La segunda tópica no le salió mucho mejor a Freud. Pretendiendo acabar con los homúnculos lo que hizo fue multiplicarlos. Mi Yo quedaba ahora controlado por el homúnculo Ello y el homúnculo Superyó, pero ahí no para la cosa. Resulta que, además, las tres instancias, Yo, Ello y Superyó, tenían sus partes conscientes y sus partes inconscientes, con lo que, una vez más, los pequeños homúnculos que me dominan tienen en su interior homúnculos más pequeños. Por si fuera poco, Freud dotó a estos homúnculos de un aspecto siniestro y describe al Yo como una pobre bestia entre dos (es decir, cinco) amos despiadados. Por más que revistiera esta tópica de ropajes míticos, resultaba aún más coja que la anterior y Freud acabó por abandonarla buscando, por fin, alguna explicación de la psique humana libre de homúnculos. En su última etapa, entendió las acciones de los seres humanos como el producto de dos fuerzas impersonales que los dominan, eros y tánatos. Que esta explicación era bastante buena lo demuestra el hecho de que, a diferencia de las anteriores, explica bastantes menos cosas, pero, ¡ay! era demasiado tarde, Freud había contribuido ya decisivamente a un modo de entendernos tan disparatado como popular. Y es que, después de Freud, no ha habido manera de sacar a los homúnculos de nuestras cabezas. Vemos porque hay un homúnculo cómodamente sentado en su sofá, que observa lo que el cerebro proyecta en una pantalla. Leemos porque hay unos homúnculos que van reconociendo las palabras. Oímos porque pequeños homúnculos analizan lo que se nos va diciendo. Por supuesto, como buenos homúnculos, todos ellos están dotados de humor, intereses y aficiones que orientan nuestra atención hacia determinadas cosas que vemos, oímos o leemos. Aún mejor, si soy como soy es por culpa de unos homúnculos todavía más pequeños situados en mis células, dotados de caracteres tales como la inteligencia, la homosexualidad o la violencia, que me determinan a ser como soy. La idea de que todos estos factores de mi personalidad y operaciones de mi mente sean, en realidad, producto de la interacción de unidades que trabajan en paralelo (es decir, formando sistemas no lineales) mediante la descomposición de la información en unidades mínimas ellas mismas carentes de significado, le resulta a la mayoría de psicólogos, a la totalidad de filósofos y al común de los mortales tan ajena como el clima de Alfa Centauri Bb. El significado tiene que venir del significado, el sentido del sentido y las reacciones humanas de pequeños hombrecillos. ¿Para qué intentar explicar las cosas de modo correcto si se las puede explicar de modo simplista?
Como digo, el resultado de las “explicaciones” homunculadoras es un modo de entender al ser humano absurdo y pueril, es decir, determinista. No es casualidad que en todos y cada uno de los ejemplos que aduce Daniel Dennett, no ya en sus libros dedicados al determinismo, incluso en La conciencia explicada, sistemáticamente se nos induzca a pensar que tenemos la cabeza llena de homúnculos. Los propios ejemplos “de tipo Frankfurt”, consisten, una y otra vez, en meter un homúnculo en nuestros cerebros. Es obvio que si hay un homúnculo que me guía, “yo” no soy libre, lo cual lleva a la ridícula idea de que si consiguiéramos arrancar a ese homúnculo de mi cerebro, sí sería libre. Dicho de otro modo si mi carácter me determina, arranquemos mi carácter de “mí” y seré libre. O si lo quieren se lo expreso de un modo más gráfico, el compatibilismo contemporáneo plantea que el camino hacia la libertad pasa por la lobotomía.
Cuento todo esto porque el gran éxito cinematográfico del verano es Intensamente (Inside Out), una producción de la Pixar al servicio de Disney. El objetivo último de la película no es otro que convencer a los niños en su más tierna infancia de que tienen la cabeza llena de homúnculos de todos los colores y tamaños, no vaya a ser que de mayores puedan llegar a entenderse a sí mismos de un modo diferente a como plantea el más radical determinismo. El comportamiento de la niña protagonista queda en manos de cinco personajillos encargados de pulsar lo botones de una consola que parece diseñada por el propio Dennett. Aunque cada uno de los personajes dice representar una emoción básica, lo cierto es que todos ellos están dotados de personalidad completa, siendo, en realidad, prototipos caracteriólogios, homúnculos en la más pura tradición de Paracelso. La enjundia de la película consiste en saber qué va a hacer la niña o, lo que viene a ser sinónimo, qué personajes se van a quedar a cargo de la consola. Por si hubiese alguna duda, se nos aclara que no es el caso de los niños en situaciones traumáticas, también los adultos están dominados por los homúnculos que tienen a cargo su consola y no se deja escapar la oportunidad para aclararnos que un ser humano no funciona de modo distinto a un perro o un gato, con sus propios “gatúnculos” dentro del cerebro. La parte más terrorífica es que la película dice haber sido asesorada por un grupo de “expertos”, lo cual permite anunciarla como un instrumento para ayudar a que los niños entiendan el funcionamiento de sus emociones. Su propósito expreso no es entretener, es formar mentes. Los “expertos” no han desaprovechado la ocasión para sacar cabeza en las columnas de los periódicos y promocionarse mientras promocionan una película que, sin duda, les reportará nuevos clientes. No es difícil imaginar que los padres, tras el paso por taquilla o por algún programa de descarga, aprovecharán los homúnculos tan perfectamente caracterizados en el film para explicarles a sus hijos las raíces últimas de su comportamiento, es decir, para que aprendan a entenderse a sí mismos del modo en que se quiere que nos entendamos todos y que conducirá a esta generación a considerar que la libertad es la exótica invención de algún homúnculo alucinado.