Descolgué el teléfono al segundo o tercer tono.
-¿Dígame?
- ¿Qué haces? – Me preguntó melosamente la joven voz de una chica.
- Estoy planchando.
- ¡No! – Risas.- ¡Venga! En serio, ¿qué haces?
- Planchar.
- ¿De verdad estás planchando?
. ¡Pues claro! ¿Quién quieres que lo haga? ¿tú?
- ¿Por qué te pones borde conmigo?
- Pues porque tengo una montaña de ropa que planchar y estoy aquí, perdiendo el tiempo con alguien que se ha equivocado de número.
Todo el mundo se ha equivocado alguna vez al marcar un número de teléfono, como aquella señora que me dejó un mensaje en mi buzón de voz que decía: “Pepe, no te olvides de comprar la lechuga antes de volver a casa”. Todavía me echo a temblar pensando en la que le pudo caer al pobre Pepe si acabó volviendo a su casa sin la lechuga. Antes, con los marcadores de rueda, resultaba más fácil equivocarse y se acababa conociendo gente. Después llegaron los teclados numéricos y se volvió bastante más complicado. Aún así, raro era el mes en el que cualquier teléfono recibía menos de un par de llamadas erróneas. Al cabo del tiempo aparecieron las memorias telefónicas, con lo que las llamadas más frecuentes no hacía falta marcarlas. El caso es que el número de llamadas erróneas no disminuyó sensiblemente con ello o, al menos, no lo hizo el número de las que yo recibía. Y, por supuesto, nos cayó encima esa plaga bíblica llamada teléfonos móviles. Debo decir que, probablemente, tuve uno de los primeros teléfonos móviles que circularon por España. No fue, desde luego, por deseos de estar a la última. Por aquel entonces yo vivía a caballo entre Alemania y varios puntos de la geografía española, necesitaba estar localizable, quiero decir, necesitaba un número único en el que pudieran encontrarme tan pronto como hiciera falta. Hasta tal punto formé parte de los primeros usuarios en tener un móvil en este país que el chico que me vendió el terminal pudo elegir mi número de teléfono y me ofreció uno extremadamente fácil de identificar.
Todavía recuerdo aquel “móvil”, tenía una funcionalidad que ninguno de los móviles actuales tiene: se podía utilizar como arma de defensa personal. Con el tamaño de un ladrillo y un peso bastante superior, lo de “móvil” era pura ironía. Se necesitaba un maletín para llevarlo de un lado para otro y hombros ejercitados. Cumplió su función con eficacia, sin embargo y al cabo de cinco años lo cambié por uno algo más transportable y mucho menos utilizable en caso de peligro, con el mismo número y la misma tarjeta, del tamaño de un carnet. Al cabo de cinco años, avería mediante, lo sustituí por un Siemens, bastante más pequeño que el que tengo ahora. Fue el primer dispositivo electrónico que regalé porque estaba aburrido de él. Después de más de diez años y de pasar por las manos de algún niño pequeño, seguía funcionando como el primer día. Las caídas, los accidentes y los miles de kilómetros que llegó a acumular apenas si le produjeron un par de arañazos. Podías utilizarlo como pelota de frontón y seguía indemne. Un comercial de Telefónica me hizo una oferta que acabé aceptando y me pasé a un modelo muy de última moda a un precio razonable que no me duró ni un par de años. Finalmente, sucumbí a lo que todo el mundo de mi entorno me pedía y tengo desde hace tiempo un terminal con Whatsapp y demás inutilidades. Siempre he conservado el mismo número, simple, fácil de recordar.
Con los modernos móviles uno ve lo que marca, almacena los números más frecuentes y sólo tiene que extraerlos de la memoria para volver a marcarlos. Insisto, tengo un número simple y fácil de identificar y recordar. Debí recibir la primera llamada preguntando por “Pipu”, hará unos 20 años. Aclararé que escribo “Pipu” para no dar el nombre, diminutivo o apodo real de la persona en concreto porque, según parece, todo el mundo lo conoce por él. “Pipu” tiene familiares, amigos y conocidos de esos que no se bajan de un burro ni con aceite hirviendo. Cuando llaman una vez, ya no dejan de llamar, les expliques como quieras explicarles que se han equivocado. Por algún motivo que nunca he alcanzado a entender, hay seres humanos que creen que si marcan cuatro o cinco veces el mismo número, acabará por ponerse la persona con la que no consiguieron entrar en contacto al marcarlo por primera vez. "Ya verás como esta vez acaban reconociendo que no soy yo el que se ha equivocado", parecen pensar. “Pipu” tiene una intensa vida social, porque la colección de teléfonos que me llaman preguntando por él es inacabable, con hombres y mujeres de todas las edades. Hasta una tienda de muebles me llamó una vez preguntando por él. Durante algunos años me dediqué a guardar cada teléfono diferente en la memoria del mío como “Pipu1”, “Pipu2”, etc. No sé cuántos llegué a contabilizar, pero sí recuerdo que acabé teniendo más números de “Pipu” que de personas a las que conocía. Todos ellos seguían el mismo patrón, llamaban insistentemente, con ansiedad, tres o cuatro veces al día, dos o tres veces a la semana, durante varias semanas. Algunas veces lo cogía y otras no. Al final, se cansaban, mandaban a “Pipu” a tomar viento o conseguían enterarse del número correcto. Una cosa que no me ha quedado clara y que tengo que preguntarle a “Pipu”, es si siempre se bebe una botella de vodka antes de dar su número de teléfono, si le da mi número de teléfono a gente con la que no quiere volver a hablar o si colabora con una asociación de ayuda a personas que padecen dislexia numérica. En medio de estas ya sé que vive en Barcelona y que tiene frecuentes contactos con italianos, porque también me han preguntado por él en dicha lengua romance. A veces, tras un bombardeo diario de varias semanas, “Pipu” desaparece de mi vida durante meses. ¿Qué quieren que les diga? Me preocupo. ¿Y si le ha pasado algo? Con el tiempo he llegado a la conclusión de que viaja. Sólo da su número de teléfono mal cuando está en Barcelona, en el extranjero acierta siempre. Hace cuatro o cinco años, el día tan temido llegó: dejé de recibir llamadas preguntando por él. Me consolé pensando que, a lo mejor, no le había ocurrido nada sino que, simplemente, había cambiando de número de teléfono.
Anoche, a las once y media de la noche, recibí una llamada de teléfono que no pude coger. Pasadas las doce comencé a recibir llamadas desde otro número. Una, dos, tres… Lo cogí a la cuarta. ¿Adivinan por quién preguntaron? Aunque lo hagan no serán capaces de adivinar cuántas llamadas recibí desde el mismo número después de aclarada la confusión.
Buenas Manuel, decirle solo que algunos de sus post tienen fragmentos dignos de un monólogo, con lo que, me resulta una lectura bastante agradable. Le doy las gracias por ello y por seguir escribiendo.
ResponderEliminarGracias a Ud. por leerme y no, no crea que sólo mis post parecen monólogos, tengo la sensación de que la mayor parte de mis libros lo son también :D
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