Decíamos en la entrada anterior que Defex cargaba sistemáticamente sus operaciones con un 8, 17 ó 66% de sobrecosto. Si se hubiese negociado el contrato de las corbetas de Arabia Saudí, por elegir la cifra intermedia, sus directivos y los funcionarios saudíes sobornados se habrían repartido unos 30 millones de euros. Pero Defex, al menos en teoría, ya no existe y sus directivos ya no pueden repartirse nada. De seguir su modus operandi, habría pues unos 15 millones de euros por repartir. Casualmente Navantia, la empresa pública adjudicataria del contrato, ha anotado en sus cuentas de gasto una cifra muy parecida a la anterior, 25 millones de euros, en concepto de “costes de producción” de unas corbetas que todavía no se hallan en fase de producción. Casualmente, además, políticos de todo el espectro se dan golpes de pecho a cada cual más fuerte para defender semejante contrato. Ahí tenemos a la muy socialista alcaldesa de San Fernando afirmando que “los derechos humanos se vulneran constantemente, nosotros hacemos buques” o al aún más izquierdista alcalde de Cádiz, el que tiene un retrato de Fermín Salvochea y Álvarez en su despacho, que se ha mostrado dispuesto a besar el trasero de Trump si éste encargase a los astilleros de la bahía la flota para la invasión de Venezuela. Lo malo de nuestros políticos no consiste en que abandonen sus ideas en cuanto alguien les arroja un puñado de billetes, lo malo consiste en que ni siquiera tienen ideas propias. La afirmación “los derechos humanos se vulneran constantemente, nosotros hacemos buques”, parece sacada de las declaraciones de los directivos de IG Farben a las autoridades aliadas. Este colorido conglomerado industrial, formado por empresas tan respetables como Bayer, BASF o Agfa, dio de comer a muchos miles de familias alemanas en tiempos muy difíciles gracias a sus contratos con el gobierno nazi, entre otras cosas, para fabricar gas Zyklon B. Por supuesto, ningún directivo de la compañía, ningún trabajador, ningún miembro inocente de sus familias se preguntó jamás para qué quería el gobierno alemán tantas toneladas de un gas utilizado inicialmente como pesticida y durmieron plácidamente cada noche pensando que “masacres se cometen todos los días, nosotros sólo fabricamos gases”. Los españoles siempre hemos considerado esto una hipocresía y no hemos entendido nunca cómo ni por qué la mayor parte de la población alemana “no se dio cuenta” del genocidio judío. Sin embargo resulta extremadamente fácil de comprender: como a nosotros, sus políticos les prometieron un futuro mucho mejor, en nuestro caso concreto, 1.800 millones de euros mejor.
Si uno revisa las noticias al respecto encontrará una curiosa discrepancia. Según algunos medios, las cinco corbetas le costarán a los saudíes 1.8000 millones. Otros medios, por contra, informan de que las cinco corbetas suponen 1.800 millones “de inversión”. ¿Exactamente cuánto de esos 1.800 millones va a salir de los bolsillos árabes? Ya expliqué cómo y por qué le pagamos la luz a los saudíes. No he explicado, pero podría, cómo y por qué los conductores españoles vamos a pagarles también el billete de AVE a La Meca. Tras cuatro años permitiendo que las autoridades españolas dieran por hecho el contrato de las corbetas, en enero de este año una delegación de Riad se presentó en Madrid con un acuerdo redactado íntegramente por ellos en el cual se establecía que empresas saudíes, además de quedarse con el mantenimiento de los buques, participarían en todos y cada uno de los acuerdos que Navantia firme en el futuro. La cantidad concreta de petrodólares que acabará llegando a España quedó oculta al escrutinio público dado que el acuerdo tiene carácter confidencial. Vistos los antecedentes parece claro que, al final, Arabia Saudí se habrá llevado cinco corbetas y 1.800 millones de los contratos que Navantia firme y nosotros nos quedaremos con una empresa pública sin futuro pues su destino se hallará vinculado a unos socios ahora mismo apestados. De hecho, tres meses después de la firma del contrato confidencial, casualmente, Navantia perdió un concurso para renovar la flota australiana cuyo monto se elevaba a 22.000 millones de euros. Las migajas que se van a desparramar por la bahía de Cádiz preparan pues el hambre de mañana. Pero nada de esto resulta importante para nuestros políticos. Lo que verdaderamente les importa a todos ellos radica en tener la excusa para sacar a relucir, una vez más, la vara con la que se nos lleva amaestrando desde que los latifundios llegaron a estas tierras, la vara que exhiben ante nosotros tanto los que se pasean a lomos de sus yeguas blancas como los que vienen envueltos en cancioncillas revolucionarias, esa vara que se llama “pan o dignidad”. Y nosotros elegimos “pan” porque no queremos oír el llanto de nuestros hijos famélicos sin darnos cuenta de que no llenamos sus estómagos con alimentos, sino con la obligación de que ellos agachen también la cabeza cuando les vuelvan a enseñar la fusta maldita.
“Los intereses de la nación” nunca designan algo así como la necesidad de trabajo de doce mil familias, designan siempre la necesidad de cambiar de yate de los 120 sinvergüenzas de turno. El verdadero interés de cualquier nación democrática sólo puede consistir en imponer el Estado de derecho allí donde alcance su ámbito de actuación ya que el mundo no “es como es”, ni siquiera tiene por qué “ser”, el mundo lo hacemos cada día con nuestro obrar y en nosotros radica el poder de decidir cómo queremos que amanezca mañana.
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