda la infinidad de antitusígenos que he probado, el único que ha producido real eficacia en mí ha sido la infusión de tomillo con miel. El resto no produce una mejoría sensible superior a la de un vaso de agua (literalmente). Independientemente de que mi experiencia personal tal vez no sea generalizable, el hecho de que los jarabes contra la tos hayan dejado de ser financiados por el erario público conduce a la inevitable pregunta de por qué lo fueron alguna vez.
Hace unos años, era fácil encontrar algún médico que, en cuanto los análisis de sangre mostraban un colesterol elevado, recomendaban el inicio de un tratamiento que, además de la consabida dieta, incluía algún tipo de medicamento. La industria alimenticia no tardó en montarse al carro y sacó todo tipo de productos que “ayudaban a controlar el colesterol”. No se trataba de un simple diagnóstico. Tener el colesterol alto, significaba entrar en la categoría de los enfermos crónicos, pues, por mucho que se siguiera el tratamiento y que se consiguiera reducir los índices de colesterol, no se podía abandonar la dieta ni la medicación sin que pendiera sobre nosotros la amenaza de recaer. Pues bien, la parte divertida de esta “enfermedad crónica” es que no se trata de ninguna enfermedad crónica, de hecho, no es ninguna enfermedad. Un colesterol elevado es, únicamente, un índice de riesgo, un índice de riesgo de sufrir una enfermedad coronaria. A partir de aquí las cosas se vuelven cada vez más divertidas.  En primer lugar, ¿de qué riesgo estamos hablando? Un análisis riguroso de los ensayos clínicos al respecto muestra que ningún tratamiento logra disminuir el riesgo de infarto en mujeres que no han sufrido previamente uno por muy elevado que sea su colesterol. Para mujeres con un infarto el riesgo bajaba del 18 al 14% en cinco años. Entre los hombres, el riesgo bajaba del 15 al 13% si ya habían sufrido un infarto y es difícil decir si había algún beneficio para hombres que no hubiesen sufrido  infarto alguno. Dicho de otro modo, para más del 95% de la población tener el colesterol alto no implica ningún género de riesgo real y, sin embargo, se los condena a un tratamiento de por vida. Tratamiento, eso sí, que, con toda probabilidad, les llevará a contraer nuevas enfermedades que no hubiesen aparecido de no seguirlo. Incluso se puede escarbar un poco más en la misma dirección. ¿Cuál es la frontera que marca lo que es un “colesterol alto”? Esencialmente, esa frontera no se traza por criterios objetivos, sino por criterios de beneficios, de beneficios de la industria farmacéutica. La diferencia entre poner ese límite en 220 ó en 240, es un 2% de un mercado potencial de cientos de millones de personas o, si lo quieren en plata, la diferencia entre poner el límite en 220 ó en 240 es que la industria farmacéutica gane o no unos centenares de millones de euros más o menos al año.
Con las cosas como están, si los análisis de sangre revelan un colesterol alto, los médicos son mucho más proclives a pedir otro régimen de vida al paciente, a darle una lista de alimentos prohibidos y recomendados y nada más. Los medicamentos contra el colesterol que tanto bien hacían, teóricamente, a la humanidad, han sido, igualmente, víctimas del tijeretazo que se ha efectuado en la sanidad pública y, nuevamente, cabe preguntar por qué se los ha sacado de la bolsa de medicamentos subvencionados y por qué, en su día, fueron incluidos dentro de ella. 
El resumen de estas dos historias es una famosa huelga de médicos que sufrió Israel allá por los años 70. Los hospitales  se cerraron y durante más de quince días no hubo asistencia primaria ni pública ni privada, simplemente, no había médicos que atendieran a los pacientes. Las estadísticas muestran que en aquellos quince días, prácticamente, no hubo defunciones. En medicina, como en muchas cosas de la vida, se revela como una hermosa verdad el principio rector del minimalismo enunciado por Mies van der Rohe: menos es más.

domingo, 8 de julio de 2012

El nuevo biopoder (1)


   Esta semana, la empresa farmacéutica GlaxoSmithKline ha emitido un comunicado reconociendo haber alcanzado un acuerdo extrajudicial con las autoridades norteamericanas, por el cual, a cambio de paralizar las acciones legales emprendida contra ella por malas prácticas, accedía a pagar una multa récord. La multa en cuestión asciende a los 3.000 millones de dólares. ¿Qué futuro le espera a GlaxoSmithKline teniendo que afrontar un pago de este monto en plena época de crisis? Veamos, el anterior récord en cuanto a multas lo ostentaba otro honorable miembro de lo que suele llamarse el big pharma, Pfizer. En 2.009 a Pfizer le cayeron 2.300 millones de dólares de multa. ¿Se arruinó Pfizer? ¿ha dejado de existir? Según diversas estimaciones, Pfizer gana un millón de libras... a la hora. No le costó más de 2.300 horas reunir el dinero de la multa, es decir, algo menos de 100 días. En 2.009 todavía le quedaron 265 días para hacer caja. Aunque sacadas de contexto estas cifras parecen desorbitadas, en el marco de las astronómicas cifras de ganancias del big pharma son poco más que una multa de tráfico. Esto es algo así como si a Ud. le tocaran 160 millones en la primitiva y Hacienda le reclamara un pago del 25% de esa cantidad. ¿Sentiría alguna pena?
   Que una empresa farmacéutica gane una millonada a la hora da idea de cuál es realmente el problema. Y el problema es que las empresas que constituyen el big pharma tienen presupuestos anuales más elevados que los presupuestos de la mayoría de Estados del mundo. Aunque la comparación real no debe hacerse con el presupuesto de los Estados, sino con el presupuesto que éstos dedican a sus respectivas agencias para el control de fármacos. La propia FDA, el organismo norteamericano al que le corresponde esta función, reconoce no perseguir más que el 5% de los delitos por falta de personal y presupuesto.
   En esencia, a GlaxoSmithKline se la acusaba de ofrecer a los médicos suculentas "becas" para ir a congresos que, casualmente, se celebraban en paraísos turísticos de playas cristalinas. Se la acusaba, igualmente, de haber promocionado dos fármacos más allá de los límites legales establecidos para ellos, consiguiendo que se generalizara la prescripción a menores de 18 años de un antidepresivo cuyo uso había sido aprobado únicamente en adultos y que otro antidepresivo se hiciera común en el tratamiento de los problemas de erección. Finalmente, se la acusaba de haber ocultado los graves efectos secundarios de un tercer medicamento. En definitiva, a GlaxoSmithKline se la acusaba de lo que son prácticas habituales en el sector. Como digo, la cuestión es que los Estados carecen de recursos para enfrentarse al big pharma y se limitan a arañarles unos cuantos milloncejos al año. En esta ocasión le ha tocado a GlaxoSmithKline, en los próximos años la dejarán seguir haciendo las mismas cosas, hasta que le vuelva a tocar contribuir a las arcas públicas. Las empresas farmacéuticas saben que éste es el juego y lo aceptan con deportividad.
   De todos modos, lo anterior es un planteamiento demasiado simplista. No se trata de que los Estados no tengan recursos para enfrentarse al big pharma, tampoco desean tenerlos. Teniendo en cuenta la magnitud del negocio de que estamos hablando, estas empresas se aseguran de que las líneas maestras de la política vayan por el camino que les interesa en la mayor parte de los países. Numerosísimos partidos políticos del mundo, de las más diversas tendencias, reciben generosas donaciones de las grandes multinacionales farmacéuticas, simplemente, para que "comprendan" sus problemas. Un ejemplo es Europa, donde la "comprensión" con las empresas farmacéuticas es un consenso entre los políticos. No podrá esperar de ningún político europeo una sola declaración acerca de la industria farmacéutica que no pase por considerarla eso, una industria, es decir, un sector que promueve empleos y genera riqueza, sin la menor alusión a la salud de los consumidores de los productos de esta industria.
   Porque la cuestión es que, detrás de cifras millonarias y de tejemanejes políticos, están personas de carne y hueso, personas que no entienden cómo y hasta qué punto, sus vidas están tan medicalizadas a los treinta años como la de sus padres a los sesenta. Personas que están atentas a prevenir enfermedades, como la osteoporosis o la hipertensión, que sus abuelos no sufrieron. Personas que, como Ud. o como yo, tienen ya un botiquín en su casa, compuesto por medio centenar de medicamentos que, supuestamente, han contribuido a mejorar nuestra salud. Pues bien, el día en que esté particularmente aburrido, tome cada una de esas cajas, lea sus prospectos y pregúntese: ¿contiene la curación de alguna enfermedad? no; ¿contiene algún principio que contribuya sin dudas a mejorar nuestra salud? no. Tírese entonces a las llamas porque no puede contener más que publicidad y engaño. Si procediéramos a revisar las farmacias convencidos de estos principios, ¡qué estragos no haríamos!