Como ya he explicado reiteradamente, uno de los eslóganes que con más éxito se ha colado en nuestras mentes es el de que “la ciencia cuenta la verdad”. Que se trata de un eslogan y, para más señas, de un eslogan que permite que algunos consigan dinero, resulta extremadamente fácil de demostrar, pues una de las características de todo eslogan es que, en cuanto se lo analiza un poco, se queda en nada. En efecto, ¿qué es la “ciencia” ésa que dice la verdad? ¿lo que hacen los científicos? ¿”ciencia” es lo que hacen los científicos cuando van al cuarto de baño? ¿o se nos está afirmando que ciencia es lo que hacen los científicos cuando hacen ciencia? ¿”ciencia” es lo que figura en los libros... científicos? ¿lo que figura en las publicaciones... de ciencia? Profundicemos un poco más en este último aspecto. ¿Todo lo que publica una revista científica es “la verdad”? Fuera de los cuentos de hadas, es decir, en el mundo real, una publicación científica no se dedica exclusivamente a publicar artículos científicos, también debe retirarlos. Intuitivamente parece muy claro lo que significa “retirar un artículo”. En la práctica la cosa conlleva enormes complejidades. Antes, cuando las publicaciones científicas se hacían en papel, se daba por supuesto que nadie iba a ir por las bibliotecas con una cuchilla cortando las páginas del artículo retirado. Simplemente, se publicaba una nota del comité de redacción anunciando que tal o cual artículo ya no se consideraba digno de aparecer bajo las cubiertas de la revista en cuestión... pese a que, obviamente, no dejaba de hacerlo. Ahora que las revistas científicas tienen una versión digital todo parece más fácil, pues basta con borrarla del servidor de la misma. Sin embargo, la retirada sigue siendo simbólica pues cada artículo es replicado en una pluralidad de bases de datos, ordenadores personales y servidores, de los cuales resulta tan improbable borrarlos como antes lo era el procedimiento de la cuchilla. De aquí la importancia de la tarea emprendida por Ivan Oransky y Adam Marcus, los creadores de Retraction Watch, en resumen, un blog en el que se intenta indexar los artículos retirados de las publicaciones científicas.
A veces el o los autores de un artículo descubren que ciertos datos contenían errores, han sido mal tipografíados o cualquier cosa de este género. Entonces se envía una nota a la redacción de la revista en cuestión comentando lo sucedido. Es lo que se denomina una “corrección”. El contenido de esta nota puede no afectar para nada a las conclusiones del artículo, cambiarlas drásticamente o, lo que resulta el caso más frecuente, comprometerlas en un grado difícil de determinar. Retraction Watch no considera ninguno de estos casos una retirada, lo cual me parece un criterio correcto aunque no todo el mundo esté dispuesto a suscribirlo.
La retirada de un artículo puede producirse a petición de uno o todos los autores del mismo. Puede ocurrir, por ejemplo, que se sientan disconformes con los principios que dirigieron la investigación, o bien se descubre que una máquina estaba dando resultados erróneos o que una muestra estaba contaminada, o, cosa mucho más frecuente, que se produjo un error humano. Dentro de los “errores humanos”, hay de todo, desde la alteración de dos números a la “impaciencia”. En un artículo con múltiples autores, por ejemplo, en el caso de España, el primero que aparece es el catedrático, que ni ha realizado los experimentos, ni ha escrito el artículo, ni, en la mayoría de los casos, se ha molestado en leerlo. Su trabajo consiste en formar el equipo investigador, conseguirle subvenciones y firmar lo que vayan presentando. En segundo lugar aparecerán uno o dos profesores de universidad que son los que han ideado el experimento en cuestión y han escrito el artículo. Finalmente están los “curritos”, normalmente becarios, que son los que de verdad han estado al lado de la maquinita en cuestión, mañana, tarde y noche, siete días a la semana, hasta que han aparecido los resultados. En ocasiones, a uno de estos curritos le pica la “impaciencia”, impaciencia de ver a su novia, impaciencia por conseguir resultados, o impaciencia por obtener reconocimiento a su trabajo y decide “acelerar” el proceso. Si todo esto lo envolvemos en las guerras de sexos y/o de poder que existen en cualquier relación humana, puede entenderse que la retirada de artículos se haya convertido en una tarea tan cotidiana como su publicación.
Tampoco hay que dramatizar las cosas. Por mucho que sea doloroso y un científico lo sienta como si hubiese tenido que matar a un hijo, la decisión de pedir la retirada de un artículo es una demostración de su integridad profesional y del buen funcionamiento de la ciencia. Aún más, un artículo científico no es un diario de laboratorio, por lo que sólo un ignorante de lo que ocurre dentro de uno de ellos puede pretender que los artículos científicos reflejen fielmente lo sucedido. Si se espera que una medición esté entre 5,675 y 5,695, pero en el experimento aparece reiteradamente 5,668, nadie se va a rasgar las vestiduras porque a los resultados se les dé un “empujoncito”. Y a la inversa, si el resultado de tres mediciones es 0,600, 0,800 y 0,700, cualquier científico hará constar en su artículo 0,589, 0,801 y 0,697, pues unas cifras tan redondas difícilmente serían creíbles. Esto (y cosas peores) es algo que todo el mundo sabe y asume. Al fin y al cabo, la ciencia nos proporciona una aproximación a la realidad, el mapa no es el territorio y lo dicho hasta aquí no evita que las cosas funcionen. Obviamente, el material que nos proporciona Retraction Watch no tiene nada que ver con lo comentado hasta aquí.
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