Los políticos no tardaron mucho tiempo en utilizar como excusa lo que Hollywood había comenzado a producir a partir de 1929 para uno de sus deseos más antiguos, controlar el cine. Numerosos estados comenzaron a legislar sobre lo que podía o no podía verse en las pantallas situadas en su territorio. Hollywood no caía bajo su jurisdicción y multar a los distribuidores por un producto sobre el que no tenían control solo podía servir para generar pérdidas insostenibles para ellos. Pero la industria sintió pánico ante la situación que podría acabar por producirse: que cada cámara de representantes legislara en un sentido diferente, generando la necesidad de crear una versión de cada película para cada territorio de la Unión. Para evitar semejante locura, los estudios promovieron en 1930 lo que se conoció como "código Hays". Esencialmente, se trataba de un código de autocensura, pero su parte más interesante radica en la justificación del mismo. Nació para impedir la transmisión de mensajes viles, para impedir que en las pantallas aparecieran cosas que hirieran la sensibilidad del público, para librarlo de cualquier cosa que rebajase "el nivel moral de los espectadores". Por lo mismo, cabía entender que también quedaban prohibidas las películas que rebajasen el nivel moral de quienes participaran en ellas. Por tanto, para no denigrar a la mujer, prohibía presentarlas desnudas, quitándose las medias, mostrando el ombligo y, en particular, toda alusión a su sistema capilar, incluyendo las axilas. El mismo respeto a la mujer justificaba prohibirles a los hombres que se quitaran los pantalones o exhibiesen prendas que destacasen su aparato reproductor. Por supuesto, consideraba que las danzas que acentúan los movimientos indecentes tenían un carácter obsceno, en particular "todo menear de caderas y todo movimiento del bajo vientre deben ser vigilados estrictamente". Por respeto hacia las personas con malformaciones, se les prohibía aparecer en cualquier escena. La ley "natural o humana", no resultaría criticada en ningún aspecto. Mucho menos la ley divina, "los sacerdotes, los pastores y las religiosas nunca se podrán mostrar capaces de un crimen o de pertenecer a un grupo impuro". En consecuencia, quedaban prohibidas las palabras Dios, Señor, Jesús, Cristo, mierda, jodido, joder, caliente (referido a una mujer), virgen, puta, mariquita, cornudo, hijo de puta, condenado e infierno. Tanto la ley natural como la humana consagraban el matrimonio, de modo que no se atentaría en ningún momento contra él y ningún comportamiento sexual ilícito podría mostrarse de un modo preciso. De hecho, no se mostraría ni se haría alusión explícita a nada que tuviese que ver con las relaciones sexuales o la prostitución. La descripción de la víctima debatiéndose contra una violación quedaba prohibida. No se daría lugar "al alcohol en la vida norteamericana". De un modo semejante, por respeto a otras razas y a los extranjeros, se exigía no mostrar otras formas de vida diferentes de la del americano medio.
El código Hays, entró en vigor en 1930, pero todas las producciones de las que hemos venido hablando y muchas más jugaron con él como el gato con el ratón. Los realizadores sabían que si colocaban cinco escenas contrarias al código Hays cortarían las cinco, pero que si insertaban quince, seguirían cortando cinco. De un modo más simple, con la urgencia de atraer espectadores, nadie se tomó el código muy en serio. En cuanto los efectos del New Deal comenzaron a sentirse en la afluencia de público, todo cambió. El código se trasladó desde las salas de posproducción a los despachos. Ya no se trató de que se cortaran escenas, simple y llanamente, quien presentaba un proyecto que no encajaba en el código Hays por algún motivo podía contar con su rechazo. Ninguna de las películas mencionadas hasta aquí podrían haber visto la luz en el Hollywood nacido a partir de 1934. A la sombra del star system, durante más de 20 años, los estudios solo produjeron películas políticamente correctas, en las que una censura tan inmisericorde como ajena a cualquier registro, mostró una imagen de Norteamérica conveniente a los intereses de quienes ostentaban el poder político y económico. A este período de impoluta corrección política la conocen los historiadores del cine como "la época dorada de Hollywood". De hecho, la industria aceptó de buen grado la sobreimposición de otro género aún más duro de censura en los años 50 en forma de defenestración de quienes tuvieran veleidades “liberales”, lo que se conoció como "macartismo". Por aquella época, el sistema había comenzado a sufrir embates por parte de un cine europeo no sometido al código Hays y que se asomó a las pantallas norteamericanas con temas, situaciones y personajes a los que el público no se hallaba acostumbrado y que, por tanto, no dudó en rechazar. “Matrimonio a la europea” comenzó a designar esas otras formas de vida que lo rodado en Europa mostraba sin pudor y que no aparecía de ninguna de las maneras en las películas de Hollywood. Por mucho que se diga, estas producciones apenas si representaron pinchazos de alfiler en la piel de un elefante bien engrasado y cuyo funcionamiento generaba ingentes cantidades de dinero sin demasiadas dificultades, embobando al público con una realidad ficticia. Todo esto cambió hacia mediados de la década de los 50 con la llegada de una crisis, para el cine, peor que la del 29 y que tenía como eje un aparato de nombre ya de por sí satánico: televisión.
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