Como viene siendo habitual, este domingo los andaluces hemos votado después de hablar, discutir y pensar en temas que no son los nuestros. Sigue habiendo cortijos, pobreza y contrabandistas como en tiempos de José María el tempranillo, pero nuestros políticos apenas si disimulan sus ansias por coger el AVE a Madrid, empezando, cómo no, por nuestra inefable Susanita Díaz, la dirigente con menos carisma popular que el PSOE andaluz ha parido desde Suresnes. Perdió unas elecciones a la secretaría general de su partido hechas a su antojo, demostró su capacidad para empeorar los últimos resultados autonómicos y cuesta trabajo encontrar en la calle alguien dispuesto a hablar bien de ella. Sin embargo esta noche se proclamará vencedora de las elecciones y tendrá razón. No lo ha logrado gracias a su buen hacer, ni a que haya mejorado las condiciones de los ciudadanos, ni a su capacidad para sembrar ilusión entre quienes oyen sus toscos discursos. Simplemente, el PP se desmorona y eso le favorece estadísticamente. Porque el caso es que tampoco gana los votos que la derecha pierde. Su campaña ha sido genial, aparece en los carteles tal y como lleva todos estos años en la poltrona, con los brazos cruzados, eso sí, prometiendo “+”. No se sabe si “+” inoperancia, “+” casos de prostíbulos pagados con las tarjetas protocolarias de los altos cargos, o "+" ceros en su cuenta corriente, pero, en cualquier caso, “+” de lo mismo. Inauguró sus proclamas prometiendo defendernos a todos de quienes se metieran con nosotros (sin preguntarse si acaso seríamos menos objeto de burla si no tuviéramos dirigentes como ella) y ha terminado recordando que estas elecciones sólo son un preparatorio de las generales. Las encuestas le dan aún menos votos que en 2.015, aunque en los últimos días se han visto algunas que auguran una subida. Forma parte de la tradición. Siempre ha habido muchos más votantes del PSOE de los que están dispuestos a reconocerlo. Sin embargo, parece dudoso que eso ocurra en esta ocasión, pues de esta bolsa de socialistas de última hora se han nutrido Ciudadanos y Podemos. Todavía peor, la llamada a rebato se producía anunciando la victoria del PP si no se votaba al PSOE, así que, paradójicamente, el hundimiento del PP ha privado al PSOE del as que habitualmente guardaba en la manga.
El PP ha prometido 600.000 puestos de trabajo y una bajada masiva de impuestos, entre otras cosas. Me pregunto por qué no han prometido también disminuir la jornada laboral, ampliar los días del fin de semana y pagarle las vacaciones a todos los andaluces. Total, ni ellos se creen que puedan verse en la tesitura de cumplir sus promesas. Privados del centro político por Ciudadanos y del electorado reaccionario por Vox, los peperos han visto tan reducido su caladero electoral que un meme de la campaña lo ha constituido el vídeo de José Manuel Moreno pidiéndole el voto a una vaca. Todos los sondeos dan por seguro que perderán escaños, pero nadie acierta a concretar si se quedarán como el principal partido de la oposición o como el cuarto en discordia. En cualquier caso, su propaganda electoral era bien explícita, los candidatos aparecían en los carteles con colores desvaídos, como salidos del baúl de los recuerdos en el que puede acabar el partido más pronto de lo que muchos piensan.
Lo de Ciudadanos es espectacular. Gran estrella de las encuestas conforme el gobierno de Mariano Rajoy iniciaba su cuesta abajo, la maniobra de la moción de censura los dejó fuera de juego. Desde entonces trataron de maniobrar en una situación mucho más pantanosa. En Madrid iniciaron una confrontación sin cuartel con el “corrupto” gobierno de Sánchez, haciéndole un guiño al electorado del PP al mostrarse como el único partido capaz de arrebatarles la poltrona a los socialistas. Mientras, seguían sosteniendo el no menos corrupto gobierno de Susanita. Al cabo, rompieron con ella abocándola a estas elecciones y lanzándose a comprobar cuánto de sus maniobras han entendido los ciudadanos ante un electorado que no había demostrado mucho entusiasmo por ellos. Hasta se han traído a Inés Arrimadas, que aparece arrimándose ora a éste ora a aquél, mientras que el de turno parece pinchar al que se pone delante de sus carteles con un palo provocando la risa de los demás. Todas las encuestas señalan que pueden casi triplicar los resultados, sin que quede claro si eso les servirá para ganarles en algo al PP o para quedarse, una vez más, como vencedores morales.
Cada día que pasa parece más claro que Podemos se ha convertido en la enésima reencarnación del Partido Comunista de toda la vida. Este empezó nuestra andadura democrática como una opción clara de gobierno, pero, a partir de ahí, las múltiples peleas internas, condujeron al partido a una decadencia de la que sólo renació cambiando sus siglas por Izquierda Unida. A esta refundación le sucedió una larga agonía que casi la convirtió en una fuerza extraparlamentaria hasta que llegó Podemos. Y Podemos puede cada día menos. En Andalucía, que le otorgó tantas alcaldías, muchos consideran un triunfo mantenerse en las cifras de 2.015. Esas cifras, desde luego, olerían a victoria, a triunfo... a poltrona. Descontando la alianza con PP y con Ciudadanos, descontando que el PSOE andaluz sólo sabe hacer política con el rodillo en la mano y no gobernará en solitario, sólo les queda gobernar con Podemos y aquí es donde comienza la cuesta de enero de Susana Díaz. En efecto, si por algo se caracterizó su oposición a Pedro Sánchez fue por acusarlo de buscar el entendimiento con los moraos. Pactar con ellos, cosa que nadie duda que hará, la va a privar de cualquier argumento con el que convencer a alguien de que ella es la persona indicada para liderar algo. Teresa Rodríguez Khaleesi ha comenzado a tener las extrañas visiones del personaje de Juego de tronos y ha afirmado que investirá a Susanita de presidenta, pero que no apoyará su gobierno, actitud difícil de explicar a su electorado y a cualquiera con dos dedos de sentido. De hecho, la mejor manera de vender un pacto con el PSOE entre sus seguidores consistiría en exigir la cabeza de Susana Díaz.
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