Confieso que yo también me he reído con Ocho apellidos vascos, la película dirigida por Martínez-Lázaro que ha pulverizado todos los récords de taquilla en este país. Con todo, no es una obra maestra y ni siquiera está a la altura del talento de quienes se hallan tras ella. Porque tras ella están Borja Corbeaga y Diego San Juan, artífices de la genial criatura llamada Vaya semanita. Este programa de humor de la ETB, ponía semanalmente en solfa todos los temas de la actualidad política y social del País Vasco, encadenando sketches a cada cual más desternillante. Todavía me acuerdo de la anciana, ya muy arrugadita, a la que le sale un atracador que le pide “el dinero y las joyas”. La buena anciana le da el bolso, los pendientes, el anillo, el piercing del ombligo, el de la lengua y le pregunta al navajero: “¿quiere también el del pezón?” Naturalmente el chorizo pone cara se asco y sale corriendo. Con todo, lo más sorprendente del programa solían ser las continuas puyas al nacionalismo vasco en todas sus vertientes. Y no se puede decir que el programa cojeara de alguna ideología política. Al lehendakari socialista Patxi López, le dieron hasta en el carné de identidad. Con cuentagotas, el programa llegó al resto de cadenas nacionales. Esté haciendo lo que esté haciendo, me siento a ver cualquier capítulo que pillo, por muy antiguo que sea.
Pero si del norte la cosa venía bien, lo que han recogido del sur tampoco está mal. Alfonso Sánchez y Alberto López, más conocidos como “Los compadres” o “er culebra” y “er cabesa”, son un dúo humorístico sevillano que ha demostrado moverse a sus anchas en ese proceloso mundo artístico ajeno a la industria audiovisual. Industria que, en Andalucía, como cualquier otra industria, casi no existe. Saltaron a la fama colgando cortos en Youtube de monólogos a dos, de ahí pasaron a visitar los estudios de televisión para asaltar, finalmente, los cines. El mundo es nuestro es una descacharrante parodia del mundo sevillano que por atreverse se atreve hasta con la Semana Santa. Producida mediante el micromecenazgo, alcanzó éxito de crítica y público dentro de los límites que la industria permite fuera de ella. Comparado con lo que hacen en Ocho apellidos vascos, estamos, más bien, ante un paso atrás.
En cuanto a este fenómeno cinematográfico, tiene un arranque espectacular, que da paso, abruptamente, a la típica comedieta romántica, eso sí, aderezada por un par de golpes geniales. Para mí, el más destacable es el que da título a la película y que lo dice todo: “ella ya salió con uno del sur, pero tenía sus ocho apellidos vascos, a pesar de ser de Vitoria”. Afirmaba ese señor que engrandece cada fotograma en el que aparece, Karra Elejalde, que la película iba a hacer mucho bien a la ciudadanía. Y es verdad. Porque la guasa a propósito de “los del sur (del País Vasco)”, tiene su correlato en otro chiste que sólo podemos entender los del sur (de España): “Que no, que soy vasco... Y en todo caso, de ser andaluz, sería sevillano, no de Córdoba”. El siempre dicharachero entorno del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, por boca del crítico cinematográfico de Gara, descalificó la película por “costumbrismo tardofranquista”, porque el protagonista utilizara un acento vasco “de chiste” (para hacer chistes) y porque “hicieran de vascos gente que no era vasca”. Sin duda, a Gara le sorprendió (como a mí, todo hay que decirlo), que el papel de la protagonista recayera en la madrileña Clara Lago, habiendo actrices vascas con un palmito que no desmerece en nada al de la señorita Lago y que, de hecho, pasaron por Vaya semanita. Pero tal agravio, por mucho que pueda dolerle a la izquierda abertzale, no es nada comparado con el caso de Dani Rovira. Yo no sé si la familia y los amigos del malagueño han vuelto a dirigirle la palabra después de oírle decir (reiteradamente además) “miarma” en la pantalla grande.
Si Ud. pregunta a la gente por la calle en el corazón de la irredenta Guipúzcoa si prefiere que su hija se case con un andaluz o con un alavés, haciendo de tripas corazón, la mayoría le contestará que, puestos a que se case con un “no vasco”, por lo menos con alguien que cierta sangre vasca tendrá. Pero si Ud. pregunta en Huelva, en Córdoba, en Granada y, sobre todo, en Málaga, si la gente prefiere que su hija se case con un ex-miembro de ETA o con un sevillano, casi todo el mundo preferirá al vasco porque, como le explicarán, gudari se puede dejar de ser, el que nace sevillano, ya es sevillano “pa toa su vida” (para toda su vida). La única excepción es Cádiz. No porque a los gaditanos les agraden los matrimonios mixtos (es decir, con sevillanos), no. La razón es que cualquier padre gaditano confiará ciegamente en la educación que le ha dado a su hija y que consiste, entre otras cosas, en sacarle los ojos al primer sevillano que la mire.