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domingo, 30 de abril de 2017

Por qué soy omnívoro.

   En Selling Sickness: How the World's Biggest Pharmaceutical Companies Are Turning Us All Into Patients, Alan Cassels y Ray Moynihan contaban la anécdota de cierto directivo de una empresa farmacéutica que se decía cansado de fabricar medicamentos para enfermos y deseoso de fabricar pastillas para gente sana. ¿Cómo se puede fabricar pastillas para personas sanas? Esta pregunta tiene dos respuestas posibles, la primea es convencerlas de que no están sanas. Un ejemplo es la osteoporosis. La OMS (Organización del Miedo Sistemático) o WHO, en sus siglas en inglés (World Hysterical Organization), decidió adoptar como densidad promedio del hueso de una mujer el de las mujeres de treinta años. A partir de entonces, una mujer de 31 años, por definición, es una mujer enferma que tiene que tomar algo para paliar su enfermedad. Otra posible respuesta es convencer a la gente de que puede estar todavía más sana. Así nacieron las campañas en favor del vegetarianismo que culminaron cuando en octubre de 2015, la OMS (¡qué casualidad, la OMS sale dos veces en esta historia!) declaró cancerígena a la carne, la procesada, la roja y la que está buena en general. El éxito de esta segunda vía de acción sobre la mente de los seres humanos resulta indudable. La población de vegetarianos en el mundo alcanza ya los 600 millones de personas, airean los medios, y van en aumento. Casi les falta el corolario lógico: 600 millones no pueden estar equivocados, coma Ud...
   Con cifras contundentes, la propagación de miedos “científicamente” fundamentados y tiernos argumentos acerca de la vida de los animales, se hace el truco de los trileros para que evitemos preguntarnos lo obvio: ¿cómo puede ser que el camino hacia una vida más sana esté empedrado de píldoras? Si yo quiero estar sano, es decir, no enfermar para no tener que curarme tomando pastillas, debo tomar... ¿pastillas? ¿Cómo puede ser sano un régimen alimenticio que pone a las personas al borde de la hipovitaminosis? ¿Qué disparatado concepto de “salud” han inoculado en nuestras cabezas? 
   Es posible que si Ud. no practica el vegetarianismo ni el veganismo, ni se halla en contacto cotidiano con alguien que lo haga, no sepa a lo que me estoy refiriendo. Un vegetariano estricto, es decir, alguien que no come carne en ninguna ocasión o un vegano, es decir, alguien que no ingiere ningún tipo de producto animal (incluyendo leche y huevos), queda desprovisto de las fuentes más habituales de vitaminas A, D, el complejo vitamínico B, zinc, yodo, hierro, calcio, ácidos grasos en general y omega-3 en particular, sin mencionar el tema de las proteínas. Rápidamente cualquier vegetariano/vegano, le dirá que  adoptando una dieta adecuada se pueden obtener todos esos nutrientes sin necesidad de ingerir carne. El problema está en que los expertos carecen de los conocimientos necesarios para especificar en qué consiste esa "dieta adecuada", conocimiento, sin embargo, que los vegetarianos parecen poseer de forma intuitiva. 
   Las vitaminas se presentan en cantidades exiguas, aunque imprescindibles, en nuestro organismo y aún más exiguas en los alimentos. Determinar cuánto de ellas hay en un alimento que no se caracteriza por ser “rico” en dicha vitamina puede ser muy complicado y aún más establecer qué cantidad de ese alimento hay que tomar para alcanzar la ingesta mínima requerida. Todavía peor, la mayor parte de las vitaminas no son absorbidas directamente, sino que se toman en forma de provitaminas que después transformamos en la vitamina en cuestión. No todos los ciclos que llevan de la provitamina a la vitamina se conocen con exactitud y muchas sustancias teóricamente susceptibles de ser transformadas por nosotros en vitaminas, en la práctica no lo son, caso de la pseudovitamina B12 de algunas algas. El recurso a los suplementos dietéticos resulta, pues, inevitable. Pero aquí, una vez más, nos hallamos en manos de esa industria que nos alimenta con medias verdades y resulta frecuente que en los análisis de sangre de los vegetarianos aparezcan déficits de algún elemento indispensable para la vida. 
   Ludwig Feuerbach afirmó en el siglo XIX que somos lo que comemos. Un vegetariano tiene ahora dos opciones. La primera es no aceptar la afirmación de Feuerbach, lo cual implica que lo que comemos no es nada esencial para nosotros, esto es, que el vegetarianismo constituye una cuestión de moda o una pose. La otra posibilidad es que acepte lo que decía Feuerbach, en tal caso debe concluir que si somos seres inteligentes es por lo que hemos estado comiendo hasta ahora. En efecto, lean para qué sirven la vitamina A, la D, el complejo vitamínico B, los ácidos grasos de cadena larga, el zinc, etc. Una y otra vez encontrarán mencionado al sistema nervioso central o, lo que viene a ser lo mismo, el sistema inmunitario. Nuestros primos los chimpancés, con los que compartimos más del 98% de los genes, necesitan ingerir carne al menos una vez al mes. En partidas de caza perfectamente coordinadas, los machos rodean en las copas de los árboles algún primate de menor tamaño, lo matan, lo descuartizan y se lo comen. El reparto de la carne sigue rigurosamente la pirámide social, mostrando, de este modo, la importancia de semejante aporte dietético. Los más de 200 millones de neuronas que rodean nuestro aparato digestivo se han desarrollado, entre otras cosas, para extraer hasta el último nutriente necesario de una dieta extremadamente diversificada y con carne abundante y el crecimiento de nuestro cerebro ha corrido paralelo a, por no decir se ha producido como consecuencia de, esta dieta.
   Asunto diferente, por supuesto, es que una industria cada vez más salida de madre, nos sirva carnes con generosas proporciones de antibióticos, anabolizantes, conservantes y residuos de piensos que propician el crecimiento rápido del ganado y del cáncer. Pero de tales males no se hallan libres frutas y verduras, cuyo consumo es tan sano y natural que no debe hacerse sin un intenso lavado que, en realidad, nadie lleva a cabo en su casa, suponiendo, cosa harto dudosa, que todos los pesticidas y abonos se queden en la piel como nos han venido contando. Nada de eso altera el hecho de que durante un millón de años hemos sido cazadores recolectores y que una decisión cultural adoptada en el curso de una vida difícilmente puede cambiarlo para bien. Aún más, lo que están intentando los vegetarianos ya lo intentó la naturaleza antes. En el curso de la evolución que llevó hasta nosotros, existió un género de homínido llamado Paranthropus robustus. Provisto de un aparato masticador mucho más poderoso que el de sus primos los Australopithecus, se cree que su dieta era predominantemente, si no exclusivamente, vegetariana, mientras que muchos Australopithecus eran casi exclusivamente carnívoros. Los Australopithecus acabaron por dar lugar a nosotros, los Paranthropus se extinguieron.

sábado, 4 de junio de 2011

Organización del Miedo Sistemático

   La OMS (Organización Mundial de la Salud) es una de las agencias de la ONU, creada casi a su par. Su labor de coordinación, de protección de los países con sistemas sanitarios más débiles y de prevención en la expansión de epidemias es encomiable. Probablemente nadie ha hecho más por la generalización del uso del preservativo para contener el virus del SIDA. Pero en esta vida nada es blanco ni negro y la OMS ha sido frecuentemente acusada de falta de transparencia en la toma de decisiones. Con toda probabilidad no es lo peor que se puede decir de ella. Al ser un organismo serio, eficaz y mundial, se ha convertido en el codiciado paraguas bajo el que las grandes compañías farmacéuticas han pretendido colocar sus estrategias a largo plazo. ¿Por qué digo esto? Veamos.
   ¿Se acuerdan Uds. del SARS? Ahora tal vez ni recuerden a qué correspondían estas siglas, pero la OMS y los medios de comunicación aterrorizaron a media población mundial con el Síndrome Agudo Respiratorio Severo. Esta forma de neumonía atípica apareció en China en 2003 y, según la OMS, podía trasmitirse como un resfriado común, pero con una tasa de mortalidad de casi el 10%. Dada la movilidad que caracteriza nuestra época, en pocos años, la enfermedad habría matado a varios miles de personas en todo el mundo. Lo cierto es que la tasa de infectados pasó en un año de más de 8.000 a 500. La última actualización de datos procede de 2005 y hablaba de 9 casos en China. Por entonces el SARS había dejado de estar de moda porque ya había surgido una "nueva pandemia", la gripe aviar.
   En realidad, la gripe aviar no tenía nada de nueva. Virus de la gripe han existido siempre en las aves y en 1978 hubo un caso que afectó a humanos con una tasa de mortalidad del 33%. Pero, por alguna razón especial, ahora estábamos ante algo nuevo. Era un virus que se contagiaba de modo particularmente fácil entre las aves, que las mataba (o no) y que, además, podía saltar la barrera entre especies, afectando a mamíferos y al hombre. Rápidamente los medios de comunicación alertaron de la llegada de la nueva gran catástrofe. Se inició una taxativa campa para evitar los contactos entre aves y humanos en los espacios públicos. El sensible sector ecologista alemán tuvo que ver imágenes de toda una isla "limpiada" de aves. El ministerio de sanidad español creó una página web para que pudiéramos estar informados, en tiempo real, del progreso de la enfermedad y de las barreras (se sospechaba que inútiles) que se iban levantando. La página dejó de actualizarse en 2.009. Y es que, para entonces, ya teníamos una nueva pandemia.
   2.009 es el año de la gripe A. Otra vez, el insidioso virus de la gripe (este virus es un filón), pero ahora en su vertiente porcina, había comenzado a afectar a los seres humanos. Su modo de transmisión era el habitual en la gripe, esto es, muy eficaz, pero su tasa de mortalidad era altísima (44 de cada 1.000 infectados en México). Afortunadamente ahí teníamos a la OMS para desatar el pánico, perdón, quise decir, para dar la alerta y dejar claro que había un remedio casualmente fabricado por una de las grandes empresas farmacéuticas mundiales. Los Estados se apresuraron a reservar grandes partidas del antiviral en cuestión que, desgraciadamente, llegarían tras la campaña de gripe estacional. Los expertos de turno acudieron rápidamente a los medios de comunicación para aclarar que la situación podía empeorar sensiblemente si el virus de la gripe porcina se recombinaba con el virus de la gripe estacional. En los hospitales se reservaron zonas especiales para los afectados por gripe A. El otoño se aproximaba y acabó por llegar... y por marcharse, dejándonos una campaña de gripe con la tasa de mortalidad más baja que se recuerde. Repasemos las cifras. Una gripe que se contagia como una gripe normal y que deja en México ¿1.204 casos para una población de 100 millones de habitantes? De ellos, 44 muertos. En Estados Unidos hubo 1639 casos y ¿2 muertos? Una de dos, o alguien no ha sabido contar bien los casos o alguien no ha sabido contar bien los muertos.
   En 2.011 ya nadie le teme a la gripe A, pero, afortunadamente, ya no hace falta, porque tenemos a la E. Coli. A esta pobre bacteria le ha ocurrido como a muchos colectivos, que lleva toda su vida haciendo el bien por la humanidad y por unos pocos ejemplares malignos, ha saltado a la primera página de los periódicos. Hay una decena larga de muertos por una variante enterohemorrágica y varios miles de infectados. Por sus propias características (es el tipo de bacteria más abundante en el intestino de los mamíferos), una infección por E. Coli difícilmente puede extenderse más allá de un foco localizado y mucho menos generar una pandemia, a menos que la coprofagia (y no, no voy a explicar en qué consiste), sea una práctica más extendida de lo que parece. No obstante, aquí tenemos ya a la OMS declarando: a) que estamos ante una epidemia; b) que ya existe un caso de contagio entre humanos sin mediación de heces; y c) que, miren Uds. qué casualidad, sí hay medicamentos contra la E. Coli.
   En Bowling for Columbine, Michael Moore sostenía que una población aterrorizada consumía más que una que no lo estuviese. El motivo es obvio. ¿Se va Ud. a comprar el próximo lunes una botella de su licor favorito? ¿y si creyera que se va a morir el martes? Cabe ampliar esa tesis y afirmar que una población aterrorizada por la llegada de una enfermedad tiene un consumo farmacéutico superior a otra no aterrorizada. Si a esta tesis añadimos el enorme poder económico de las grandes empresas farmacéuticas y la multiplicidad de contratos com médicos que trabajan o van a acabar trabajando para la OMS, nos encontraremos con una explicación que encaja más con los hechos que la fortuita aparición de potenciales pandemias.

   Epílogo.
   En realidad, de los agentes patógenos conocemos muy poco. Por uno del que se conoce su procedencia, modo de transmisión y toxicidad, hay diez o cien de los que se ignora todo. La mayor parte de ellos tienen un patrón de conducta muy típico y que viene repitiéndose desde que ellos y nosotros compartimos este mundo. Una mutación al azar convierte un agente de escasa incidencia en una plaga, mata a un número más o menos grande de individuos y después desaparece. A veces, vuelve a su reservorio en donde se quedará por algún tiempo reapareciendo más tarde. A veces, simplemente muta en otra forma que causa menor mortalidad. Por mucho que los expertos de turno digan lo contrario, la tendencia suele ser hacia formas menos letales. Simplemente, un patógeno que mate a su portador no se expandirá como uno que no lo haga. Un animal muerto no se mueve y entra en contacto con otros, a menos, claro está, que el virus lo convierta en un zombi. Pero ésta ya es otra historia.