Resulta un fenómeno habitual que si se saca a una persona mayor de su ambiente, particularmente cuando esta salida se produce traumáticamente, tiende a desorientarse y a adoptar comportamientos erráticos. Siempre he pensado que esta reacción aparece en nuestros mayores porque hay simientes de la misma en todos nosotros desde nuestra más tierna infancia, sólo que, probablemente, necesitamos para manifestar ese comportamiento una extracción de nuestro mundo habitual mucho más brusca, un cambio más radical… o uno menor pero más prolongado en el tiempo. Esta pandemia nos ha sacado a todos de nuestras costumbres, de nuestro modo habitual de relacionarnos con los demás, pintando la realidad con tonos grotescos. Quien más, quien menos, no responde de la misma manera a los mismos estímulos que en circunstancias normales y no vendría mal que un psicólogo nos echara un vistazo a todos, de no ser porque ellos, ya de por sí inestables, colman hoy los psiquiátricos. Resulta muy fácil echarle la culpa a los otros y señalar que la gente está tocada del ala, como si nosotros mismos no nos hubiésemos visto afectados por el fenómeno, como si quien anda tocado del ala pudiera adquirir conciencia espontáneamente del sesgo que domina sus pensamientos y actitudes. Deberíamos, ante cualquier situación, ante cualquier respuesta que se nos ocurra, ante cualquier línea de actuación que brote en nuestro cerebro, plantearnos críticamente si hubiésemos hecho lo mismo caso de que esa situación se hubiese producido hace un año o dos.
En estas circunstancias corresponde a nuestras autoridades demostrarnos con su ejemplo, que, por muy desquiciada que se haya vuelto la realidad, existe quien sigue guiándonos, con la fidelidad de una brújula, hacia nuestro Norte. Echemos, pues, un vistazo a quienes nos dirigen, intentando encontrar en ellos un modelo de actuación proverbial que pueda servirnos como ejemplo para tener la seguridad de que seguimos del lado de la cordura. Ciertamente, este recorrido debe comenzar por la Comunidad de Madrid, pues ya he explicado que su presidenta, la Sra. Isabel Díaz Ayuso, cumple una labor social de primer orden al mostrarle a todas las personas que luchan cotidianamente contra los estragos de una enfermedad mental cómo se puede llegar a presidenta de una Comunidad Autónoma lidiando con ella. Pero, claro, lo malo de este tipo de trastornos es que son una montaña rusa, con subidas y bajadas. Esta semana la Sra. Díaz Ayuso estaba de bajada y declaró, nada menos que en la correspondiente cámara de representantes, que si Madrid está haciéndolo tan mal en la lucha contra la pandemia el gobierno central debería intervenir la comunidad. ¿Cuál puede haber sido el razonamiento detrás de estas declaraciones? ¿el gobierno central tiene un criterio erróneo de lo que es luchar adecuadamente contra la pandemia, por tanto, si no nos interviene es que lo estamos haciendo bien según ese criterio? Insisto, que yo entiendo que es un rayo de esperanza para muchas personas que alguien con un trastorno mental esté ahí, pero ¿no hay nadie en su entorno que le recuerde cuándo es la hora de tomarse su medicación? En estas condiciones no me extraña que los catalanes quieran distanciarse todo lo que puedan de Madrid. Lo que ya me parece sospechoso es que quieran poner distancias estelares entre Madrid y Barcelona. Las cabezas pensantes de la Generalitat, incluso antes de alcanzar la independencia, la han lanzado a la conquista de nuevos territorios... espaciales. Parecen haber pensado que ya que les han cerrado las embajadas que Cataluña tenía en otros países, ha llegado la hora de abrirlas en otros planetas. Según han declarado, hay un negocio de millones esperándolos y miles de familias catalanas podrán vivir de él. Para empezar, han nombrado catalanes honoríficos a unas cuantas familias de Kazajastán que es donde van a efectuar el lanzamiento de su primer nanosatélite, lo que las ratas unionistas llamamos una pelota de pin pon. Este lanzamiento se va a hacer coincidir con las próximas elecciones, para que produzca el mismo efecto que las pruebas nucleares en la India y Pakistán. Si uno ha seguido los razonamientos del independentismo catalán en la última década, esto le parecerá hasta normal. Habrá que ver, sin embargo, si la nueva normalidad no acaba convirtiendo la aventura espacial catalana en el secreto de su éxito en la próxima cita electoral. Por cierto, que a propósito del aterrizaje del ex-ministro de Salud, el Sr. Illa, como candidato del Partido Socialista de Cataluña, el inenarrable líder de Podemas, Pablo Iglesias, más conocido por su apodo torero, el coleta, ha señalado que Illa es el candidato de un gobierno oligopólico, defensor de los grandes emporios de comunicación y poco menos que fascista… gobierno en el que él, el coleta, ocupa una vicepresidencia.
Afortunadamente, tenemos al ejército, esa institución en la que se entrena a cada uno de sus miembros para mantener la cabeza fría en las situaciones más incontrolables y a la que los trogloditas de Vox no dudan en presentar como ejemplo de sensatez en medio de la locura que nos rodea. Esta semana ha tenido que dimitir el Jefe del Estado Mayor por sumarse a la partida de desaprensivos que se han lanzado a robarles vacunas a los ancianos para salvarse ellos primero de la quema (ojalá que este medicamento genere los efectos secundarios tradicionales en los potingues de Pfizer y se les acabe cayendo el pito a todos). El País, que en su día sirvió como ariete para sacar a Sánchez de su despacho en Ferraz cuando Susanita Díaz y los suyos decidieron el asalto a la cabeza del partido, se dedica ahora a justificar no importa qué de nuestro gobierno, con objeto de limar asperezas con quien tantas veces se trató de defenestrar en el pasado. A raíz de esta dimisión planteó el “debate ético” de si los cargos de responsabilidad deben vacunarse primero. En efecto, ¿qué ocurriría si el Jefe del Estado Mayor contrajera el coronavirus en plena situación de crisis militar? ¿Lo mismo que ha ocurrido esta semana? ¿que se nombraría un sustituto en menos de 48 horas? Eso sí, a las tropas enviadas a Rumanía no se las ha vacunado, pues la muerte de soldados, suboficiales y oficiales por la falta de previsión de sus superiores nunca ha planteado ningún debate ético en el ejército.
Después de todo esto, uno puede hallar consuelo pensando que España siempre ha sido un país de locos y que Europa es otra cosa. Pero ahí tenemos la dimisión del máximo responsable de emergencias sueco por confinar a todos sus compatriotas y, acto seguido, montarse en un avión para pasar unos días en Canarias. O Rutte, ¿se acuerdan de Mark Rutte? ¿el primer ministro holandés? ¿el calvinista aquel, siempre tan tieso que parecía que ya le estaban haciendo la prueba anal hace unos meses? Sí, hombre, el que preguntó que si nos íbamos a gastar las ayudas para el coronavirus en vino y toros (como si aquí no hubiese llegado la modernidad y no nos gastásemos todas las ayudas que recibimos en gin-tonics y furgo). El mismo que después pidió ayuda a sus vecinos porque sus hospitales no tenían recursos suficientes para atender los enfermos de coronavirus. Pues ese Mark Rutte ahora anda liado con una sublevación popular porque los muy austeros holandeses, todos esos que desprecian a los hedonistas del Sur, se han puesto en pie de guerra por el cierre de los bares y hasta han protagonizado intentos de asaltos a los hospitales a pedrada limpia, mientras la policía responde partiéndole la cara al primero que pasa por allí con mangueras a presión.
Si, como decía Kipling, la madurez de una persona se mide por la capacidad para mantener la cabeza en su sitio mientras todos a su alrededor la han perdido y le culpan de lo que sucede, entonces lo peor que nos está pasando no radica en que nos hayamos alejado de la cordura, sino que hemos encargado a caprichosos bebés conducirnos hasta ella.