Fui más de mallas en mi juventud que ahora, en mi senectud. Tanto para mujeres como para hombres. Entre los hombres con mallas, mi favorito siempre fue Spiderman. Spiderman era la versión urbanita de Tarzán. Iba de liana en liana y tenía una novia que se llamaba Jane, eso sí, su jungla era la de los rascacielos. En la ciudad, claro está, hay que ir vestido para que no crean que eres un anuncio de calzoncillos y el Barcelona debió pagar una pasta considerable para que Spiderman luciera una versión psicodélica de su uniforme. Spiderman, además, era mucho más locuaz que Tarzán, lo cual no dejaba de ser preocupante porque, al no tener mona Chita, iba por ahí hablando solo. Al principio eso choca, pero cuando uno comprende los motivos de su neurosis, acaba por ser uno de los rasgos que lo convierten en simpático. Y es que, el bueno de Peter Parker, además de superhéroe nocturno, con los consiguientes trastornos del sueño, era un buen chico que tenía que hacerle los mandados a tía Mae, ganarse la vida como fotógrafo mileurista, terminar unos estudios que, por supuesto, no terminaba nunca, aguantar a los matones que le robaban el bocadillo y satisfacer a esa pelirroja explosiva que era Mary Jane. La verdad es que lo del pelo rojo de la novia de Spiderman para mí siempre fue un mito. Los comics que yo leía eran en blanco y negro, así que tenía que imaginármelo. Cuando por fin comenzaron a aparecer cómics de Spiderman en color, lo habían remozado para un público que apenas acababa de abandonar la niñez. Por si fuera poco, la cosa se complicaba, Mary Jane se iba a otra ciudad, a Peter Parker le crecían como setas chicas facilonas al aroma del glamour de los superhéroes y la propia tia Mae acababa casándose con su peor enemigo. Por aquel entonces yo ya tenía mis propios líos de faldas y no me apetecía tragarme los problemas de otro, así que le perdí un poco la pista y ya no he sido capaz de recuperarla. Las versiones cinematrográficas que han ido apareciendo no me han ayudado. Mary Jane me sigue pareciendo un mito. En la gran pantalla ni es pelirroja ni explosiva. Kristen Dunst tiene un palmito la mar de gracioso, pero con aquel teñido caoba de bote, parecía en permanente luto. Este es un problema bastante generalizado. Los homosexuales que dominan Hollywood y las pasarelas, han impuesto un tipo de mujer con menos curvas que el palo de mi fregona. ¿Resultado? Cada día hay más bisexuales, metrosexuales y demás masculinidades ligth. No me extraña lo más mínimo. Mi generación merendaba viendo una serie que se llamaba "V" y que estaba plagada de lagartonas enfundadas en monos superajustados. Todavía hoy, recordamos a la jefa de los malos, es decir, a la más lagartona de todas, y nos ponemos de tal modo que somos capaces de salvar al planeta y a lo que haga falta.
Bien, comparen ahora a Spiderman con Batman, por ejemplo. Spiderman se enfrentaba con el doctor Octopus (el pulpo contra la araña, ¡a ver quién da más patadas!), al Cóndor, al Duendecillo Verde, a su propia imagen en negro... ¡Ahí era nada! En cambio, ¿a quién se enfrenta Batman? ¿a un pingüino? ¡Por favor! Batman volando y el pingüino, ¿deslizándose sobre su barriguita? ¿Y el Joker? ¿pero, a quién se le ocurrió pintarle la cara a Jack Nicholson, si está claro que él es el Joker? Y si no eres Jack Nicholson, ten por seguro que te va a costar la vida darle algo de profundidad al personaje... Peter Parker tenía que soportar un jefe que jamás estaba de buen humor, le pagaba una miseria, y sólo quería fotos de Spiderman cometiendo atracos. Batman es un dandy, un niño bien, un pijo con la raya a un lado, heredero de un imperio económico al que no afecta la crisis, guapo a rabiar y con un criado que lo sigue mimando en todos sus caprichitos. Sí, es cierto que el personaje tiene un lado oscuro. Yo siempre lo sospeché. Mucha mujer desmayada a su paso, mucha fama de playboy, y a él nunca se le veía llegar a nada con ninguna. Y encima estaba Robin. Que si soy el señor de la noche, pero sólo salgo con mi amigo Robin, que si móntate en el Batmóvil, Robin... Un día apareció un libro que confirmó mis sospechas: Técnicas de masturbación entre Batman y Robin. Frank Miller trató de remasculinizar al personaje en El regreso del señor de la noche, convirtiendo a Robin en una jovencita cañera a la que le iba un tanto la marcha. Ni aún así. Batman terminaba el relato yéndose de excursión con una banda de jovencitos con chaquetas de cuero y cadenas.
Quiero dejarlo claro, no tengo nada en contra de Batman, es sólo que no conecto con el personaje, por mucho que mi admirado Christopher Nolan esté tratando de revitalizarlo. A quien sí detesto es a Superman. Este no sólo era cachas y guapo, además, lo único que podía vencerlo era cierto material de un planeta que está donde Cristo perdió el mechero. Más fácil, imposible. ¿Qué emoción tenían sus aventuras? La vida de Superman era incluso más fácil aún. Todo era ponerse (o quitarse) unas gafitas y su novia ya no lo reconocía. La repera, podía morrearse con otra en el mismo restaurante en que cenaba su novia, que, en cambiándose de gafas, ella ni se coscaba. Pero, vamos a ver, ¿qué es lo que le miraba esa mujer a Superman, que nunca le vio la cara? Y Clark Kent, ¿qué pasa? ¿que no se quita las gafas ni para ducharse? ¿que siempre las tiene limpias? ¿a nadie le ha parecido sospechoso que no se gradúe la vista nunca? De todos modos, lo que me revienta de Superman, no es que pueda volar a donde le da la gana sin pasar por los aeropuertos (¡casi nada!), lo que me revienta es que, además, el tipo va tan de sobrado que no le importa lo más mínimo mentir como un bellaco. "No puedo verte desnuda porque tu ropa interior tiene refuerzo de plomo y mi vista de rayos X no penetra el plomo". ¡¡Venga ya, hombre!! Entiendo que, además de lo que le pagaba el Barcelona (a este también), sacara dinero de los fabricantes de ropa interior, pero eres Superman, macho. No he oído trola mayor desde que dejé de salir con aquel amigo mío que lo primero que le decía a las chicas era: "me gustas mucho, es una lástima que yo sea impotente. Me han desahuciado los mejores urólogos de España y de los EEUU". Se lo tenía trabajado y, a poco que lo dejasen, iba describiendo, pormenorizadamente, las consultas y los tratamientos aplicados por cada uno de los especialistas. Si la chica se resistía, era capaz hasta de soltar una lágrima furtiva. Cuando el resto de nosotros estábamos empezando a ahogar en alcohol la certeza de otra noche sin sexo, él ya estaba en la cama, gritándole a la incauta de turno: "¡¡No me lo puedo creer!! ¡¡No me lo puedo creer!!" Un día, Pfizer lanzó Viagra® y se le acabó el chollo. Lo intentó durante algún tiempo con el truco de "soy un actor porno con crisis de vocación", pero, claro, ya nunca fue lo mismo.