Hay una coletilla que hoy aparece reiteradamente en boca de los “expertos” a la hora de hablar de diferentes tipos de enfermedades: “no se sabe su causa pero (probablemente) es de origen genético”. Casi se trata de una descripción estándar de las enfermedades mentales. Nadie tiene ni la menor idea de qué factores biológicos conducen a ellas, nadie tiene ni la menor idea de qué transformaciones se producen en los cerebros de las personas afectadas para que acabe apareciendo una enfermedad de este tipo, ni siquiera se puede asegurar que se deba a modificaciones de algún género en el cerebro y no hablemos ya de qué genes se hallan implicados, si realmente hay alguno. No obstante “tienen una base genética”. ¡Cuánta ignorancia acumulo! ¿Verdad? Ahí tenemos el cromosoma 15, en cuyo brazo largo se detectan con frecuencia anormalidades en las personas con trastornos mentales, bueno y en el 7 y en el 20 y en el X y en el... ¿Alguien ha probado a hacerlo al revés, buscar personas con anormalidades en esos cromosomas para comprobar si también padecen enfermedades mentales? A ver si va a ocurrir lo que pasó con los que tenían dos o más cromosomas Y, que sí, que abundan en la cárcel... y en las universidades y en las escuelas y en los bomberos, porque se trata de una de las alteraciones genéticas más extendidas en los seres humanos. Si se hallan implicados los cromosomas 15, 7, 20, X y no se sabe cuántos más, ¿de qué número de genes hablamos? ¿500? ¿1.000? ¿acaso hablamos de secuencias reguladoras que modifican su comportamiento dependiendo del ambiente en el que se desenvuelve el individuo? ¿se puede decir entonces que esos genes determinan, que “aumentan la propensión” siquiera, de las enfermedades mentales?
“Bueno, sí, se me dirá, pero las enfermedades mentales vienen producidas por un desequilibrio en los balances químicos del cerebro”. Exacto, eso decía Alcmeon de Crotona antes de que hubiera los modernos dispositivos de análisis del cerebro que hay hoy, porque esos dispositivos no han logrado detectar ninguna diferencia entre “el balance de sustancias químicas del cerebro” de personas sanas y enfermas antes de tomar medicación. Precisamente la medicación cambia ese balance. Todavía mejor, recordaré una vez más que si hay un órgano al que podamos llamar el gran consumidor de serotonina de nuestro organismo, ese órgano se llama intestino. Vale que la enfermedad mental venga originada por una ruptura en el balance químico de la serotonina, por ejemplo, pero de ahí no se deduce que esa ruptura se produzca en el cerebro, de hecho, las neuronas del sistema nervioso entérico comienzan a sufrir Parkinson antes que las del cerebro.
Vamos a hacer lo que hacen toda esa pléyade de papagayos que repiten que la esquizofrenia, la depresión, el TDAH, el trastorno bipolar y demás tienen una base genética. Vamos a tomar un problema habitual de la población y estudiaremos dónde se produce su mayor tasa de incidencia, si se producen recaídas, si cuando un miembro de una familia lo sufre, también lo sufren los demás y, si todas las respuestas resultan afirmativas, diremos sin tapujos que, aunque no se conocen sus causas, dicho problema tiene, probablemente, un origen genético. Después descubriremos de qué problema hemos hablado y, en consecuencia, podremos apreciar hasta qué punto puede decirse de este modo de argumentar que posee carácter “riguroso”, “concluyente”, o, por encima de todo, “científico”.
El problema del que vamos a hablar, puede alcanzar gravedad dispar, causando, en sus formas más leves un mero susto o una baja de unos pocos días y, en su forma extrema la muerte. La tasa de incidencia de su forma más grave resulta distribuida de un modo dispar. Según el informe de la OMS de 2009, en la India hubo 105.725 muertes, en China 96.611, en EEUU 42.652... España ocupaba la posición 30 en esta lista con 4.104 muertes. Pero si hacemos la lista por cada 100.000 habitantes, entonces figura en primer lugar Eritrea, con una tasa de 48,4, seguida de las Islas Cook con 45 y de Egipto con 41,6. España pasa entonces a ocupar la posición 152 con 9,3 muertes al año. De un modo generalizado, en esta lista copan las primeras posiciones países africanos, pero puede apreciarse su alta incidencia en países lejanos de Afríca. Por otra parte, en España suceden algo así como la mitad de muertes de países de nuestro entorno, como Portugal o Francia, de hecho, nos encontramos por debajo de la media europea.
Observemos ahora qué ocurre dentro de nuestro país. La tasa de muertes también resulta dispar. Andalucía tiene una de las cifras de muertos por este mal más alta de España, con 133 en 2016 y 149 en 2017. Otras comunidades igualmente pobladas tienen tasas muy por debajo, 100 y 111 respectivamente en Cataluña y 36 y 51 en Madrid. Podemos ver, pues, que el número de muertes varía sensiblemente de unas comunidades a otras, no pudiéndose achacar ni al nivel de vida, ni a los sistemas sanitarios ni a ningún otro factor social. Las propias cifras muestran una estabilidad en el tiempo que, sin duda, las desligan de estos factores. Esa desigual distribución por países y por comunidades nos indican claramente ya una base genética. Podemos afinar más. Como algunos trastornos mentales, los genes de los que hablamos deben hallarse en el cromosoma X, pues las mujeres padecen este mal en la mitad de ocasiones que los hombres. Por si fuera poco, lo padecen con menor intensidad, ya que su tasa de mortalidad se sitúa igualmente en la mitad de los hombres. Todavía mejor, el alcohol y las drogas incrementan la probabilidad de sufrirlo y quienes lo padecen también sufren de distracciones o falta de atención. Casi un tercio de quienes lo padecen recaen en él al cabo de seis meses y la mitad de ellos al cabo del año. Prácticamente nos hallamos al borde de concluir que, en efecto, este problema sobre el que ha hecho estadísticas la OMS constituye una enfermedad de tipo genético. Pues bien, tenemos el dato que precipitará de modo inevitable y científico tal conclusión: cuando uno de los padres lo sufre, la probabilidad de que lo sufran los hijos no resulta muy alta, pero cuando ambos padres lo sufren, en un número elevadísimo de casos, también lo sufren los hijos con mayor o menor intensidad. Así pues, ya podemos sacar nuestra conclusión: los accidentes de tráfico tienen una causa genética, aún mejor, vienen determinados genéticamente, pues a ellos se referían todos los datos que acabo de dar.
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