Podemos definir la voluntad del pueblo como los números que escupen los medios de comunicación tras el acto institucional configurado, demarcado y predigerido por ciertos cargos políticos. De esta definición se deduce que las cifras concretas, su significado real y, por encima de todo, lo que piensen los ciudadanos, carece de la menor importancia. Lo único relevante viene constituido por lo que aparece en las imágenes. Rácz cuenta cómo "la participación del 87%" de los ciudadanos del este de Ucrania y de Crimea que, "en un 97% de los casos votaron por la independencia”, en realidad, apenas si respondía a un 30% de participación, con algo así como un 15% de votos a favor de dejar atrás su relación con Ucrania. En definitiva, “la mitad más uno” que tan ferozmente defienden “demócratas” independentistas mucho más cercanos a nosotros. “El pueblo de Crimea”, por tanto, “habló” a favor de una independencia que rápidamente sus líderes entendieron como voluntad de que Rusia se anexionara la península.
Si el texto de András Rácz, Russia’s Hybrid War in Ukraine. Breaking the Enemy’s Ability to Resist, se hubiese limitado a mostrar la genealogía del término “guerra híbrida” o de la “voluntad popular” de los ciudadanos del Este de Ucrania, merecería el calificativo de notable. Pero en él hay algo más, en concreto, un análisis bastante certero de las causas por las que Rusia consiguió su objetivo. Como dice Rácz, en las fechas en las que aparecieron en su territorio los “hombrecillos verdes”, Ucrania presentaba todo un catálogo de debilidades. En primer lugar, tras la caída del gobierno de Viktor Yanukovich, se desmantelaron las fuerzas de choque policiales, que tan triste fama habían alcanzado bajo su mandato, de modo que no había unidad policial o militar preparada para enfrentar desafíos de la población civil. La corrupción, por otra parte, constituía moneda corriente de la policía, el ejército, los funcionarios y el poder político. A Rusia no le costó demasiado dinero reclutar mandos policiales y militares ucranianos para que cambiasen de bando, aumentando con ello la desmoralización generalizada. En semejantes condiciones, su propaganda penetró, cual cuchillo ardiendo en la mantequilla, hasta lo más profundo de la mente de los ciudadanos de Ucrania, que en ningún momento se sintieron capaces de contrarrestar con efectividad la ofensiva rusa. Y aquí el análisis de Ràcz flaquea por primera vez. Quizás influido por las circunstancias que se viven en Finlandia, considera que el éxito de Moscú dependió en buena medida de su superioridad en términos militares y del control de medios de comunicación con capacidad para expandir sus mensajes en territorio del país atacado. Lo primero colocaría a la guerra híbrida como mero apéndice de la amenaza y coacción, mientras que lo segundo omite la posibilidad más importante de este tipo de guerra, a saber, utilizar los recursos del adversario contra sus intereses. Sin duda, ambos factores favorecen el triunfo de una estrategia como la llevada a cabo por Rusia, pero de ninguna manera puede considerárselos condiciones de posibilidad de la misma. Sin embargo, por mucho que aquí se halle la única objeción que se le puede poner a los análisis de Ràcz, apenas preludia la parte más importante de su estudio, a saber, que existe una posición mental decisiva para el éxito o no de la guerra-imagen: la posición legitimidad. El hecho de que lo identificado por el alto mando ruso como ejemplos de "guerras híbridas" hayan partido de una posición de legitimidad desierta o débilmente ocupada, lo demuestra bien a las claras. Repasemos, las revoluciones de colores y la primavera árabe se caracterizaron por movilizaciones populares contra gobiernos que, de ninguna manera, podían reclamar para sí la legitimidad. En el caso de Ucrania, todas las maniobras rusas en las fases iniciales del conflicto se dirigieron a minar la idea de que Ucrania pudiera llamarse legítimamente un país o de que los sucesivos gobiernos contrarios a los intereses rusos merecieran el calificativo de legítimos en algún sentido. Si el agresor consigue ocupar la posición “legitimidad”, tendrá todos los elementos necesarios para lograr sus objetivos. Un Estado legítimo en todas y cada una de sus instituciones tiene buenas oportunidades de defenderse en el caso de que se pongan en marcha contra él máquinas de guerra-imagen por parte de enemigos internos o externos. El hecho de que todas sus instituciones, poder ejecutivo, legislativo, judicial, jefatura de Estado, etc. se hallen revestidos de un carácter legítimo, hará de la defensa frente a tal ataque algo baladí. O, como dice Ràcz:
Hence, the best defence against hybrid warfare is good governance. However, good governance needs to be interpreted in the broad sense. In addition to a democratic political structure and wellfunctioning public administration, it includes respect for human rights, transparency, media freedom, the rule of law and proper rights guaranteed to ethnic, national, religious and other minorities, all in order to improve the domestic democratic legitimacy and support of the government, and hence the very stability of the state. Special attention needs to be paid to the fight against corruption, at all state and societal levels. Corruption has been one of the main means of Russia’s infiltration into the political, administrative, economic and security structures of Ukraine. From the perspective of defence against hybrid warfare, of particular importance is the anti-corruption control of public officials, as well as of members of the armed forces, police and security services.
...
All in all, an informed, conscious, coherent and wellgoverned society is the best defence against the threat of hybrid warfare.”(1)
Y ahora ya podemos entender el terror de las autoridades rusas a sufrir una agresión híbrida.
(1) András Rácz, Russia’s Hybrid War in Ukraine. Breaking the Enemy’s Ability to Resist, The Finnish Institute of International Affairs, Ulkopoliittinen instituutti, Helsinki, 2015, págs. 92-93.
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