Thomas Robert Malthus publicó su Essay on the Principle of Population en 1798. En él afirmaba que el crecimiento sin control de una población se produce en progresión geométrica, mientras que la producción de alimentos sólo puede aumentar aritméticamente, por lo que, más pronto que tarde, se llega a un límite en el que los alimentos escasean, anulando cualquier progreso conseguido anteriormente. El Essay estaba dirigido contra el núcleo mismo de los ideales ilustrados y, más en concreto, contra la “ley de pobres” aprobada por aquella época en Inglaterra, que trataba de proteger a los más desfavorecidos del alza de precios originado ya en las primeras etapas de la revolución industrial. Ayudar a los pobres era para Malthus un disparate, quienes no hubiesen conseguido subirse al carro de las clases medias merecía la muerte, pues cualquier migaja que se le arrojase la aprovecharía para engendrar más hijos, pobres como sus progenitores, multiplicando el problema en lugar de disminuirlo. Naturalmente, la sutileza de que cualquier ayuda proporcionada a los pobres es, en realidad, una inyección de liquidez a las empresas productoras por parte del Estado, se hallaba más allá de las entendederas de Malthus, para quien el mercado debía ser libre y los hombres emprendedores o sobrantes.
Como casi todos los libros que han cambiado la mentalidad europea, en el de Malthus escasean los datos y aun los argumentos y cuando unos u otros aparecen bordean el ridículo, hasta el punto de que los ejemplos que aporta de crecimiento de la población proceden, casi indefectiblemente, de situaciones históricas en que las fuentes de alimentación eran virtualmente ilimitadas. No obstante, su influencia ha sobrepasado lo estimable, contaminando todo tipo de pensamientos a izquierda y derecha. Se lo suele citar como una desafortunada influencia en Darwin, cuando Darwin, con la genialidad que le caracterizaba, supo ver que la teoría de Malthus era aplicable únicamente allí donde la cultura no actúa, esto es, a los animales y a etapas de la evolución humana en que ni la técnica, ni el cultivo, tenían un peso suficiente para influir en la producción, la procreación o el consumo. Mucho más desafortunada fue no la influencia sino la crítica que originó en Marx. En uno de sus arrebatos ilustrados, Marx consideró que el progreso técnico daría con el modo de esquivar las predicciones malthusianas, sobre cuya exactitud, por supuesto, no dudaba, como tampoco dudaron los ecologistas que las esgrimieron para alertar de la hecatombe a la que nos aproximábamos. De hecho, las tesis de Malthus han calado profundamente en nuestra manera de entender las cosas y todos asumimos, más o menos, que los alimentos son escasos y que o bien se los arrebatamos a los demás del plato o bien nos unimos a la lista de los que, como Malthus decía, “sobran”. Aún mejor, nadie duda de que buena parte de los problemas de los países subdesarrollados se acabarían “si tuvieran menos hijos”, bonito eslogan que soslaya el hecho de que para criar cualquiera de nuestros escasos vástagos europeos se necesita diez veces los recursos que consume un niño africano. Dicho de otro modo, somos nosotros, los europeos que hemos asumido la inevitabilidad de las familias monofiliales, los que tenemos demasiados niños.
Pues bien, tomemos los disparates malthusianos y, sin someterlos al menor análisis crítico, solucionémoslos mediante el método de Marx, ¿cuál será el depurado producto de semejante proceder? ¿qué nombre podríamos ponerle? ¿leche de cucarachas tal vez? En contra de lo que nos enseñaron en la escuela, existen insectos vivíparos, por ejemplo, la Diploptera Punctata, una cucaracha asiática que cuida de sus crías y les suministra un líquido rico en proteínas, grasas, azúcares y con todos los aminoácidos esenciales, como no podía ser menos. Un grupo de investigadores indios ha propuesto, no ordeñar a las cucarachas, que podría resultar complicado, sino extraer la forma cristalina de esta sustancia que queda en el tracto digestivo de sus larvas y encontrar un modo de sintetizarlo. Como digo, se trata, simplemente, de una posibilidad, los insectos, en general, están siendo estudiados como una fuente de proteínas mucho más barata de producir y algunos no dudan en considerarlos la fuente alimenticia del futuro, dada la consabida “escasez de alimentos” a la que estamos abocados. ¿Que la leche de cucaracha le da asco? ¿que se niega a sustituir su filete por un buen plato de grillos? ¿que no quiere reemplazar las palomitas con mantequilla por una bolsa de hormigas fritas? Bueno, no pasa nada, simplemente, hágase a la idea de que una parte de la humanidad está de sobra. Pero tranquilícese, Ud. está en la otra parte, en la protegida por modernísimos ejércitos, por vallas con alambres de púas, por sensores de movimiento, que impedirán que los pobres le roben la comida de su plato.