Fiedrich Ludwig Gottlob Frege, publicó “Über Sinn und Bedeutung” en 1.892, texto que acabó convirtiéndose en fuente de buena parte de las reflexiones sobre el lenguaje del siglo XX. Lo que Frege dice en este texto parece extremadamente simple. Tomemos un ejemplo puesto por él mismo, las expresiones “el lucero matutino” y el “lucero vespertino”. Ambas expresiones se refieren a la primera estrella que brilla en el cielo al atardecer y la última estrella que deja de brillar en el cielo al amanecer. Dicho de otro modo, se trata de dos formas de referirse a Venus. Por tanto, ambas expresiones indican lo mismo. En ambas hay algo idéntico y algo diferente. A eso idéntico, Frege lo llama su Bedeutung y a lo diferente lo llama su Sinn. Hasta aquí lo que podemos considerar claro en la exposición de Frege. Pero incluso en esta primera aproximación existen numerosos elementos que pueden tomarse de una u otra manera y que, inevitablemente, condujeron a los enredos de la filosofía del siglo pasado. Comencemos con lo más elemental. “El lucero matutino”, “el lucero vespertino”, la primera y la última “estrella”, no aluden a nada que “reluzca” ni a ninguna estrella, se trata de un planeta. Esto puede parecer una jocosa anécdota, pero constituye algo de un calado mucho más profundo. Frege presupone siempre la dispar naturaleza de las referencias, no sometiéndolas a ninguna regla estricta. En el caso concreto que nos atañe y en la mayoría de casos que discute, utiliza expresiones que supone referidas a objetos, por tratarse de los casos más simples. Ahora bien, por continuar con el ejemplo de Venus, si realmente estas expresiones cumplen con su papel y si, de verdad, indican hacia "algo", ese "algo" no puede consistir en un objeto, porque el objeto mencionado en ellas, el “lucero” o la “estrella”, no puede caracterizarse realmente ni de un modo ni de otro. Nosotros percibimos dicho planeta como un lucero o en analogía con otras estrellas. Por tanto, lo indicado por tales expresiones no corresponde a nada que podamos patear, pisar o tocar, a lo que solemos llamar “un objeto”. Aquello a lo que se alude corresponde a un punto concreto en nuestro sistema de conocimientos.
Pero si ya tenemos aquí un primer problema imprevisto, aparece un segundo, inmediato, con los términos alemanes utilizados por Frege. La palabra Bedeutung se traduce indefectiblemente por “significado”, salvo, precisamente, en las traducciones de este texto, que, de un modo unánime, se convierten en “referente” o, más recientemente, “denotación”. Para entender el lío que hay aquí debe comprenderse que las primeras traducciones de este texto fregeano se realizaron al inglés y que en inglés meaning, que podemos traducir como “significado”, también puede querer decir “sentido”. Los traductores eligieron como términos contrapuestos no sense y meaning, distinción demasiado sutil, demasiado alemana, para los anglosajones, sino sense y reference. El contagio al español convirtió Bedeutung en “referencia” (término que, aparte de en este texto, sólo se utiliza, abreviado, para los catálogos de productos) y, ya, con el paso por EEUU de la cuestión, en "denotación". Eso sí, nadie ha explicado, con todas estos ditirambos, que más allá de las intenciones de Frege, sobre las cuales hoy día podemos saber bastante poco, no hay ninguna otra palabra para “significado” en alemán aparte de Bedeutung.
Resumamos, pues, lo que llevamos visto hasta aquí: en “Sentido y referencia”, Frege nos dijo que, en la mayoría de los casos, las expresiones denotaban un objeto, cuando, siguiendo sus ejemplos, no queda más remedio que concluir que, en realidad, el significado siempre indica una posición, una posición en nuestro sistema de conocimientos. ¿Cómo pudo perderse Frege en sus propios ejemplos? Muy fácil, retomemos las primeras páginas de “Über Sinn und Bedeutung”. Allí Frege se plantea si pueden afirmarse las mismas cosas de a=a que de a=b y llega a la obvia conclusión de que en a=b hay algo diferente de a=a, a saber, que esta segunda fórmula no amplía nuestro conocimiento y la primera sí. Por tanto, dice Frege: “son evidentemente enunciados de diferente valor cognoscitivo”. Y continúa: “el descubrimiento de que cada mañana no se levanta un nuevo sol, sino que siempre es el mismo, fue ciertamente uno de los descubrimientos más trascendentales de la astronomía”. ¿En serio? Desde luego que no. El descubrimiento más trascendental de la astronomía consistió en que el sol que se levanta hoy contiene 48 billones de toneladas de hidrógeno menos que el que se levantó ayer. ¿Cómo pudo un matemático de la capacidad de Frege despreciar semejante inmensidad numérica? Pues porque Frege escribe “a=a y a=b”, pero lee “a es igual a a y "a es igual a b”. O, resumidamente, “a es a y a es b”. Si “a es a”, a siempre es igual a a, el sol siempre es el mismo sol y entre el lucero matutino y el lucero vespertino tiene que haber algo común, un objeto permanente, firme, sólido, siempre igual, aquello que es común a ambas expresiones y siempre lo será, lo que hace que una expresión sea equivalente a la otra.
Rehusemos ahora decir lo que las cosas son o, mejor todavía, olvidemos el ser. Entonces leeremos el signo entre a y b no como “es igual a”, sino como, "tiene rasgos comunes con" o “comparte rasgos con”. Naturalmente a comparte todos y cada uno de sus rasgos con a en todo momento, pero ahora entendemos que “a=b” tiene dos lecturas posibles. La primera, que hemos escrito impropiamente b, porque deberíamos haber escrito a, quiero decir, que a y b comparten todos sus rasgos. La segunda, todavía más interesante, que, a efectos de esta ecuación, de este problema, de esta situación, a comparte rasgos con b. En este caso, ciertamente, hay una diferencia entre ambas expresiones y, ciertamente, porque nos aporta un nuevo conocimiento, a saber, que el intervalo temporal en el que valía la primera proposición resulta más amplio que el intervalo temporal en el que vale la segunda. El vínculo entre “sentido” y “referencia”, entre “expresiones” y “significado”, entre “signos” y “representaciones”, que en Frege aparece siempre como una coincidencia circunstancial e inexplicable sin aludir a la psicología de los sujetos, se vuelve ahora de una necesidad lógica ineludible. Obviamente, cada posición tiene que designarse de diferentes modos porque el sistema de nuestros conocimientos, como el sol, se halla sometido a un continuo reajuste.