La Teoría para la Resolución Inventiva de Problemas (TRIZ por sus siglas en ruso), consiste en una serie de protocolos para abordar los problemas permitiendo obtener soluciones no triviales a los mismos. Algunos de esos protocolos poseen un carácter firmemente estructurado, tales como el Algoritmo para la Resolución Inventiva de Problemas (ARIZ por sus siglas en ruso), otros carecen de ese carácter estructurado (tales como la técnica de los pequeños hombres inteligentes) y otros tienen un carácter discutiblemente estructurado, como la celebérrima matriz de 39*39 contradicciones. En cualquier caso, la finalidad de todos ellos consiste no en generar ideas, sino en conducir de un modo directo hasta la solución del problema planteado. A diferencia de los consejitos de De Bono, de la sinécdoque, de la lluvia de ideas, de los procedimientos de Osborn y hasta del Análisis Morfológico, TRIZ no se propone aumentar nuestra creatividad mediante el procedimiento de multiplicar las ocurrencias. Por el contrario, actúa como un vector, que señala directamente al área concreta, entre todas las configuraciones posibles, donde se hallará una solución, una solución creativa, al problema planteado. A lo sumo, TRIZ ofrece media docena de posibilidades, la mayoría confluyentes en dos o tres líneas de exploración, que nos entregarán lo que andábamos buscando. Mientras la práctica totalidad de planteamientos que andan por ahí atribuyéndose propiedades creativas llevan a un punto en el que existe una instrucción del tipo: “coloque aquí el milagro”, TRIZ realiza ese milagro. Milagro, por otra parte, que no encierra ningún misterio. Los protocolos que forman parte del bagaje de TRIZ se pusieron a prueba en las instituciones de enseñanza que Altshuller fundó en la antigua URSS. Cada vez que uno de ellos conducía a los alumnos a un callejón sin salida, cada vez que un problema se les resistía, cada vez que se descubría una forma de hacer mal uso de ellos, se procedía a su revisión y reformulación. La más documentada evolución a este respecto corresponde a ARIZ, cuya primera versión puede detectarse en el escrito seminal “Acerca de la psicología de la creatividad científica”, de 1956 y que sufrió reelaboraciones hasta la versión aparecida casi treinta años después (ARIZ-85-C). Por eso, cuando ponemos en marcha uno de estos protocolos, no hacemos más que someterlo a una prueba selectiva que, en realidad, ya pasó, así que no hay nada de milagroso en que vuelva a superar la prueba.
Tampoco debemos caer en el otro extremo, el de imaginarnos que TRIZ constituye una herramienta para evitar que pensemos. Altshuller se quejaba amargamente de quienes llegaban a sus instituciones de enseñanza con la idea de que podrían hallar la solución a cualquier problema sin esfuerzo alguno y después se decepcionaban al ver que tenían que aprender a manejar los protocolos, que tenían que hallar maneras concretas de ponerlos en práctica e incluso que tenían que cambiar sus enfoques sobre muchas cosas. TRIZ no nos evita pensar, nos ayuda a pensar. No elimina el esfuerzo del pensamiento, elimina el esfuerzo del pensamiento baldío. Como le gustaba decir a Leibniz, nos hallamos ante el filum cogitationis, que nos guía en cada paso que debemos dar en la oscuridad de los procesos inventivos. Seguimos teniendo que recorrer el laberinto y que enfrentarnos al minotauro, sólo que ahora tenemos un hilo de Ariadna que nos permite entrar y salir de él como si circulásemos por el pasillo de nuestra casa y, en lugar de con un escudo y una espada, vamos armados con un lanzamisiles.
Sin duda habrá quien se muestre dispuesto a afirmar que con TRIZ "piensa TRIZ y no yo", que las ideas nuevas que surgen con ella deben atribuírsele a los procedimientos de esta teoría o a Altshuller mismo y no a la persona que los pone en marcha, que despersonaliza el modo de pensar. Hay algo correcto y algo estúpido en tal manera de entender las cosas. La parte correcta consiste en que TRIZ, efectivamente, pretende que salgamos de nuestras cabezas, de nuestro modo habitual de pensar, de nuestra zona de confort, de nuestros prejuicios y nuestras preconcepciones. TRIZ funciona de mala manera si uno se lleva a ella el enfoque tradicional. De hecho, TRIZ no funciona en tales casos. Su objetivo primario consiste en romper lo que Altshuller llamó la “inercia psicológica”, sobre cuya naturaleza limitadora ya hemos hablado varias veces aquí. Se puede decir de otra manera, podemos utilizar TRIZ en el solitario aislamiento de un pueblecito de Sevilla o en la comunidad de un salón de actos, no hay límite alguno en el número de personas que pueden colaborar en la puesta en marcha de sus procedimientos, incluso se lo puede entender secuencialmente y que alguien en la isla de Jurong lo inicie en enero de este año y lo termine otra persona en Pensacola cinco años después. A Altshuller le gustaba llamar a TRIZ “la ciencia exacta de la creatividad”. Si los puntos de partida coinciden y los procedimientos se han aplicado adecuadamente, debe haber equivalencia en los resultados. Y si tal cosa no ocurre, las personas que han llegado a resultados distintos no necesitarán argumentar ni disputar largamente, sino tomar un lápiz y decir: calculemus.
Sin embargo, parece estúpido afirmar que porque dos personas utilicen la misma regla para medir cosas diferentes “ha medido” la regla y no las personas o que “el método científico” ha producido las diferentes teorías que reconocemos que caen en las disciplinas científicas y no las personas con cuyos nombres las adornamos o que el destornillador y no yo, ha aflojado el tornillo. Para quien trabaja con TRIZ, desde luego, la experiencia no cae dentro de las categorías de la despersonalización ni de la burocratización de la creatividad como sí sentían los conejillos de indias de Johannes Müller sometidos a su implacable Heurística Sistemática. Bien al contrario, se trata de una mezcla de gozosa satisfacción y sorpresa, porque, con mucha frecuencia, uno piensa: “no, la solución no podía ser tan fácil de obtener”. De hecho, el gran problema con TRIZ no consiste en si funciona o no, no consiste en si las soluciones que halla tienen un carácter creativo o no y ni siquiera en si puede considerárselas adecuadas o no. El problema con TRIZ consiste en que genera tal explosión creativa que sobrepasa ampliamente el umbral de creatividad que cada uno de nosotros, nuestras instituciones académicas y nuestras muy libres y capitalistas sociedades pueden soportar.
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