Hubo una época en que TVE emitía series de la BBC. Así llegaron hasta nosotros Yo, Claudio o la desternillante Sí, Sr. Ministro. Esta última contaba la historia de James Hacker, un político tontorrón y engreído, que alcanzaba el cargo de ministro. En Inglaterra, inmediatamente por debajo del ministro, hay un Secretario Permanente, esto es, un funcionario nombrado por la reina. A nuestro protagonista le caía en suerte el taimado Sir Humphrey Appleby, cuyo lema era que a los ministros no se los puede dejar solos porque tienen ideas. Hacker, en efecto, tenía numerosos ocurrendos que el alto funcionario trataba en todo momento de frustrar. Al final de cada episodio, solían llegar a un "compromiso", una solución tan equilibrada como disparatada. Entre las risas, se podía adivinar el funcionamiento real de un gobierno. Recuerdo esta serie cada vez que se nombra un nuevo ministro.
Como cabía esperar, los nombramientos de Don Naniano Rajoy han dado lugar a pocas sorpresas. Desde el principio ha quedado claro que los elegidos serían miembros de la "derecha civilizada" o "europea", esa derecha estupenda para un país porque obliga a la izquierda a hacer algo más que enseñar dóbermans en sus campañas electorales. Además, pertenecen casi todos al círculo íntimo del líder. Es éste un arma de doble filo. La ventaja de un gobierno cohesionado es que responderá al unísono, el inconveniente es que si uno de sus elementos resulta erosionado, el gobierno en su totalidad se tambalea. Basta con que uno de los miembros del gobierno sea cuestionado para que el propio líder pierda credibilidad. Y aquí es donde entra en juego Ruiz-Gallardón.
Los jugadores de ataque del fútbol americano suelen llevar colgada del pantalón una toalla. Su función esencial es actuar como señuelo. Con frecuencia, cuando un defensa está desesperado por agarrar al delantero, echa mano de lo primero que se mueve, esto es, de la toalla. Ésta se desprende sin dificultad y el defensa se queda con la toalla en la mano y cara de tonto. El segundo que tarda en darse cuenta de que ha caído en la trampa, es el que aprovecha el atacante para sacar una ventaja definitiva. Ruiz-Gallardón es el señuelo. Se espera de él que se mueva, que haga cosas y atraiga la mayoría de las críticas (al menos, de dentro del partido).
Pero el nombramiento que todo el mundo esperaba era el correspondiente al Ministerio de Economía. Su titular, ya veremos por cuánto tiempo, es Luis de Guindos. Tengo noticias de que es una persona brillante, capaz de explicar las ideas de otro como si fuesen revelaciones propias y de convencer a todo el mundo con sus explicaciones. Otra cosa es que aquello de lo que va a tratar de convencernos tenga fundamentos para ser convincente. Ya ha advertido que no viene a cosechar aplausos y es cierto, trae dos ideas muy claras en mente: hay que reestructurar el sector financiero y hay que llevar a cabo una reforma laboral (de hecho, cualquier reforma laboral con tal de que sea) bastante dura. Vayamos por partes. La reestructuración del sector financiero que tiene en mente pasa porque los bancos y cajas cuantifiquen, por fin, sus pérdidas reales debidas a esta crisis. Una vez hecho esto, mediante fusiones o intervenciones, se sanearían las entidades insolventes y redimensionarían las solventes. Es una buena idea. Tan buena que deberían llevarla a cabo todos nuestros socios europeos, empezando por nuestro líder financiero, Alemania. Porque si no lo hacemos todos, corremos el riesgo de que, al final, bancos (alemanes) podridos hasta el tuétano acaben comprando entidades (españolas) sanas y eso no puede ser bueno para nadie.
Una reforma laboral es necesaria para afrontar un futuro mejor, siempre ha sido necesaria y siempre lo será. Llevo treinta años oyendo hablar de reformas laborales. Las he vivido por consenso e impuestas, grandes y pequeñas, sectoriales y generales, reformas laborales al limón, a la naranja y a la malvasía. Todas ellas han terminado de la misma manera, generando un crecimiento moderado del empleo cuando las cosas iban bien y paro a raudales en cuanto las cosas se torcían lo más mínimo. ¿Cuántas reformas laborales más vamos a necesitar? Veamos, Grecia es un país con una economía en coma, su déficit público va camino del 127% del PIB y su deuda pública alcanza el 165% del PIB, tasa de paro: 16%. España no es Grecia. Nuestro déficit público estará algo por encima de 6% y nuestra deuda pública en torno al 66%, tasa de paro: ¡¡22%!! Crear empleo parece cosa fácil: empeoremos nuestras cifras macroeconómicas.
¿Todavía necesitamos abaratar más el despido? Semejante dislate se asienta en un sofisma ubicuo. Se argumenta, por ejemplo, que la pena de muerte disuade a los asesinos y, del mismo modo, se pretende que el cálculo de cuánto costaría despedir a los empleados disuade a los empresarios de contratarlos. Si de verdad los seres humanos pensásemos en las consecuencias últimas de nuestros actos antes de llevarlos a cabo, simplemente no habría delitos (ni matrimonios). Si los empresarios, antes de contratar a alguien, calculasen el coste de despedirlo, jamás contratarían a nadie. Los seres humanos somos muy malos calculando a largo plazo así que, habitualmente, no lo hacemos. Desde luego, el Sr. de Guindos no es una excepción a este respecto. Al menos no lo hizo mientras estuvo en Lehman Brothers. Y ahora les propongo un acertijo, se trata de averiguar cuántos antiguos miembros de la división europea del quebrado banco, detonante de la crisis actual, encabezan instituciones que dicen conocer las fórmulas para sacarnos de ella.
En cualquier caso, lo peor que se puede decir del Sr. de Guindos no es que, por acción u omisión, perteneciera al selecto grupo de los que precipitaron esta crisis. Lo peor que podemos decir de él es todo lo bueno que ya hemos dicho. La verdad es que no está ahí para tener ideas ni para promover reformas, está ahí para explicar los planteamientos de otro. Sin Hacienda, la cartera de Economía es una pistola sin balas. De Guindos es el portavoz y, por tanto, el parachoques, de Montoro que es quien de verdad va a trazar las grandes líneas de la nueva política económica. Esta bicefalia en una época tan delicada puede ser nefasta.
De este primer gobierno de Don Naniano se puede extraer aún otra enseñanza muy clara. Para ser profesor de latín se debe haber estudiado latín, para ser camionero hay que saberse el código de la circulación, para tener una tienda hay que saber vender, pero, ¿qué hay que saber para ser ministro? Pues pregúntenselo a la Sra. Pastor. Ha sido ministra de Sanidad y ahora lo es de Fomento. Caben dos posibilidades. Una es que lo que pedía Platón, que los reyes fueran sabios o los sabios reyes, ya se haya cumplido. La otra es que, para ser ministro, en realidad, no hace falta saber de nada, como le ocurría a James Hacker.