China carecía de un sistema de sanidad universal semejante a los europeos hasta 2009. El modelo actual se implementó en tres años a partir de esa fecha y, de hecho, se crearon no uno sino dos sistemas sanitarios, el rural y el urbano. Esta duplicidad tenía como objetivo frenar la migración desde el campo hasta la ciudad pues, el traslado de expediente entre ambos sistemas resulta extremadamente costoso. Sus efectos reales sobre la migración, sin embargo, no se han podido constatar y existen enormes bolsas de campesinos que, de modo irregular, viven en las ciudades, frecuentemente ocupando los empleos más bajos y peor pagados, tales como taxistas o mensajeros, sin cobertura sanitaria. Con todo, ninguno de los dos sistemas ofrece atención gratuita. El paciente tiene que pagar un cierto porcentaje del coste de los medicamentos y de las pruebas que se le efectúan. Qué porcentaje concreto depende de la región y aún de la localidad, correspondiendo a las autoridades que las rigen establecer ese porcentaje. En los hospitales rurales no suele sobrepasar el 40%, pero en algunas ciudades el paciente puede tener que pagar de su bolsillo el 75% de la factura total y en las consultas externas no baja del 50%. El dinero recaudado se reparte entre el hospital y los médicos, por lo que no existe incentivo para un tratamiento riguroso de los historiales médicos. Resulta habitual que cuando un paciente tiene que ir dos veces al hospital y le atienden dos médicos diferentes, se le repitan pruebas ya realizadas con objeto de multiplicar los beneficios, aunque ello sature los departamentos correspondientes y genere, con frecuencia, diagnósticos contrapuestos. Por otra parte, las familias con suficientes recursos suelen empeñar fuertes sumas de dinero en el mantenimiento con vida de parientes mayores hasta los límites de lo que en Occidente se consideraría ensañamiento. Y, para acabar de rematarlo, no faltan los médicos que recomiendan tratamientos caros y poco eficaces para enfermedades triviales. Todo esto resulta más comprensible si tenemos en cuenta que en los tres años en que se implementó el modelo de sanidad existente, como resulta natural, no dio tiempo a que se licenciara la cantidad de personal sanitario necesario, con lo que se optó por integrar en el sistema a muchos médicos que practicaban, con mejor o peor fe, la tradicional medicina china. Además, la aparición de una red de hospitales completamente privados, sobre todo en las grandes urbes de las zonas especiales, ha arramblado con el personal más preparado y de mayor experiencia, lo cual ha ido en detrimento del sistema público.
En cualquier caso, las condiciones de los profesionales de la medicina en China, se hallan bastante alejadas de lo ideal. La escasez de personal se ha suplido con jornadas laborales interminables, la tópica paciencia oriental, desaparece cuando se trata de esperar sin hacer nada a que llegue el momento de que se los atienda y resulta normal que los pacientes aguarden apoyados en el marco de la puerta abierta de la consulta en la que el médico atiende a otro paciente. El tiempo de atención se reduce, en consecuencia, a unos pocos minutos. Las amenazas y agresiones al personal de los hospitales se han multiplicado en los últimos años hasta convertirse en una auténtica plaga y apenas constituye la punta del iceberg del descontento popular. De todos modos, aunque tengan que esperar largas horas ante el mostrador de admisión, aunque tengan que pagar pruebas por duplicado y aunque la atención recibida no siempre cumpla unos mínimos, los pacientes prefieren recorrer decenas de kilómetros para que se les trate una gripe en el hospital antes que acudir a los centros de atención primaria. El Estado dejó de financiar estos centros mucho antes de implantar el actual sistema y aunque se los ha reactivado, la falta de ingresos de unos pacientes que desconfían de ellos ha generado un círculo vicioso de personal poco cualificado, carencia de medios y escasa asistencia.
Ahora ya podemos resumir. Tenemos una masa de población migrante remisa a acudir a los hospitales porque eso podría iniciar el expediente para su deportación y que, por su trabajo, recorre las ciudades de una punta a otra mientras puedan mantenerse en pie. Tenemos una red primaria de asistencia inexistente. Tenemos unos hospitales cotidianamente saturados, en los que la intimidad brilla por su ausencia y el contacto con otros pacientes comienza ya en las colas de recepción. Tenemos el lógico deseo por parte de los directivos de esos hospitales de ahorrar cuanto se pueda en material fungible, como mascarillas y guantes, entre otras cosas porque la práctica totalidad del mismo se importa. Tenemos médicos que se guían más por los intereses pecuniarios que por los criterios diagnósticos. ¿Qué faltaba en este inmenso bosque seco para generar un pavoroso incendio?
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