Las aguas filosóficas del mundo académico norteamericano bajan revueltas. La razón no es, naturalmente, alguna disputa teórica. Más bien las ha revuelto la dimisión de Colin McGin, prominente filósofo del lenguaje británico, defensor de la imposibilidad de llegar a entender el fenómeno de la conciencia, que ha tenido que dejar su puesto en la Universidad de Miami por acosar sexualmente a una estudiante. Hasta qué punto es un caso aislado puede mostrarlo el hecho de que existe, desde 2010, un blog llamado What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?, en el que se recogen testimonios acerca del desprecio hacia las mujeres en el entorno de la filosofía universitaria. Todo esto era lo suficientemente llamativo como para que el The New York Times, haya abierto una serie de entrevistas con cinco mujeres filósofas para dar cuenta de la situación de la mujer en la filosofía. Lo que surge de estos testimonios es una suerte de fuego graneado contra la filosofía en general con la conclusión unánime de que la filosofía es un territorio que la mujer sólo puede sentir extraño cuando no enemigo. Aún más, no se trata sólo de las mujeres, cualquier otra minoría encuentra escaso refugio en él. Los números son muy claros. Mujeres en particular y minorías raciales en general, están infrarrepresentadas en el mundo académico de la filosofía norteamericana. El número de mujeres que estudian filosofía o hacen tesis doctorales está por debajo de disciplinas como las matemáticas, la economía o la química, lo cual genera una especie de círculo vicioso porque también las publicaciones realizadas por mujeres son menos citadas que las de sus correspondientes colegas varones...
A partir de los datos, las teorías. Una posible explicación es que la filosofía es una disciplina construida por varones blancos. Mujeres, negros y chinos, son incapaces de identificarse con el modelo de filósofo imperante. Los filósofos fueron hombres y como tales hablaron. No es difícil encontrar todo tipo de mensajes sexistas, cuando no misóginos. La filosofía, como no podía ser de otra manera, ha sido construida de acuerdo con un modelo racional basado en el modo de pensar de los hombres, por no decir, en un modo de pensar machista, con el que las mujeres sólo pueden sentirse hostigadas. El propio carácter abstracto de la filosofía lo demuestra. Las mujeres están mucho más interesadas por cuestiones concretas, prácticas, alejadas del etéreo mundo de la filosofía, muy típico de la mentalidad varonil. De hecho, el propio alejamiento de las mujeres respecto de la filosofía demuestra ese espíritu práctico, porque, como concluye alguno de los escritos referidos a este tema, la filosofía es cosa del pasado, una disciplina anquilosada y a punto de desaparecer.
No estará de más centrar el tema en medio de semejante diatriba. Para mí el problema es que en el mundo de la filosofía académica hay demasiados casos de acoso sexual porque si hay uno, ya hay demasiados. La cuestión es si esto es culpa de la filosofía o de una filosofía, es decir, cuál es el papel de la mujer en la filosofía y cuál es el papel de ciertas filosofías respecto de la situación de la mujer. Inevitablemente ambas cuestiones nos obligarán a plantearnos si la situación de la mujer en la filosofía es distinta a la que se presenta en otras disciplinas y otros países. Pero antes de empezar, me temo que es imprescindible decir algo acerca de “What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?”
Leer “What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?” es una experiencia que yo les recomiendo. Cualquier jovencita que se esté planteando entrar en la carrera de filosofía sacará fácilmente la conclusión de que se va a adentrar en un campo minado en el que será violada en cuanto se descuide. Es un fenómeno sociológico que descubrieron hace tiempo las compañías farmacéuticas y del que han sacado un partido extraordinario. Ud. crea una enfermedad, por ejemplo, el síndrome de los dedos gordos inflamables, lo describe someramente, crea un blog sobre él y cuelga un par de testimonios. Al cabo de unos años tendrá tres centenares largos de personas describiendo el calvario que ha supuesto para sus vidas que los pulgares se les inflamen. Por supuesto no estoy diciendo que el acoso sexual sea una enfermedad inventada, pero sí que en ese cúmulo de testimonios hay algunos que deberían estar en un juzgado y otros que hablan de sexismo en la filosofía porque un profesor comparó la conclusión de un artículo con un orgasmo o porque un compañero de estudios borracho sostuvo la tesis de que las mujeres no pueden aprender lógica. Mejor aún, resulta que la situación del mundo académico de la filosofía norteamericana es el que hay en todo el globo porque un profesor europeo visitante en una universidad norteamericana acosó a una alumna con la excusa de que “era lo normal en Europa”. Para confirmarlo, nada mejor que un par de testimonios procedentes de Suecia, país al que el patriarcado romano no llegó ni en envases de plástico pero que compite con España por los primeros puestos en las estadísticas de violencia de género...
Una de las cosas que me preguntó el Prof. Otto Saame la primera vez que hablé con él fue si yo sabía leer griego. Le dije que no y él me respondió que entonces yo no era un verdadero filósofo. No le tuve demasiado en cuenta ese comentario y acabé tomándole el aprecio que le tomaron todos los que tuvieron la suerte de conocerle, pues era una persona absolutamente encantadora. Haber estudiado matemáticas, química y geología en el bachillerato me convertía en miembro de una minoría dentro del campo de la filosofía y si alguien nos hubiese hecho conscientes de la discriminación de que éramos objeto, probablemente me hubiese tomado el comentario del profesor Saame como ofensivo contra mi minoría. Lo que quiero decir es muy incorrecto políticamente hablando pero real, una ofensa existe si hay alguien que ofende y alguien que se siente ofendido. El acoso sexual es acoso sexual y no tiene más vueltas. Referirse a una miembro del departamento como “el bello espécimen” sólo puede significar una cosa. Pero comentarle a una mujer que “la filosofía no es una disciplina para mujeres” puede ser un agravio, una ofensa, una descripción de los hechos, una provocación o un acicate, entre otras cosas, dependiendo del tono y el contexto en que se diga. Recuerdo haber oído una entrevista con el creador de un museo de la negritud. Afirmaba que decidió crearlo cuando uno de sus profesores comentó que “los negros no tienen historia”. Es un claro ejemplo de que un profesor, un buen profesor, debe saber lanzar semejantes provocaciones por mucho que alguien encuentre en ellas la excusa que estaba buscando para ofenderse.
(Continuará...)