Platón, puso el énfasis demasiado pronto y demasiado ingenuamente en algo que hubiese sido mejor para todos que nadie hubiese notado, a saber, que el devenir del Estado dependía de la educación. Desde entonces, las clases dirigentes no han dejado de utilizar la educación como un arma para perpetuarse en el poder. Hasta qué punto resulta cierto esto, lo podemos ver en el pseudoargumento de que nuestros sistemas educativos deben producir especialistas que satisfagan las demandas del mercado. Para empezar, el proceso que conduce a la especialización, no es nada diferente de organizar las clases sociales en función de las habilidades infantiles de los individuos, tal y como quería Platón. Habilidades infantiles que, salvo generación espontánea (de cuya existencia no dudo), tenderán a desarrollarse de acuerdo con el entorno familiar, pues cuanto más se convenza a los individuos del ciego determinismo que rige el mundo, con más frecuencia seguirán sus dictados, aunque éstos no existan. El especialista en implantes mamarios, con poco que se esfuerce, ganará inevitablemente más que el albañil, así que, en plena adolescencia, a los sujetos les corresponde escoger la clase social a la que van a pertenecer o, al menos, el nivel de ingresos que tendrán en su vida adulta. Pero claro, esto no se hace en nombre de una sociedad justa carente de conflictos sociales como pretendía Platón, se hace en nombre de algo mucho más importante, las necesidades del mercado.
Tomemos el caso de los estudios informáticos o de los ingenieros. Unos estudios universitarios en estos campos, como en el resto, no duran menos de cuatro años. ¿En qué debemos especializar a nuestros estudiantes, en los nichos profesionales más demandados en el momento en que comienzan sus estudios o en los nichos profesionales que, suponemos, serán los más demandados al final de los mismos? Jóvenes convencidos de las salidas profesionales de su especialidad pueden encontrarse fácilmente con que ésta ya no existe cuando efectivamente llegan al mercado laboral. Y, a la inversa, quienes optaron vocacionalmente por especialidades de difícil salida, pueden verse agraciados por un repentino cambio en las necesidades del mercado. Esta semana misma, entre las muchas tontería que publica últimamente, El País incluía un artículo sobre la exigencia de conocimientos informáticos en los economistas, economistas que, de acuerdo con nuestro modelo educativo, habrán abandonado cualquier estudio relacionado con la informática allá por los trece años.
La especialización, la especialización en la que se pone tanto énfasis como única posibilidad en el futuro inmediato, constituye, la mayoría de las veces, una engañifa que produce más parados de los que evita. Si de verdad se quiere proporcionar a nuestros jóvenes estudios que les permitan el triunfo en su vida laboral el camino pasa exactamente por lo contrario, por proporcionarles un acervo de conocimientos lo suficientemente amplio como para que les permita orientarse laboralmente sea cual sea la situación. El conocimiento de principios básicos, el dominio de las reglas generales, la visión panorámica y no la estrechez de vista, constituyen las garantías de la adaptación a los cambios del mercado laboral. Alguien con dominio general de, digamos, informática, griego, historia, matemáticas y literatura, está preparado para apreciar los cambios generales, orientarse en una situación cambiante y adquirir rápidamente los conocimientos que se le exigen para una práctica concreta. No tendría problemas para saber el tipo de base de datos que necesita una librería, cómo gestionar los fondos de un museo arqueológico, extraer enseñanzas del pasado para las inversiones del futuro o diseñar una web para promocionar un libro. Sus propios conocimientos le proporcionarían las sinergias necesarias para detectar nuevos nichos de negocio justo en el momento en que estaban naciendo... Pero, claro, estamos hablando de alguien con visión general, capaz de anticipar futuros cambios, capaz de detectar la realidad detrás de los acontecimientos, en definitiva, de alguien difícil de engañar agitando una bandera, apelando a emociones básicas o farfullando palabras tan grandes como vacías. Quienes reducen su horizonte a una pequeña zona del mercado o del conocimiento pierden amplitud de miras y les resulta extremadamente difícil comprender el significado último de todo aquello que cae fuera de su estrecho horizonte. Crear especialistas constituye un modo de avanzar más rápido en disciplinas cada vez más reducidas y compartimentadas a la vez que se impide que el saber se erija en barrera contra el poder. Esa es la razón por la cual se vocifera con tanta insistencia su necesidad y no las supuestas exigencias de un mercado tan cambiante que lamina constantemente los nichos que va creando.
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