El primer paso en cualquier guerra híbrida consiste en negar legitimidad al gobierno contra el que se lanza la campaña, exactamente lo que ha hecho Croacia al acusar en reiteradas ocasiones al gobierno Bosnio de convertir el país en un “paraíso para el terrorismo islámico”. En segundo lugar, resulta muy recomendable, en la línea de lo expuesto en la entrada anterior, acusar de eso mismo, quiero decir, de guerra híbrida al atacado, como ha hecho quien en su día ocupara el cargo de alcaldesa de Dubrovnik, Dubravka Šuica, ya como miembro del Partido Popular Europeo, en la Eurocámara en referencia a la población croata de Bosnia-Herzegovina y a los periodistas adscritos a dicha etnia. Por último, de momento, tenemos las revelaciones de medios independientes según las cuales, los servicios secretos croatas (SOA) habrían tratado de convencer a musulmanes bosnios que trabajaban en Croacia para introducir armas en mezquitas bosnias, al objeto de, posteriormente, “descubrirlas”. El testimonio de algunos de los musulmanes contactados por la prensa revela interrogatorios arbitrarios, coacciones y posteriores prohibiciones de entrar en territorio comunitario por constituir “una amenaza para la seguridad” a todos los que se negaron a colaborar en el montaje. Desde la dirección de la SOA, cuyo comportamiento ya había merecido las quejas del gobierno de otro país vecino, Eslovenia, presentaron una línea argumental bastante curiosa. Primero calificaron las acusaciones de “falsas y maliciosas” para, a continuación, reconocer que habían contactado con las personas mencionadas, pero, de ninguna maneras para montar un complot. Por si la cosa no pareciera ya bastante retorcida, apareció la fiscalía bosnia anunciando la apertura de una investigación, pero no sobre las actividades de la SOA en su país, sino contra su Ministro de Seguridad, Dragen Mektic, quien confirmó las informaciones del portal independiente Zurnal, por “revelar públicamente secretos de Estado”. Hay que recordar a este respecto que Mektic había respaldado públicamente la preocupación de las autoridades europeas porque la fiscalía bosnia parece proclive a dejar impunes evidentes casos de criminalidad y corrupción.
En cualquier caso, no se puede achacar a la justicia bosnia de inactividad contra el terrorismo. Hace apenas unos días, un tribunal condenó a dos sujetos por su planificar un atentado contra un cuartel de la policía. El caso resulta, desde luego, paradigmático. Uno de los acusados, de nombre Maksim Bozic, no forma parte ni de lo que queda de los yihadistas que acudieron a Bosnia durante el conflicto de los años 90, ni de los centenares de bosnios que han regresado tras su participación en las guerras de Oriente Medio y el Norte de África. Se trata de un ciudadano étnicamente adscrito a la población serbia, nacido en el seno de una comunidad cristiana ortodoxa y convertido al Islam, un prototipo, en definitiva, de esos neófitos, que afirman haber descubierto el Islam "tal y como es". Su compañero de condena, Edin Hastor, sí pertenecía a la comunidad musulmana, en concreto a ese famoso grupo que también afirma que "el Islam es el Islam. No puede ser liberal o conservador. Es único". Esta diatriba, como puede observarse, no acerca del Islam, sino acerca de su “ser”, forma parte de lo que se conoce como salafismo y parece que se ha asentado en toda una serie de pueblecillos en torno a Tuzla. Cuántos salafistas hay en Bosnia resulta difícil de decir, los medios croatas los cifran entre 5.000 y 10.000, pero, curiosamente, los medios serbios los rebajan a unos 3.000. De todas formas, constituyen una minoría en un país en el que la religión siempre se ha entendido de un modo abierto y tolerante y en el que el gobierno controla directamente el nombramiento de los imanes de todas las mezquitas. Pero en este paisaje, que, como digo, absorbió y diluyó sin muchos problemas la presencia de los muyahidines llegados durante la guerra, ha venido a implantarse recientemente el wahabismo saudí de la mano de sus cuantiosas inversiones en un sector inmobiliario en efervescencia. Y, para que no faltara nada, hay que mencionar la influencia del gobierno turco de Erdogan, un íntimo, según diversas fuentes, del presidente por la parte musulmana del país, Barik Izetbegovic. En Sarajevo, Erdogan llevó a cabo su multitudinario mitin para la diáspora de la campaña para las elecciones de junio de 2.018, que otros países europeos habían vetado. Durante ese viaje se firmó el acuerdo por el que Turquía se compromete a financiar los gastos de la autopista que unirá Sarajevo con... Belgrado. De este modo, los otrora sitiadores de la capital, que luchaban, según sus propias declaraciones, contra islamistas radicales y los restos del poder otomano, han tenido que leer cómo el portavoz de sus aliados rusos, Sputnik, le hacía la ola a la política “neootomana” de Erdogan (sic). No debe sorprendernos, pues, que las últimas elecciones en Serbia las ganaran los pro-europeos del SNS y que este país se halle más avanzado en sus negociaciones de adhesión a la Unión Europea que Bosnia.
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