Menudean en estos días los avispados “expertos” que han comprendido la facilidad para llegar a los titulares de los medios de comunicación dando respuestas exageradas a la cuestión de qué nos cabe esperar en nuestro segundo año pandémico. Los hay que lo han conseguido pronosticando la vuelta completa a la normalidad en un periquete y quienes lo han conseguido apostando por la perpetuación de los estados de alarma en lo que queda de siglo. Probablemente, sin embargo, la realidad no toque ninguno de los dos extremos. En esencia todo depende del grado de eficacia que muestren las vacunas con que se va a inocular a la población. Si alcanzan el umbral del 50%, podremos apreciar una progresiva caída en el número de infectados hasta, aproximadamente, una cuarta parte de las cifras que vienen circulando y una caída proporcional del número de casos graves que acaban en las unidades de cuidado intensivo. Estos números acabarán sacando al coronavirus de los informativos, pero no por eso dejará de estar presente. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que todo virus circulante se halla sometido a una serie de presiones selectivas. Por una parte, como resulta lógico, todos los virus mutan en la dirección de volverse infectar más personas. Eso no significa que esas mutaciones los hagan más peligrosos. Sustento la idea de que los virus en general y los virus que afectan a los seres humanos en particular, tienen una fuerte presión selectiva para volverse menos letales. Los motivos son muy claros, un virus que mate a todos sus portadores se expandirá menos que un virus que permita que éstos lleven una vida normal durante largos períodos de tiempo. A ello hay que añadir que, de un modo u otro, más o menos organizadas, todas las sociedades ponen medidas para impedir la expansión de enfermedades graves. Si quieren seguir existiendo, los virus tienen que superar estas barreras. Lo hemos podido observar, por ejemplo, en otra clase de virus que pueblan nuestras vidas, los virus informáticos. Al principio echaban abajo los sistemas que infectaban, lo cual, inevitablemente, limitaba su posibilidad de propagación. Con el tiempo han ido “mutando” hacia formas que pasan totalmente desapercibidas para quienes han sido infectados, permitiendo así su propagación durante muchísimo más tiempo. Probablemente esto acabará ocurriendo con este virus. De todos modos, por fortuna para nosotros, pese a ser un virus de RNA, presenta una tasa de mutación bajísima, apenas una docena en el año que ya lleva circulando entre nosotros, algo ridículo si se lo compara, por ejemplo, con la tasa de mutación del virus del SIDA.
Nada de lo anterior impedirá que acabe por aparecer una cepa capaz de infectar a más personas en un lapso menor de tiempo. De hecho, la propia introducción de las vacunas forzará de tal modo el proceso de selección de cepas de virus que, si, insisto, sus tasas de eficacia se sitúan por encima del 50% y si la campaña de vacunación avanza rápidamente, hacia agosto o septiembre, viviremos un rebrote alarmante. Resulta imprescindible, por tanto, que la vacunación se produzca a la mayor velocidad posible y que se le proporcione a la población vacunas que tengan distintas partes del virus como objetivo, pues dificultará su mutación. Atravesando todos estos umbrales, el rebrote de la segunda mitad de este año será el más alarmante y aunque no dejen de producirse otros, cada vez se mostrarán más localizados y de menor importancia. En este escenario, el virus habrá dejado de ser un asunto de Estado hacia finales del presente año y en el plazo de dos o tres se lo habrá desplazado a donde siempre, los países más pobres y necesitados del planeta. En cuanto a las medidas sociales, teniendo en cuenta el absoluto disparate en que se convirtió la desescalada de mayo-junio del año pasado y la espantosa irresponsabilidad de que han hecho gala los ciudadanos, resulta fácil pronosticar que, una vez más, las medidas más apreciables para impedir la propagación del virus aflojarán en cuanto comience la caída en su expansión, se reintroducirán tardíamente y con escasa eficacia tras el primer rebrote y se olvidarán mucho antes de lo que resultaría necesario. Por tanto, es bastante probable que celebremos el fin de este año sin mascarillas por mucho que los científicos se echen las manos a la cabeza ante semejante locura.
Un escenario con vacunas que presenten menor eficacia que un 50% tiene un cariz muy diferente. La distribución masiva entre la población de vacunas poco eficaces produce un efecto perverso, pues hace que los virus muten en la dirección de saltarse los pocos obstáculos que éstas les ponen y se anticipen a los obstáculos reales que podrían suponerle vacunas más eficaces dirigidas contra las mismas dianas que las anteriores. Como resultado nos encontraríamos con masas de población que se creen inmunes al virus y con cepas de virus capaces de expandirse más rápidamente. Antes de junio veríamos la aparición de una gigantesca oleada cuyos efectos dependerán de si las mutaciones del virus van acompañadas de mayor letalidad o no. Habría problemas para imponer nuevas restricciones a unas poblaciones así desengañadas (a menos que se las engañe adecuadamente de nuevo) y muchos más para garantizar nuevas campañas masivas de vacunación. Perder la primera ofensiva contra el virus puede significar tener que afrontar no una batalla sino decenas de ellas a lo largo de un período de tiempo bastante dilatado. Sin duda, se acabará ganando con la aparición de polivacunas realmente eficaces, pero ya no hablamos de arrinconarlo a las zonas más pobres del planeta en el plazo de dos o tres años sino de cinco o de diez.
La campaña de vacunación ha comenzado con productos que anuncian una eficacia del 94% o superior. Dado que una de las empresas implicadas es Pfizer y que, históricamente, cada vez que Pfizer ha anunciado una eficacia del 80% eso ha significado, como mucho, una eficacia real del 40%, debemos suponer que estas vacunas tienen alrededor de la eficacia que se necesita para movernos en el primer escenario, el más favorable. Sin embargo, dado que la de Pfizer y la de Moderna tienen como objetivo las mismas partes del virus, van a generar una presión selectiva sobre éste para mutar precisamente esas partes. Las siguientes vacunas que vienen, aunque con blancos diferentes en la cubierta del virus, ofrecen también eficacias reales menores, no llegando, probablemente, ni al 40%, lo cual, en lugar de confinarnos definitivamente en el escenario más favorable, complicará las cosas. Para asegurarnos que nos hallamos en el primer escenario hacen falta, por tanto, nuevas vacunas realmente eficaces cuanto antes y que se administren a la vez que las otras a sectores lo más amplios posible de la población. Mientras tanto, debemos esperar que, a diferencia de lo que ha venido ocurriendo hasta aquí, nuestras autoridades muestren cordura y sensatez a la hora de administrar las dosis, que caigan por fin en la cuenta de que la política mata y que politizarlo todo ayuda a que la muerte aceche por doquier. Lo mejor para animales sociales y simbióticos como nosotros siempre es colaborar y no competir, especialmente cuando, como es el caso en esta situación, el bien de todos también es un bien para mí, pues tan eficaz resulta que todo el mundo esté vacunado como que yo lo esté.
Muchas gracias Manuel por seguir escribiendo en su blog 10 años después de que empezara. Este post en concreto me ha hecho reír en algunas partes y en otras conocer datos como el que ha mencionado de la presión selectiva de los virus que afectan a los humanos, cosa que le agradezco.
ResponderEliminarSolo espero que esto pase y por supuesto que siga escribiendo a pesar de la pandemia y lo que tenga que venir
¡Saludos!
Gracias a Ud. por leerme. Es verdad, son ya 10 años y, la verdad es que la cosa se me está empezando a hacer un poco cuesta arriba. Me alegro de haberle aportado algo, eso siempre anima para seguir adelante. Yo también espero que pase todo esto y que lo que tenga que venir no sea peor de lo que ya se ha ido.
EliminarCordiales saludos