El mismo Parlamento español que hace unos días aprobó por unanimidad que volviera a impartirse la asignatura de ética en los institutos, ha decidido que, por un descuartizamiento de nada, no debemos dejar de proporcionarle armas a Arabia Saudí importunando sus múltiples y reiteradas carnicerías. La ética, nos han dicho con claridad los padres de la patria, queda muy bien para los niños, los adolescentes y los pobres, para que los filósofos levanten cortinas de humo con dilemas imaginarios, para hacer negocios y política importa menos que la opinión de un tieso. La política, los negocios, pertenecen a los adultos, al mundo “que es como es”. En ellos la ética sólo constituye un molesto forúnculo del que hay que librarse para que no altere la cuenta de resultados. Nuestros buenos amigos saudíes han tenido a bien encargarnos fabricar cuatrocientas bombas que los niños yemeníes ansían recibir por navidad y cinco corbetas desde las que podrá bombardeárselos como las tropas franquistas hicieron en la carretera Málaga-Almería. Hablamos de miles de millones, de contratos futuros que inundarán nuestro país de riquezas inauditas y, por encima de todo, como nuestro presidente de gobierno, Pedro “el hermoso”, nos ha recordado, de los “intereses de España”. Frente a semejantes intereses superiores, no mencionemos ya la ética, el recuerdo de sufrimientos que nosotros mismos padecimos mientras que otros se enriquecían fabricando las armas que nos mataban, la memoria histórica y hasta las ideologías, palidecen.
¡Ah, los intereses de la nación! Nadie ha hecho más por los intereses de la nación que Defex. Durante 23 años, esta empresa pública española, de cuyo accionariado también formaban parte empresas norteamericanas, vendió armamento sin preguntar contra quién se iba a usar, defendiendo los intereses nacionales, el pan nuestro de cada día de tantísimas familias pues, como todo el mundo sabe, nada da más dinero que el negocio de la guerra. Sin embargo esa sabiduría popular se niega a sacar la consecuencia lógica, quiero decir, que si un sistema económico prima, por encima de todo, la industria del asesinato colectivo, entonces dicho sistema económico sólo puede merecer el calificativo de intrínsecamente malo, putrefacto y pernicioso. ¿Lo ven? El infantilismo me puede, no consigo olvidarme de la ética y con ella en la mano, Defex no hubiese podido dedicarse a sus nobles negocios. Por ejemplo, la venta de armas a la policía de Angola por 152 millones de euros, los 16 contratos de venta de armas a Arabia Saudí entre 1992 y 2014 cuyo costo total podemos vislumbrar sabiendo que uno de ellos por “municiones”, alcanzó los 19 millones de euros o el contrato de obra pública conseguido en Brasil por un monto de 200 millones. Defex no sólo defendió valientemente los intereses nacionales de las pobres criaturitas que se ganan el sustento con la fabricación de armas, sino que también proporcionó beneficios millonarios al Estado año tras año para el bien de todos, pese a no tener más de 20 empleados. Lógico parece, por tanto, que en su esfuerzo por generar empleo, realizara parte de sus negocios bajo el paraguas de esa partida de los presupuestos llamada “ayuda al desarrollo” y que siempre se destina al bien de la humanidad.
En 2014 las autoridades bancarias de Luxemburgo y Suiza, tan acostumbradas al hedor del dinero sucio, detectaron movimientos en las cuentas de Defex que apestaban demasiado incluso para ellas. Rápidamente alertaron a las autoridades españolas, que, pese a tener interventores e inspectores de hacienda incrustados en Defex como en cualquier otra empresa pública, “no se habían dado cuenta” de nada. Resulta que del contrato con Angola apenas si llegó al país africano material por valor de 50 millones, las “municiones” llegadas a Arabia Saudí difícilmente superaban los 14 millones y 60 de los millones destinados a Brasil acabaron en cuentas de Luxemburgo. Por término medio, todas y cada una de las operaciones realizadas por Defex tenían un sobrecoste del 8%, que, cuando los contratos subían en número de ceros, podía ascender al 17 ó el 66%. Rápidamente, cualquiera de los que exhibe los “intereses de España” nos aclarará que, en la realpolitik, en la política para adultos, en este mundo que “es como es”, para obtener contratos hay que sobornar funcionarios, porque la ética no sirve para el mundo de los negocios. Ninguno de los que así argumenta mencionará, sin embargo, que, levantada la infantil barrera de la ética, ya todo vale.
Los sobrecostos de Defex, en efecto, no iban a parar únicamente a los bolsillos de los funcionarios sobornados, se lo repartían a partes iguales con los directivos de la empresa. Casualmente, por tanto, tenemos, una vez más, lo que ya vimos en la entrada anterior, a saber, que “los intereses nacionales” se identifican con los intereses de personas con nombres y apellidos concretos como los dueños de Cueto-92, que formó una UTE con Defex para el contrato con Angola o las privilegiadas empresas que integran el accionariado de la empresa pública y que se han llevado jugosos dividendos durante años sin aportar nada más que la mano para cobrar. Casualmente, también, los encausados por llevarse comisiones salvajes, desde familiares de Cristina Cifuentes hasta ex-ministros socialistas, pertenecen a los mismos partidos políticos que votaron a favor de continuar vendiéndole armas a Arabia Saudí. Casualmente, la lista de países cuyas puertas nos abrirá este contrato para fabricar corbetas coincide con la lista de clientes que hasta ahora tenía Defex. Casualmente en el asunto Defex aparecen apellidos indesligables de la política nacional de los últimos años como (un hijo de Jordi) Pujol o (una sobrina de Francisco) Paesa. Aún hoy permanece el misterio de la identidad del comisionista máximo, aquél que sacó tajada de todas y cada una de las corruptas operaciones de Defex, cuyo nombre supone “palabras mayores” según la declaración del último presidente de la empresa ante el juez y al que se apodaba “king” o “el rey” en las anotaciones contables. Por cierto, ahora que hablamos de reyes, casualmente el inicio del escándalo de Defex coincide con la abdicación, un tanto sorpresiva, del anterior monarca.
Podemos concluir, pues, que hemos hallado otra característica definitoria tanto de los "intereses nacionales", como de la realpolitik, la política para adultos, el mundo “que es como es”, ése que “es” sin ética, a saber, que se hallan preñados de “casualidades”.
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