Una de las máximas que llevan grabados todos los políticos españoles en la frente es que la democracia consiste en votar. El voto es la esencia de la democracia, el requisito necesario y suficiente para que algo pueda ser considerado democrático. La democracia se reduce al acto por el cual una mayoría se impone a una minoría o, mejor aún, democracia es algo que se hace una vez cada cuatro años. No importa cuál sea la cuestión, no importa cuáles sean las circunstancias, no importa qué sea lo que se pregunte, si la mitad más uno de los votantes muestra su acuerdo con algo, la democracia ha hablado y ha quedado sentenciada la línea que distingue el bien del mal, la verdad de la mentira, la justicia de la injusticia. Por eso, en democracia, todo se dirime en las elecciones. El nepotismo, la corrupción, la estupidez, la incapacidad, la desvergüenza, no existen a menos que las urnas nieguen la victoria a quienes las practican con fruición.
Si tuviéramos que tomarnos en serio la propuesta de nuestros políticos, resultaría que España es una democracia desde 1947, fecha en la que Franco convocó la primera de las tres elecciones a Cortes que viviría el régimen. Ciertamente eran unas elecciones bastante peculiares, sólo podían votar los varones y el ser cabeza de familia o miembro del partido único, confería votos adicionales. También fue siempre una "democracia" la ya extinta URSS. Se me argumentará, probablemente, que en tales casos no se puede hablar verdaderamente de votaciones, pues se trataba de elegir entre miembros del todopoderoso partido único y algún que otro “independiente” más o menos descolgado del régimen dominante. Bien, cambiemos entonces de aires.
Desde la revolución islámica, las autoridades iraníes presumen de ser la mayor democracia del mundo musulmán. Periódicamente se celebran elecciones a nivel local, regional y nacional, a las que se presentan candidatos de diferentes formaciones y tendencias, resultando elegidos los más votados. No obstante, para preservar la Revolución, los padres fundadores del nuevo Estado pusieron una salvaguarda, el "Consejo de Guardianes de la Revolución". Tiene doce miembros, seis de ellos son nombrados directamente por el Líder Supremo y otros seis por el parlamento. Una de sus funciones es analizar la idoneidad de los candidatos presentados a las elecciones. Ciertamente no es el único filtro que deben haber pasado éstos. Antes de que su candidatura llegue al Consejo es necesario el visto bueno del Ministerio de Inteligencia, del Poder Judicial y de la policía. En última instancia, el Consejo decidirá sobre el grado de fidelidad a la Revolución, es decir, la adecuación o no del candidato para figurar en las listas. En esencia, en la cuestión clave, es decir, en no alterar la estructura de poder y en mantener en el mando a los mismos de siempre, todos los candidatos están de acuerdo. Eso sí, la gente vota. Por tanto, estamos ante una democracia... ¿o no? “Sigue Ud. con las mismas, se me argumentará, para que una votación lo sea realmente, para que haya democracia, hace falta pluralismo político y en Irán, realmente, no lo hay”. Bueno, cambiemos entonces de continente.
En Sudáfrica siempre existió el pluralismo político. Las primeras elecciones de la entonces llamada Unión Sudafricana tuvieron lugar en 1910 y a ella ya concurrieron diferentes formaciones políticas, si bien los partidos que después conformarían la vida parlamentaria del país aparecieron un poco más tarde. El Partido Comunista de Sudáfrica se fundó en 1921, el Partido Nacional en 1914, el Partido Sudafricano en 1911, a esa época pertenece también el Partido Laborista Sudafricano. Las votaciones decidían el gobierno de la colonia y en 1960, por votación, se declaró la independencia de Gran Bretaña. Difícilmente un político español pondrá pega alguna a la muy democrática República Sudafricana. Ahora bien, ¿ha sido realmente Sudáfrica una democracia durante toda su historia? Desde el tratado de Vereeniging que puso fin a la Segunda Guerra Boér en 1902, los negros carecían de derecho a voto. Cuatro millones de ciudadanos decidían sobre el destino de 24 millones de personas tratadas como poco más que animales en su propio país. ¿Acaso es esto una democracia?
Vayamos ahora al principio de todo, vayamos a Atenas, la cuna de la democracia, la inventora de la democracia. ¿Había pluralidad de partidos políticos en Atenas? ¿Había elecciones en Atenas? La Asamblea era un órgano de participación directa, es decir, estaba conformada por los propios ciudadanos y no sus representantes. Apenas un centenar, del millar largo de cargos atenienses, eran efectivamente elegidos, el resto se sorteaba. Probablemente no había un protocolo fijo para la toma de decisiones de la Asamblea y el hecho de que pudiera estar compuesta hasta por 6000 personas hace muy poco probable que todos los asuntos fuesen sometidos a votación. El asentimiento, la aclamación y el recuento a ojo de las manos levantadas constituía el proceder habitual. La votación con bolas de color para el sí o el no sólo se efectuaba cuando resultaba difícil establecer de qué lado estaba la mayoría. El voto en Atenas era más bien la excepción que la regla.
Podemos ir más allá. Imaginemos un país en el que todos sus ciudadanos sean exactamente iguales ante la ley. Ni el dinero, ni el cargo, ni la familia, ni la religión, ni el sexo, ni el color de la piel, ejercerán el menor influjo sobre sus derechos, deberes o posible movilidad social. Todos tendrán las mismas oportunidades, entre otras cosas, de alcanzar cargos públicos, todos se sabrán igualmente alcanzables por el brazo de la justicia. ¿No se deduce de aquí el derecho al voto? O, mejor aún, como en el caso de Atenas, ¿no resultará excepcional la utilización del voto en este país? Y al contrario ¿acaso del derecho al voto se deduce el igual sometimiento a la ley de todos los ciudadanos? Pues ahora ya sabemos lo que quieren decir nuestros políticos cuando afirman que la democracia consiste en votar. Quieren decir que, como ocurría en Sudáfrica, como ocurre en Irán, una minoría, los que siempre han mandado, los que acumulan la riqueza, los que controlan el pluralismo político por la vía de prestar más o menos dinero a quienes han de presentarse a las elecciones, conservarán siempre la sartén por el mango con independencia de cuantas votaciones se hagan. Quieren decir que los derechos están en función del cargo, de la familia o de la cuenta bancaria. Quieren decir que todos los pobres son iguales ante la ley. Quieren decir, en definitiva, que no ven el momento de acabar con el estado de derecho.
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