A Jamal Ahmad Khashoggi, periodista y duro crítico del actual régimen saudí, se lo vio por última vez con vida el pasado 2 de octubre, entrando en el consulado en Estambul de su país. En una primera versión, el gobierno de Arabia Saudí, afirmó que había abandonado la delegación diplomática ese mismo día. Posteriormente corrigieron esta versión, se habían dado cuenta de que había muerto por asfixia tras una pelea, sin que, hasta el momento, hayan conseguido encontrar el cuerpo, traspapelado sin duda. Fuentes próximas al gobierno turco informaron, sin embargo, hallarse en posesión de grabaciones que demostraban que a Khashoggi lo habían torturado, asesinado y descuartizado en el consulado, esparciendo sus restos por unos bosques cercanos que, previamente, había inspeccionado el equipo llegado desde Riad para realizar semejante tarea. Incluso se ha dejado entrever la existencia de una conversación postrera entre Khashoggi y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammad bin Salman, a quien el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, señaló, por omisión, como responsable último de toda la trama en una declaración ante el Parlamento. Durante la misma, Erdogan reclamó el derecho de Turquía a conocer toda la verdad.
Resulta obligado reconocer como parte de la verdad que todos los acuerdos internacionales al respecto prohíben realizar grabaciones dentro de las delegaciones diplomáticas. Igualmente, puede considerarse verdadero que si uno coloca micrófonos en una delegación diplomática, lo hace en el despacho del cabeza de la misma, en el que puede ocupar el posible responsable de los servicios de inteligencia, pero no en un garaje, sótano o almacén, en el que difícilmente habrá conversaciones de interés. Verdadero, sin duda, cabe considerar que si uno quiere torturar, asesinar y descuartizar a una persona no lo hará en un despacho, sino en un garaje, sótano o almacén, donde, para más inri, pocos pensarían que puede haber micrófonos. También debe formar parte de la verdad que dichas grabaciones no se escuchan sobre la marcha, sino que se someten, con posterioridad, a un trabajo informático para determinar si hay en ellas algo de interés, por lo que difícilmente el gobierno de turno se hallará en condiciones de filtrar dicha información apenas unas horas después de lo sucedido. Por lo mismo, puede considerarse verdadero que el analista que supervisa los resultados no tiene capacidad operativa para poner un equipo, por ejemplo, a seguir a sospechosos de pertenecer a los servicios secretos de otro país, incluso antes de que en las grabaciones pueda apreciarse nada de interés, sino que esto lo tiene que ordenar un superior jerárquico, lo cual lleva su tiempo. Además, todo el mundo consideraría verdadero que un servicio de inteligencia como el turco, que ha demostrado durante años su incapacidad para controlar lo que entraba y salía por la frontera con Siria, no puede haber montado sobre la marcha una vigilancia exhaustiva de las idas y venidas de agentes saudíes en su territorio. Por tanto, la verdad debe consistir en que había un operativo montado por parte de la inteligencia turca antes de que se produjeran los acontecimientos que llevaron a la muerte de Khashoggi y preparado para seguirla y registrarla minuciosamente en directo. Aquí nos encontramos precisamente con una característica que siempre permite identificar a la verdad, a saber, que conduce a nuevas preguntas. La primera consiste en cómo sabía el servicio secreto turco lo que iba a ocurrir. Difícilmente un servicio tan volcado en los asuntos internos puede haber penetrado en el hermetismo característico de la corte de Riad para obtener esta información de fuentes propias. De hecho, a esas alturas hay pocos servicios secretos en la región que puedan acceder aparte de los israelíes, poco interesados en este momento por poner en apuros a la actual monarquía. En cambio, si miramos a todos los que la meteórica ascensión de bin Salman ha dejado en la cuneta, tenemos una lista bastante jugosa de candidatos para filtrar la información a quien más daño pudiera hacer. Las propias esferas gubernamentales saudíes sospechan de ellos como lo demuestra el reciente cometido encargado personalmente a bin Salman por el rey de “reformar” los servicios secretos.
Las siguientes preguntas obtienen a partir de aquí una fácil respuesta. Que al actual régimen saudí la vida o muerte de los demás le importa menos que el parto de una camella constituye una certeza para cualquiera que haya seguido, siquiera de lejos, la intervención saudí en la guerra de Yemen. Sin duda, las sonrisas intercambiadas en sus giras con todo el que manda un poco en Occidente, llevó al joven príncipe heredero a pensar que tenía vía libre para descuartizar a quien le viniese en gana y que, todo lo más, le costaría unos milloncejos acallar los resquemores que levantaran sus tropelías.
En cuanto a los turcos, desde que los occidentales hemos adoptado esa política tan absolutamente "brillante" de denegar la entrada en nuestros países incluso a quienes huyen de la tortura y el asesinato, han abierto sus puertas a todos los disidentes que llaman a ella. De este modo, los perseguidos que obtienen acogida, reemplazan al tropel de opositores turcos que huyen de un régimen igualmente opresivo y sin compasión. Régimen que, gracias a esta política ha logrado atraer las simpatías de las capas populares de múltiples países de la zona, entre quienes comienza a despuntar como el modelo en el que el gobierno turco quiere convertirse. Pero hay otro aspecto mucho más importante y con miras más largas. La declaración ante el Parlamento de Erdogan no iba dirigida sólo contra Arabia Saudí. El presidente advertía a todos los países con disidentes acogidos en Turquía, que, en el futuro, si quieren secuestrar, asesinar o descuartizar a cualquiera de ellos, tendrán que pagar, previamente, el peaje que Erdogan quiera imponerles. Y ahora ya sabemos por qué, pese a hallarse sobre aviso de lo que iba a ocurrir, Turquía no hizo nada para evitarlo: porque su muerte servía a los intereses de la nación. Pero, además, nos hallamos capacitados para comprender el significado último de esta expresión. “Intereses de la nación” designa siempre el interés personal y privado de personas concretas, en este caso, del muy megalómano Recep Tayyip Erdogan.