Durante las sesiones de la Comisión Permanente de la Asociación Geodésica Internacional celebradas entre el 5 y el 10 de octubre de 1876, un joven científico norteamericano intervino para señalar que todas las mediciones con péndulos efectuadas en Europa habían incurrido en un error sistemático al no incluir en sus cálculos los leves desplazamientos producidos en el soporte por las oscilaciones del péndulo. Este tipo de errores habían acabado conduciendo a un callejón sin salida los intentos por determinar el valor de la gravedad en cada punto y, por ende, la forma exacta de la Tierra. Aunque semejantes apreciaciones generaron un acalorado debate, al final el joven norteamericano consiguió convencer a sus colegas europeos y regresó a su país con la promesa de construir un nuevo tipo de péndulos que ofrecería resultados exactos y que, en consecuencia, convertirían a los EEUU en la referencia para este género de investigaciones. Aquel joven científico que alcanzaba de este modo la culminación de su carrera se llamaba Charles Sanders Peirce y era, gracias a la intervención de su padre, el notable astrónomo y matemático Benjamin Peirce, profesor de la Universidad John Hopkins y asesor de cálculo del Coast Survey, uno de los principales organismos científicos del gobierno norteamericano. Del péndulo de Peirce acabaron construyéndose cuatro ejemplares. Con tres de ellos se efectuaron medidas en diferentes puntos del país mientras que el cuarto habría de llevarse hasta la Bahía de Lady Franklin, situada en el Ártico, allí donde Canadá casi pierde su nombre y se confunde con Groenlandia.
Aunque en Europa se habían comenzado a construir laboratorios en los que se controlaba la presión atmosférica antes de hacer oscilar el péndulo, las anotaciones de Peirce dan cuenta de condiciones más precarias, haciendo recaer todo el rigor de las mediciones en lo que el propio Peirce pudo conseguir. Algunas de ellas incluyeron habitáculos completamente aislados, en los que la temperatura corporal del observador no tuviera incidencia sobre lo observado. Pero en otras, Peirce hasta tuvo que utilizar un cronómetro prestado por una avería del suyo. Como cualquiera que lo haya empleado sabe, de entre todos los dispositivos intrínsecamente malignos creados por el ser humano, el péndulo es el más maligno de todos los que se pueden poner en manos de un científico. Las oscilaciones de un péndulo dependen de una pluralidad de factores y, por encima de todo, del capricho del propio péndulo. Después de haber controlado las más insignificantes corrientes de aire, las más sutiles vibraciones del terreno o del entorno, las más nimias variaciones de la temperatura y absolutamente todos los factores en su instalación y manejo, un péndulo puede seguir ofreciendo resultados irregulares sin que nadie entienda demasiado bien por qué. Coloque ahora un aparatejo tan endiablado como este en el círculo polar Ártico.
La expedición a la Bahía de Lady Franklin estuvo comandada por el teniente Adolphus Greely un hombre con el carácter necesario para liderar semejante misión pero demasiado dotado para el mando, hasta el punto de que se sorprendía cuando alguien que no fuese él decía algo que le pareciese sensato. El encargado de manejar el péndulo de Peirce sería Edward Israel, un joven astrónomo recién graduado a quien uno de sus profesores había designado para incorporarse a esta expedición. En mayo de 1881 Peirce e Israel se reunieron en un sótano habilitado por el Coast Survey para que el primero enseñara al segundo el manejo del péndulo. Del informe de Peirce sobre estas reuniones podemos colegir que, por el suelo y la construcción del edificio, no pudieron efectuar ninguna medición real, limitándose Peirce a indicarle a Irwin cómo habría de proceder en condiciones ideales. El 9 de junio de 1881, los 24 hombres de Greeley partieron hacia la estación ártica con todos su dispositivos científicos a bordo del Proteus. En medio de unas temperaturas inusualmente cálidas para aquellas latitudes, llegaron a su objetivo el 11 de agosto y, tras construir un campamento, Greeley ordenó a sus hombres iniciar las mediciones que constituían el eje de la misión mientras el Proteus iniciaba el viaje de regreso. Unos meses después, dos de los miembros de la expedición alcanzaban el punto más septentrional del globo al que el ser humano había llegado hasta entonces.
En 1882, el barco que debía llevarles provisiones y recoger al médico de la expedición cuyo contrato vencía ese año, no pudo alcanzar la Bahía de Lady Franklin por las condiciones climatológicas. En 1883 el Proteus acabó aprisionado en los hielos cuando intentaba llegar hasta ellos y un segundo barco tuvo también que renunciar al intento. Siguiendo las órdenes, Greeley decidió mover el campamento hacia el sur, hacia un punto en el que, teóricamente, se le habrían dejado provisiones caso de que los barcos no pudieran alcanzar la base original. Sin embargo, la tripulación del Proteus, tras abandonarlo, sólo pudo dejar para Greeley y sus hombres provisiones para 40 días. Cuando éstos llegaron allí, en condiciones terribles y casi sin alimentos, no pudieron seguir avanzando y tuvieron que acampar en mitad de la nada. Con todo el mundo dando la expedición por perdida, la mujer de Greeley inició una infatigable gira por los despachos de los altos cargos del gobierno hasta que consiguió que el Secretario de la Marina enviara cuatro buques al rescate de su marido. El 22 de junio de 1884 contactaron con la expedición ¡2.000 millas al sur de la Bahía de Lady Franklin! 17 hombres, incluyendo a Edward Israel, habían muerto de hambre, de frío o ahogados. Uno había sido ejecutado por Greeley por robo reiterado de raciones de comida. Sólo quedaban seis supervivientes y el propio Greeley.
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