Diederik Alexander Stapel obtuvo su doctorado cum laude en psicología social por la Universidad de Amsterdam en 1997 y tres años más tarde era profesor en la Universidad de Groningen. En 2006 pasó a la universidad de Tilburg, donde fundó el Institute for Behavioral Economics Research, convirtiéndose en decano de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comportamiento en 2010. Un año antes, la Sociedad de Psicología Social Experimental le había concedido un premio a su trayectoria académica. Y es que, por entonces, Stapel era uno de los psicólogos sociales más importantes y reconocidos de su Holanda natal y de Europa en general, pues su ascenso institucional había venido acompañado por 124 publicaciones en las más prestigiosas revistas científicas del mundo incluyendo, por ejemplo, las todopoderosas Science y Nature. Obviamente, tal cantidad de artículos en revistas prestigiosas había generado en torno a mil citas de ellos, convirtiendo a Stapel en un factor de impacto, es decir, para cualquier revista suponía un valor añadido publicar un artículo suyo y cualquiera que quisiera mostrar que estaba al día en psicología social, tenía que citar algo de tan notable prohombre. El resultado es que algunas revistas llegaron a publicarle hasta 23 artículos.
Pero 2010 no fue sólo el año de la culminación de la carrera de Stapel, también marcó el inicio de su declive. Denunciado por varios compañeros de disciplina, se creó una comisión encargada de revisar sus artículos. A fecha de hoy, 58 de ellos han sido retirados por las diferentes revistas que los publicaron. Stapel no había dado “un empujoncito” a sus datos, ni había tenido una máquina que ofreciese lecturas erróneas, ni siquiera podía echarle la culpa a un “currito impaciente”, lo suyo era mucho más fácil: se inventaba los datos. Algunas de las más prestigiosas revistas científicas del mundo, ésas que establecen en qué consiste “la verdad de la ciencia”, se tragaron las patrañas de Stapel con la misma ingenuidad con que los niños se tragan el cuento de los reyes magos. Para sus colegas, encargados de revisar sus artículos y enviar el informe en el que se recomendaba o no la publicación, la voz de Stapel era la voz de Dios en persona.
Stapel ha sido definido por su propia esposa como una persona enferma y todos sabemos en qué consiste la psicología. Los psicólogos se ufanan de haber abandonado la palabrería de sus primos los filósofos porque hacen experimentos. Los filósofos les recuerdan que los experimentos científicos se caracterizan por ser repetibles y que en psicología no hay experimento que se pueda repetir ni aunque se haga con ajos y pimientos. Entonces los psicólogos llaman “casos clínicos” a los filósofos, los filósofos llaman charlatanes a los filósofos y comienza el reparto de tortas. Pero no, por una vez, la culpa no es de los psicólogos. De hecho, Stapel sólo ocupa la tercera posición en la lista de autores con más artículos retirados de Retraction Watch.
El número dos corresponde Joachim Boldt y, abróchense los cinturones, el Dr. Boldt es anestesista. Ni que decir tiene que era extraordinariamente prolífico, casi cada mes llegaba un artículo con su firma a alguna revista de postín y, por supuesto, se lo consideraba una eminencia en su campo, el manejo de sustancias intravenosas, particularmente los coloides y, más en concreto, las soluciones de hidroxietilo de almidón. Pese a que los primeros experimentos con esta sustancia mostraron que podía producir muertes durante las intervenciones quirúrgicas, pérdidas excesivas de sangre e infarto cardíaco, el infatigable trabajo del Dr. Boldt, su carisma y la brillantez de su exposiciones en congresos y revistas convencieron a la comunidad científica de lo contrario. Boldt consiguió que el hidroxietilo de almidón fuera considerada al par con otras alternativas y se incluyera en los protocolos de tratamiento con fluidos intravenosos hasta el punto de que es una sustancia de uso común en toda Europa. Conforme aumentaba su prestigio, le fue resultando cada vez más fácil encontrar colegas que firmaran sus artículos sin pedir demasiadas explicaciones. Y cuantos más autores tenían, menos rigurosas eran las revisiones que se efectuaban de ellos, pues se daba por supuesto lo contrastado de los datos. En el artículo que acabó levantando las sospechas, Boldt era el primero de seis co-autores. Alguien encontró sorprendente que, pese al escaso número de sujetos en el experimento, los datos no mostraban desviación alguna respecto de lo deseado y lo denunció al comité de redacción de la revista en que publicó el artículo, Anesthesia & Analgesia. Ésta inició una investigación que se extendió a otras publicaciones. Al final del proceso noventa y cuatro artículos de Joachim Boldt habían sido retirados y, entre medias, se había descubierto que Boldt había cobrado de B. Braun, Baxter y Fresenius Kabiara, empresas con patentes sobre la fabricación del hidroxietilo de almidón. De modo que no, no es la psicología la única ciencia que tiene problemas a la hora de contar “la verdad”, particularmente cuando hay dinero de por medio.
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