El 25 de marzo de 1992 en Melbourne, Inglaterra y Pakistán se enfrentaron en la final de la Copa del Mundo de ese deporte que nadie puede entender a menos que hable inglés llamado criquet. Contra todo pronóstico, Pakistán logró humillar al antiguo poder colonial y comenzó una racha de victorias de los equipos asiáticos sobre la, hasta entonces, imbatible potencia occidental. Aquel histórico triunfo supuso la retirada del que había sido capitán y emblemático jugador pakistaní Imran Khan. En buena medida el ascenso del poder asiático en el criquet es la historia de la prodigiosa carrera de Khan y, paralelamente, de las retransmisiones televisivas de dicho deporte. Un ídolo viviente en su país, respetado y admirado fuera de él, bien visto por las élites políticas londinenses, Khan recibió muy pronto propuestas para ocupar cargos ya bajo la dictadura de Muhammad Zia-ul-Haq. Esencialmente los partidos políticos pakistaníes se lo rifaban y él se dejó querer por unos y otros pero con la idea clara de que no sería segundo de nadie. El 25 de abril de 1996 fundó su propio partido, el Pakistán Tehreek-e-Insaf (Movimiento pakistaní por la Justicia). Khan mostró en política la misma habilidad que había demostrado para los enfrentamientos sobre el redondeado campo de los estadios de críquet.
Comenzó su andadura por las arenas movedizas de la política pakistaní utilizando su carisma para defender a capa y espada al gobierno del golpista Pervez Musharraf. A nadie se le escapó que este inicio, más que simpatía por Musharraf, mostraba sus intentos por granjearse amigos en el ejército y, más concretamente, en sus servicios secretos, el ISI, un auténtico Estado dentro del Estado que viene poniendo y quitando primeros ministros con tal fruición que ninguno ha conseguido jamás terminar su mandato de cinco años. Pero, como digo, Khan es cualquier cosa menos tonto. Hacia 2007 ya se había dado cuenta de que Musharraf tenía los días contados y se pasó a bombo y platillo al Movimiento Democrático de Todos los Partidos, lo cual le costó arresto, maltrato y cárcel. El hecho de que un tambaleante Musharraf no lo quitara de en medio por entonces demuestra que el ejército ya tenía planes para él. Pero la caída de Musharraf favoreció a quienes había expulsado del poder con su golpe de estado, Benazir Bhutto y su partido, el PPP. Musharraf, pensaba haber alcanzado un pacto con Bhutto que le permitiría seguir conservando esferas de poder o, al menos, no ser perseguido por sus múltiples tropelías, pero el ejército ya lo había puenteado y dos meses y medio después de volver de su exilio, Bhutto fue asesinada en un atentado.
En 2013, la hora parecía haber llegado para Khan. Sin embargo, las urnas le dieron la victoria al tradicional rival del PPP, el PLM (N) de Nawaz Sharif. No obstante, el “plan Khan” ya estaba en marcha y a partir de 2014 inició una campaña de agitación popular denunciando el “robo” de las elecciones de 2013, cosa que permitió al ejército manejar al gobierno de Sharif a su antojo. Finalmente, Khan llevó a su partido a ganar 116 de los 270 asientos del Parlamento, en medio de acusaciones de una flagrante intervención de los militares a su favor en 2018. Como Primer Ministro, Khan favoreció la atención sanitaria para los más pobres, la desaparición formal de las áreas tribales tradicionalmente hostiles a cualquier cosa procedente de Islamabad y hogar tradicional del ISI, saneó las cuentas públicas a cambio de hundir la rupia y encarecer de modo asfixiante el coste de la vida, abrió las puertas a la llegada de capital chino, restauró las relaciones con las monarquías del golfo e incendió las redes sociales negándose a llamar terrorista a Bin Laden o justificando la negativa de los talibanes a la educación de las niñas. Desde su oficina se defendió la independencia de los EEUU y acabó en el despacho de Putin el día en que éste iniciaba la invasión de Ucrania. Sin embargo, durante su gobierno, el ISI ha mostrado un grado de colaboración con las administraciones norteamericanas bastante mayor que en la década anterior.
Lo que pasa en los despachos de las altas esferas de Pakistán es fácilmente descifrable, pero lo que ocurre en los despachos castrenses es otra cosa. Sin que nadie sepa muy bien por qué ni cómo un abismo absolutamente inusual se abrió en el monolítico ejercito pakistaní entre el general Qamar Javed Bajwa, Jefe del Estado mayor y el teniente general Faiz Hameed, jefe de los servicios de inteligencia, hasta el punto de que llegaron a mostrar sus desavenencias ante los periodistas. Bajwa se deshizo de Hameed en junio 2021, pero con los años, Hameed se había convertido en íntimo amigo de “su chico”, Imran Khan, así que Bajwa propició un voto de confianza que expulsó a Khan del cargo el 8 de marzo de este año, siendo la primera vez que un primer ministro pakistaní lo pierde de este modo (el modo habitual es un golpe de estado). Desde entonces, Khan ha vuelto a la agitación popular, promoviendo marchas, manifestaciones y protestas contra el gobierno, los militares y, en última instancia, EEUU, a los que acusa de haber urdido su destitución. El gobierno tampoco se ha quedado quieto y ha orquestado una acusación contra él por “terrorismo” y malversación. Durante la marcha que Khan ha organizado desde Lahore hasta Islamabad, un tiroteo acabó con seis personas heridas, entre ellas un Khan que sigue conservando un enorme tirón popular. Sus seguidores no dudaron en calificarlo de atentado y mostraron su furia en las calles del país. En un hito sin precedentes, el actual jefe del ISI, cargo que hasta hace poco conllevaba el secreto absoluto sobre su identidad, se presentó ante la prensa para negar cualquier relación del ejército con lo ocurrido. Pero la bomba estalló pocos días después, cuando Khan desveló un informe (obviamente elaborado por Hameed) en el que se daba cuenta del enriquecimiento personal y familiar de Bajwa que oficialmente debe pasar a la reserva el día 29 de este mes.
Mientras los mimbres que han sostenido a Pakistán desde la independencia parecen rasgarse por todas partes, el país va camino del abismo. Su deuda es tan enorme que China y las monarquías del golfo se han negado a financiarla. Las caudalosas inversiones de Pekín han sembrado el país de resentimiento por todas partes y particularmente en la estratégica región de Beluchistán, siempre levantisca y que parece al borde de una violenta explosión. Hasta los talibanes han comenzando a ningunearlos y se han multiplicado los incidentes en la frontera no delimitada con Afganistán. El salvavidas económico que podría suponer la ayuda del FMI vendrá, como siempre, condicionada a nuevos ajustes fiscales que condenarán a la ya empobrecida población a caer por debajo de los límites de la subsistencia. Mientras tanto, niños descalzos juegan con palos y piedras en los descampados a rememorar el triunfo de Khan y los suyos en la Copa del Mundo de críquet.