En 1920, con 18 años, llegó a los EEUU Kurt Fritz Schneider, nacido, como sus tres hermanas, en Alemania. Ninguno de ellos superaba el medio metro de estatura y alcanzarían fama en el mundillo del teatro de variedades de los suburbios norteamericanos como "The Doll Family", ya con sus nombres convenientemente normalizados: Grace, Tiny, Daisy y Harry Earles. Harry tenía fama de culto y gran seductor de damas a las que no les llegaba ni por la cintura. Pronto pasó a hacer papelitos en Hollywood y acabó convenciendo a la Metro Golden Mayer para comprar los derechos de "Spurs", un relato de Tod Robbins que se desarrollaba en un circo carnavalesco. El proyecto se lo entregaron a Tod Browning, que procedía de ese mismo mundo carnavalesco y que había rodado un Drácula en 1931 de cierto renombre. Earles y Browning tuvieron muy claro desde un principio que en su película no habría prótesis, ni efectos especiales, ni casi nada de lo que había en el relato original. Contrataron un pequeño ejército de personas con malformaciones de todo tipo y que hacían a Earles un gigante físico e intelectual. Junto a ellos, Olga Baclanova y Henry Víctor, ejemplificarían la cara bonita de los actores de Hollywood. Aunque Baclanova siempre dio fe del magnífico ambiente que se vivió durante el rodaje, el personal de los estudios no lo vio de la misma manera. Obligaron a Browning a trasladarlo a una nave y hasta construyeron una cafetería especial para los actores de la película.
No hay manera de ver Freaks que no la haga una película explosiva. El modo en que Cleoplatra (Olga Baclanova) seduce al enano Phroso se muestra sin el menor asomo de recato. Ningún ciudadano medio tendría problemas en identificarse con los "pequeños" que luchan y acaban tomándose la justicia por su mano contra unos "grandes" que los han manipulado a su antojo para arruinarlos. Por si fuera poco, en medio de una Norteamérica en la que el discurso eugenésico circulaba sin disimulo entre las élites políticas e intelectuales, la película declaraba que la humanidad de los "anormales" se hallaba muy por encima de la humanidad de los "normales", que la malformación física no se contagia, pero la moral intoxica a todo el que entra en contacto con ella. Todo junto, ponía a prueba la sinceridad del discurso del Hollywood oficial acerca de su "tolerancia". La respuesta no se hizo esperar. El propio estudio censuró la película mucho antes de su primera exhibición. A Browning lo apartaron del proyecto tras su primer montaje. Los 94 minutos de la película quedaron salvajemente recortados en algo más de 60. Y lo cortado se quemó antes de que alguien pudiera guardar una copia que acabase saliendo a la luz. Lo más explosivo se perdió para siempre. Aun así, su estreno en 1932 causó un enorme revuelo. La crítica la destrozó por "grotesca", el público le volvió la espalda, se corrieron rumores de que las mujeres embarazadas que acudían a verla abortaban y caritativas almas piadosas acusaron a Browning de explotar a los discapacitados. Harry Earles se lo tomó con calma: “¿Qué importa? Mi película es un chef d’oeuvre, y, como los buenos vinos, todavía mejorará”. Tardó 30 años en acertar.
Como venimos mostrando la relación del Hollywood de esta época con "lo otro", tenía caracteres extremadamente ambiguos. Por una parte, visibilizó a "lo otro" como no se había hecho antes y no se volvería a hacer. En la primera película del cine sonoro, quienes no se habían planteado nunca tener una conversación con un afroamericano quedaron fascinados oyéndoles hablar y cantar. Personas con malformaciones, minorías étnicas, sexuales y religiosas, ocuparon las pantallas con naturalidad. Sin embargo, todo esto se hizo sin abandonar los prejuicios y estereotipos característicos. Ningún ejemplo mejor que el de los orientales. Prácticamente, no hubo película en la que no se advirtiera del "peligro amarillo" que, curiosamente, no se centraba en los japoneses, sino en los futuros aliados chinos. Lo que para nosotros constituye el "Oriente próximo", no perdió su carácter fascinante a la vez que amenazador, mientras que el Pacífico, mucho más cercano a Hollywood, siempre revistió el aspecto de un paraíso de relajadas costumbres sexuales.
En este período Hollywood clamó contra los políticos débiles, carentes de una visión y corruptos. Pero, a la vez, ridiculizaba y criticaba sin ambages a quienes Europa encumbró como paradigmas de la lucha contra ese tipo de políticos: Mussolini y Hitler. Desde los estudios se buscaba otra cosa y los buenos dioses del partido demócrata escucharon sus plegarias. El año del estreno de Freaks, 1932, ganó las elecciones presidenciales Franklin D. Roosevelt. Pasó muy poco tiempo para que las producciones de Hollywood dieran la bienvenida al nuevo presidente y para que entendieran el New Deal como la solución a sus problemas. Con independencia de que la economía se reactivase o no, la política económica de Roosvelt puso en los bolsillos del norteamericano medio suficiente dinero como para que visitar el cine el fin de semana volviera a convertirse en un hábito familiar. La desesperada lucha por atraer espectadores había llegado a su fin y el carácter de las producciones sufrió un brusco giro a partir de 1934.
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