"¿Puede nuestra democracia cumplir su promesa de que todos, que hemos sido creados a semejanza de Dios, podemos vivir vidas con respeto y dignidad? ¿Puede nuestra democracia atender a las demandas más urgentes de nuestro pueblo? ¿Puede nuestra democracia superar las mentiras, la furia, el odio y los miedos que nos han separado a unos de otros?.. Los adversarios de Estados Unidos - los autócratas del mundo - han apostado que no, porque piensan que estamos llenos de furia y división y odio. Han visto las imágenes de la masa que asaltó el Capitolio como la prueba de que el sol se está poniendo en la democracia estadounidense. Están equivocados. Tenemos que demostrarles que están equivocados. Tenemos que demostrar que la democracia todavía funciona".
Con estas vibrantes palabras terminó Joe Biden el discurso, de más de una hora de duración, ofrecido ante 200 representantes de los EEUU con motivo de sus 100 días de presidencia. Pocos oyentes estarían despiertos en ese momento después de una larga retahíla de datos, propuestas y pormenores centrados en la reforma fiscal y su extensión de los planes de sanidad. Aquí la cosa tampoco se quedó corta. Biden planea elevar la presión fiscal sobre todos los que ganan más de 400.000 dólares al año, porque los que se sitúan por debajo "ya pagan suficiente". La propuesta presidencial incluye, de hecho, bajar los impuestos de los que ganan menos y exprimir a los que se sitúan por encima de la frontera de los 400.000 dólares con objeto de obtener el dinero necesario para un ambicioso plan de estímulos a la economía y para ampliar las coberturas sociales. Lo que Biden propone a este respecto constituye una auténtica revolución en Norteamérica, nada menos que doce semanas remuneradas de baja por enfermedad y maternidad, hacer permanentes las desgravaciones fiscales por contribución a planes de salud privados y por hijos, gratuidad de matrícula en los community colleges (algo así como la Formación Profesional), ayudas para las guarderías y un nuevo sistema de cómputo del paro. En definitiva, lo más parecido al "estado del bienestar" que ha habido en los EEUU. Difícilmente estas propuestas saldrán adelante tal y como están. La negociación con las cámaras de representantes serán duras y ni siquiera todos dentro de su partido las apoyan, pero, en el contexto de la política norteamericana sorprenden por su "radicalidad" en una presidencia a la que todos hacían moderada y centrista.
Moderadas y muy "centradas" son las formas. Biden casi no aparece en público. Ha concedido dos ruedas de prensa en lo que lleva de mandato y sus tuits son todavía más aburridos que sus discursos. Ante los medios de comunicación aparecen, una y otra vez, los secretarios encargados de cada área y aún los responsables de cada una de las subáreas, transmitiendo una imagen de trabajo en equipo, de propuestas consensuadas, de políticas que parten de un plan bien diseñado y no de las caprichosas veleidades de un niño rico. Aún más sorprendente resulta la respuesta del público norteamericano, que parecía acostumbrado a las estridencias cotidianas de la anterior presidencia. Hasta un 52% de los ciudadanos aprueban la gestión presidencial, unos índices que no cosechaba nadie desde Barack Obama. En este afán colegiado se enmarca también la cesión a Kamala Harris, su vicepresidenta, de la patata caliente de gestionar la crisis migratoria. Se trata, desde luego, de un regalo envenenado, que canaliza las energías de Harris y libra al presidente del que ha sido el tradicional dolor de cabeza de sus antecesores en los últimos 20 años. Tampoco se la ha dejado sola ante el peligro, Biden ha propuesto un plan dirigido contra "la raíz del problema" con una generosa financiación y abierto a la negociación con los países centroamericanos implicados.
Lo que se ha visto hasta ahora de su política internacional muestra fondos y formas muy semejantes. Su inauguración fue llamar "asesino" a Putin, una bofetada sin paliativos que dejó estupefacto al Kremlin. Desde entonces se han sucedido las expulsiones mutuas de diplomáticos, pero incluso durante ellas se nos ha mostrado a un ejecutivo ruso mucho menos envalentonado de lo que estábamos acostumbrados últimamente. Otro tanto cabe decir de Teherán. Los iraníes han reconocido públicamente la voluntad norteamericana de llegar a un acuerdo, exactamente lo que Biden prometió, pero éste se ha permitido dudar ante los medios de comunicación de "cuánto" están dispuestos a hacer los ayatolás para alcanzarlo. Una vez más, exquisitez y firmeza, planes claros y cumplimiento de promesas. Se cumple lo dicho hasta cuando se dice que no se va a hacer nada. Uno de los puntos más negros de esta administración lo constituye sus políticas con respecto al resto de América. Explícitamente Biden ha declarado que "no es una prioridad" y, más allá de las negociaciones sobre política migratoria, que habrá que ver a dónde llegan, no se ha puesto ni quitado una coma a como quedaron las cosas tras la administración Trump. Cuba y Venezuela siguen con las mismas sanciones draconianas que aquél les impuso, el resto apenas si han recibido otra atención que la prestada por el Departamento de Estado. Incluso los intentos por romper el acercamiento de algunos de ellos a China se ha encargado a generales...
La gestión de la pandemia sigue los mismos criterios que todo lo anterior. La vacunación ha tomado un ritmo que para sí quisieran muchos países, en unos días podría estar vacunada, al menos con una dosis, la mitad de la población y un tercio de ella ha sido vacunada con todas las dosis indicadas y ello pese a que la FDA no mostró la conmiseración habitual de la europea EMA con las grandes empresas farmacéuticas y desautorizó el uso de las vacunas de Astrazeneca y de Jansen a las primeras de cambio. Las restricciones han comenzado a levantarse y ya existen Estados en los que no se requiere el uso de las mascarillas mientras la economía da señales, ocasionalmente, de recuperar el pulso. Y, sin embargo, el equipo presidencial no lo considera suficiente. Esta semana ha sorprendido a tirios y a troyanos proponiendo la necesidad de revocar las patentes en casos excepcionales como el que vivimos. No tengo muy claro si Biden da por descontado que no va a presentarse a la reelección o si da por descontado que la va a perder. Con independencia de que esta propuesta tiene menos posibilidades de éxito que sus planes fiscales o sociales, la airada amenaza con la que ha respondido la asociación que integra a la gran industria, PHARMA, deja claro que van a comenzar de inmediato a buscar un candidato en cuya campaña invertir las cifras de las que hacen uso habitualmente en estos casos. Habrá que ver si, con el paso del tiempo, acabarán reconciliándose con Donald Trump y será él el beneficiario de su generosidad.
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