A Sidney Hook (1902-1989) se lo puede considerar el filósofo norteamericano más influyente en la década inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Profesor en la Universidad de New York y, tras su retiro, investigador emérito en la Hoover Institution on War, Revolution and Peace de la Universidad de Stanford, inició su andadura filosófica bajo la supervisión de John Dewey, de cuyos planteamientos jamás se alejó demasiado. Formaba parte de las ideas de Dewey que la ciencia constituye la única forma de conocimiento a la que se le puede reconocer validez, por lo que si las ciencias sociales querían tener utilidad, debían aproximarse a algún género de conocimiento científico. Hook consideró que la ciencia más a mano para lograr tal objetivo venía encarnada en el materialismo dialéctico, que se presentaba a sí mismo como “ciencia”, convirtiéndose en la punta de lanza del acercamiento que se produjo entre pragmatistas y marxistas en la década de los años 20 del siglo pasado. A este respecto hay que recordar que el propio Marx había considerado que toda verdad quedaba reducida a la utilidad práctica que para el hombre (o el partido) pudiera tener lo que se sostenía y que el propio hombre se hacía a sí mismo mediante esa actividad llamada trabajo. Hook llegó a publicar De Hegel a Marx, saludado en la tradición marxista como uno de los análisis históricos más profundos acerca del nacimiento del marxismo. En los años 30 realizó un viaje a Moscú en el que se lo recibió con todos los honores en los círculos académicos.
Sin embargo, por motivos ajenos a los conceptos, los marcos teóricos y la filosofía en general, el pragmatismo norteamericano comenzó a sentir progresiva simpatía por el trotskismo, hasta el punto de que a los pragmatistas se les abrieron las páginas de Partisan Review, publicación de la que se habían hecho cargo los trotskistas y con la que acabarían quedándose los pragmatistas con Hook a la cabeza. A esta época pertenece una especie de juicio del “caso Trostki” con un juez único llamado John Dewey y que acabó dictaminando la inocencia del encausado respecto de todos los cargos que el estalinismo le adjudicaba. A raíz de semejante “prueba”, el pragmatismo norteamericano comenzó a abandonar sus devaneos con el marxismo, lo cual marcó el ascenso de Hook hacia el estrellato, con círculos, cada vez más amplios, que comentaban y loaban sus escritos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en efecto, Hook se olvidó de la ciencia, la teoría y los grandes problemas para centrarse en la educación y la política. Fundó asociaciones para renovar la pedagogía universitaria y abogó por una mayor democratización del ámbito educativo. El punto central de las ideas de Hook en esta época se halla en una vaga generalización de los presupuestos básicos del pragmatismo que llevaba a huir de todo lo que pudiera considerarse “verdad absoluta”, “valor supremo” o “principio universal”. Como diríamos hoy, “todo son interpretaciones”. Por tanto, concluía Hook, no se podía sostener la existencia en la sociedades humanas de principios inamovibles, tales como la libertad de los ciudadanos. La libertad, como la verdad, como el conocimiento, tiene carácter relativo, relativo a las circunstancias en las que se encuentra una sociedad. En consecuencia, cuando la sociedad se ve amenazada resulta lógico que restrinja las libertades. Si el comunismo amenazaba los EEUU, la represión de todos cuantos hicieran alarde de ideas comunistas, más que justificable, constituía una necesidad insoslayable. Ciertamente, con semejante argumento en la mano, había motivos más que suficientes para que Stalin defenestrara a Trotski, pero prefiero subrayar que el macartismo no consistió en la histeria colectiva causada por un fanático llamado McCarthy, sino en un entramado de hechos, instituciones y conceptos que acabó agenciándose de un sujeto con tal apellido y en el que los filósofos jugaron un papel decisivo. Las estructuras, una vez más, dieron lugar a los sujetos, no a la inversa.
Como buen intelectual, Hook se horrorizó del monstruo que él mismo había contribuido a crear y votó a favor de que Partisan Review criticara los procedimientos de McCarthy. No menos sarcásticamente, Hook fundó el American Committee for Cultural Freedom, que realizó múltiples congresos en diferentes países y contribuyó a la aparición de publicaciones de alto nivel desde Europa hasta la India. Del Comité formaban parte, entre otros, John Dewey, John Dos Passos, Max Eastman, John Kenneth Galbraith, el propio Sidney Hook, Karl Jaspers, Elia Kazan, Melvin J. Lasky, Mary McCarthy, J. Robert Oppenheimer, Jackson Pollock, James Rorty, Arthur M. Schlesinger y James Burnham.
El caso de James Burnham resulta notable. Profesor universitario como Hook, filósofo como él, participó con él en la fundación del Partido de los Trabajadores Americanos, aunque su simpatía hacia los trotskistas, como dijimos, compartida por Hook, le llevó a formar parte de sus organizaciones. En 1940, más o menos como Hook, pero de un modo bastante más sorpresivo, repudió públicamente el marxismo. No se puede decir con exactitud si eso ocurrió antes o después de que lo reclutara la Oficina de Servicios Estratégicos, embrión del que acabaría naciendo la CIA y de la cual Burnham formó parte hasta su muerte. De hecho, la CIA financiaba económicamente el American Committee for Cultural Freedom, todas sus actividades y publicaciones, además de contribuir al engrandecimiento de muchos de sus miembros. El que en diversas ocasiones realizaran críticas, por lo demás inocuas, a las políticas orquestadas desde la Agencia, se utilizó, simplemente, para darle al Comité una pátina de independencia, como ese agente propio que hay que dejar matar para que otro infiltrado ascienda en la organización enemiga. A esto se lo llama "diplomacia cultural", utilizar la tolerancia de planteamientos que, en el fondo, no dañan lo más mínimo a lo establecido para adoctrinarnos en la infinita libertad que proporciona el pensamiento único. Se sigue practicando con profusión. Radio Sawa, por ejemplo, convence a los jóvenes musulmanes de lo acertado de la visión americana del mundo entre los soniquetes de Eminem, Ariana Grande, U2, Madonna y demás chundachunderos de moda.
Todo lo anterior conduce, inevitablemente, a la pregunta de cuántos académicos, intelectuales y filósofos de hoy día redondean sus sueldos con el dinero de agencias estatales, departamentos de marketing y corporaciones, cuyos eslóganes propagan de soslayo.