Poco antes de las tres de la tarde del 3 de abril de 2017, una bomba explota en un vagón de metro en pleno centro de San Petesburgo. Las primeras informaciones señalan que las cámaras han registrado cómo un individuo arrojaba una mochila en el interior de un vagón justo antes de que se cerraran las puertas del mismo. La versión policial habla de dos sujetos, uno que se habría inmolado y otro de barba oscura que habría colocado un artefacto en otra estación de metro, cercana a la estación de trenes de la ciudad. No hay explicaciones acerca de cómo se halló esta segunda bomba, cuál era su material explosivo, si coincidía con la anterior ni por qué no explotó. El sujeto de barba oscura identificado por la policía se entrega para poner de manifiesto que no tiene nada que ver con los atentados.
El ISIS, que reivindica como acciones propias hasta los accidentes de tráfico, no ha hecho público mensaje alguno sobre este atentado. Hasta el momento presente ninguna organización terrorista lo ha reivindicado. Resulta muy conveniente como lo demuestra la precavida reacción de Putin. Durante meses la prensa afín (aunque sería mejor decir, la prensa rusa, a secas) ha estado vendiendo la especie de que el apoyo al carcinero sirio ha tenido por objetivo librar a Rusia de los ataques del ISIS. Este atentado sería un duro golpe si tal organización lo reivindicara como propio o si hubiese sido llevado a cabo por alguien relacionado con Siria. Por eso resulta providencial que en medio de los cuerpos destrozados del metro, la policía rusa identifique con espectacular velocidad los restos de Akbarzhón Dzhalílov, de origen uzbeco aunque nacido en Kirguizistán y que recibió pasaporte ruso con 16 años. Residía en San Petesburgo desde 2011. La policía informa que se habría convertido al islamismo radical en un curso exprés de cuatro semanas recibido durante un viaje a su tierra natal. Posteriormente será detenido un grupo de personas en San Petesburgo y Moscú también procedentes de Asia Central. Durante los arrestos se encontrará otra bomba casera de material sin identificar.
7 de abril de 2017, viernes (como había predicho Donald Trump), Estocolmo, capital de Suecia (como había predicho Donald Trump), un extranjero (como había predicho Donald Trump), irrumpe en una céntrica calle peatonal a bordo de una furgoneta, mata a cuatro personas y deja once heridos. A bordo del vehículo se encuentra una bomba casera que no llega a explotar y de material no identificado. Casualmente también se trata de un uzbeco.
Supongamos que no hubiese habido atentado en San Petesburgo. Las autoridades suecas tendrían motivos para mirar hacia Moscú, sospechando que sus servicios secretos habían jugado sucio, al no avisarles de los tejemanejes de un ciudadano de su órbita llegado a la capital sueca y con turbios contactos. Pongamos sobre la mesa el atentado de San Petesburgo, ¿acaso no debería aumentar la colaboración entre Suecia y Rusia contra un enemigo común que ha atacado a ambas? ¿acaso el gobierno sueco no debería restablecer relaciones de confianza con Putin, obviando sus jueguecitos estratégicos en el Báltico? ¿acaso la OTAN puede proteger a Suecia de situaciones como esta? Porque está claro que, de existir colaboración con ellos, los servicios secretos rusos sí que pueden.
¿Cuánto esfuerzo puede costarle a un servicio secreto, con toda la información que tiene acumulada sobre cada uno de nosotros, convencer a alguien de que está cometiendo un atentado en nombre de una organización con la que, realmente, no ha tenido ningún contacto? Cuando el terrorismo consistía en “organizaciones”, más o menos estructuradas, se produjeron numerosos casos de células reclutadas por un movimiento terrorista que, en realidad, estaban obedeciendo órdenes de alguien que no tenía nada que ver con él. En estos tiempos de terrorismo por inspiración, de pishing, de "lobos solitarios", la impostura resulta trivial.
¿Y Trump? ¿qué bola de cristal utilizó? ¿o acaso no fue una bola de cristal? ¿un informe, una comunicación verbal? ¿pero de quién? Porque se equivocó en la fecha (no en el día). ¿O tal vez no se equivocó y, simplemente, se precipitó, obligando a retrasar los planes, a reelaborarlos, a pegarles por delante un atentado que no estaba previsto de antemano para que la cosa no quedase demasiado evidente? ¿O quizás fue a la inversa? ¿Quizás se trataba de confirmar a posteriori las afirmaciones de Trump? Ciertamente la Casa Blanca lo agradecería aunque fuese a costa de una luna de miel entre Estocolmo y Moscú.
Cabe otra explicación, que estamos hablando de casualidades. Ciertamente, se trata de una versión sólida pues toda la historia del terrorismo está llena de casualidades. Sólo hay una cosa que no es casualidad: que, una vez más, han sido ciudadanos inocentes, como Ud. o como yo, quienes han pagado con su vida.
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