Woody Allen asegura haber asistido a terapia durante más de 30 años. Le hubiese salido más barato darle a su psicólogo un porcentaje de las ganancias de sus películas que pagarle sesión a sesión. ¿Se imaginan Uds. la cara del terapeuta de Woody Allen cuando se enteró de que tenía un competidor que prometía curar a los pacientes en veinte minutos? Más de uno se sintió, en efecto, incómodo con la nueva verdad emergente. Por una lado, su popularidad prometía atraer a consulta mareas humanas. Por otro, la velocidad de sus curaciones mandaría más de la mitad de los colegiados al paro. Mientras la curva de la PNL se mostraba ascendente, pocos se atrevieron a hablar contra ella. A finales del siglo pasado la tendencia cambió y, con la resaca, aparecieron las primeras críticas hacia técnicas concretas, tales como el acceso ocular. Esas primeras críticas se trocaron, con el paso al nuevo siglo, en estudios que ponían en duda la “cientificidad” de la PNL, pero aún pasaría una década hasta que alguien se atreviese a calificarla de “pseudociencia new age”.
Que los psicólogos rechacen una teoría por no ser científica es algo así como poner multas por exceso de velocidad en las 500 millas de Indianápolis. Recordemos, la historia de la psicología del siglo XX estuvo dominada, básicamente, por dos corrientes: el psicoanálisis y el conductismo. Los “centenares de casos de curación por la palabra” de que hacía gala Freud, se reducen, en realidad, a ocho casos clínicos. Ocho casos que, si son leídos sin maldad, llevan a la conclusión de que Freud empleó más tiempo en convencer a sus pacientes de que tenían una enfermedad que en “curarlos”. Todo lo cual no es óbice para que la inmensa mayoría de los psicólogos que viven de tratar a pacientes hagan uso de técnicas enraizadas, de modo más o menos lejano, en las creadas por el padre del psicoanálisis.
La otra gran corriente fue, como digo, el conductismo. El conductismo condujo a la psicología a las ansiadas riveras de la cientificidad al módico precio de renunciar al estudio de lo que se suponía que era su objeto de atención, la psique. El detenido análisis de gráficas, el estudio pormenorizado de tasas de refuerzo y complejas fórmulas matemáticas creadas ad hoc permitieron, por ejemplo, que tras largas sesiones, un niño que tenía fobia a las ratas, paladeara su postre favorito mientras acariciaba una. Logro este, que fue exhibido con orgullo por los secuaces de Skinner, pero que, al común de los mortales, no podía dejar de causarle inquietud.
¿Que la PNL no cura? Pues miren, si yo tuviese que elegir entre un señor que no me va a curar después de cinco años de tratamiento y un señor que no me va a curar en una sola sesión, personalmente lo tendría muy claro. ¿Que las técnicas de PNL que funcionan no son invento de Bandler y Grinder? Eso ya lo pueden leer negro sobre blanco en sus escritos.
En realidad, las miserias de la PNL están allí donde se hallan sus grandezas. Bandler y Grinder no sólo modelizaron a los terapeutas más famosos de su época, también hicieron lo propio con magos, hipnotizadores, estafadores y charlatanes de todo tipo. Por otra parte, la propia PNL es claramente invasiva, hay que enseñar al sujeto a manipular su propia mente y, para ello, nada como manipularla delante de sus ojos. La línea entre sacar lo mejor de una persona y convencerla de que ha sufrido una epifanía en presencia de su terapeuta es muy delgada. Bandler no tuvo mucho inconveniente en cruzarla y sus epígonos se lanzaron a tumba abierta tras él. Aún peor (si cabe), su promesa de curar en una sesión amenazó las prácticas de la psicología tradicional, pero también a los propios “maestros” de la PNL. Buena parte de la terapia consiste en dotar al sujeto de una serie de herramientas para que intervenga sobre sí mismo cada vez que se le presente un problema. Dicho de otro modo, paciente tratado, paciente que no vuelve. Rápidamente Bandler se dio cuenta de que el negocio no iba a estar en curar a nadie, de modo que trató de convertir la PNL en una especie de marca comercial de la que había que expulsar al propio Grinder. No, si la PNL había de convertirse en un negocio, el dinero habría de venir de otro sitio, de los seminarios, las conferencias y los libros que se hicieran basados en ella. El ascenso de la PNL es indisociable de la proliferación de libros de autoayuda que, de un modo más o menos descarado, tomaban sus enseñanzas de ella. Hoy día es fácil encontrar cursos de PNL que por el "asequible" precio de 2000€ prometen tocar el cielo con la mano a todos los que se inscriban en él. Como comentaba una persona habitual de estos cursos, si pagas 2000€ por un curso de unas cuantas horas, o te autoconvences de que has visto el rostro de Dios o le confiesas a todo el mundo que eres tonto de capirote. Los partidarios de la nueva fe argumentarán que autoconvencerse es, en realidad, la clave de toda mejora personal. Ahora bien, ¿creer que se poseen todos los recursos para alcanzar un objetivo conduce a alcanzar el objetivo? Sin duda, sí... O puede que no... O, quizás, depende...