La Política de Aristóteles es un libraco de seiscientas o setecientas páginas en las que el filósofo griego recorre todos los sistemas políticos existentes en su época explicando estrategias para mantenerlos a cualquier precio. Argumentaba Aristóteles, que el período de tránsito desde un régimen político a otro generaba necesariamente una época de desgobierno que sólo podía acarrear males y que, por tanto, fuese cual fuese el régimen político existente y fuesen cuales fuesen sus pecados, lo mejor que podía hacerse era evitar que acabase por caer. Para ello no duda en recomendar todo tipo de maldades, muchas de las cuales serán posteriormente recogidas por Maquiavelo.
Aristóteles tal vez tuviese razón en aquella época en que no existían corporaciones económicas que pudieran equipararse a los estados. Hoy día, en que las grandes decisiones políticas se toman, en realidad, muy lejos de los centros del poder político, la verdad es otra. Y esa verdad es que los gobiernos, en nuestras sociedades de democracia light, han devenido superfluos, aún más, contraproducentes. Los belgas, especializados en componer gobiernos improbables, lo saben bien y se pasaron un año y medio sin gobierno viviendo tan ricamente. Pero los precedentes son muy anteriores. En la guerra franco-prusiana de 1870-1, el ejército prusiano asestó una sucesión de golpes a los franceses que terminaron con el cerco y posterior rendición de buena parte de su artillería y de Napoleón III que a la sazón se había puesto al frente de sus tropas sobre el terreno. Su rendición provocó una sublevación en París y la proclamación de la Tercera República. Aparentemente el éxito prusiano había sido arrollador pero, en realidad, había sido demasiado arrollador. Sin un gobierno legítimo con el que firmar la paz, los prusianos se tuvieron que pasar cuatro meses sitiando París (sin posibilidad de tomarla) y deambulando por una Francia en la que sufrían el hostigamiento continuo de los partisanos en cuanto se despistaban un poco. Y es que, efectivamente, si no hay gobierno, no es posible que éste rinda la nación. Los belgas lo comprobaron al librarse de lo más duro de las medidas de austeridad, precisamente por la falta de un gobierno que pudiera ponerlas en práctica.
Si no hay gobierno tampoco hay ministros que puedan ejercer su cargo y si los ministros no pueden ejercer sus cargos no pueden tener ideas, las cuales rara vez son para mejorar las condiciones de la ciudadanía. Sin ideas de los ministros, es imposible que se produzcan los frecuentes bandazos de la administración que conducen cantidades ingentes de horas de trabajo y de recursos económicos directamente al cubo de la basura. Otra cosa que tampoco puede haber son nombramientos y sin nombramientos difícilmente habrá nuevos bolsillos que llenar de los recién ascendidos al cargo. Aún más, dado que la justicia sigue su penoso avance, la administración se va depurando progresivamente de corruptos, quedando únicamente aquéllos que no lo son o que han sido más listos que la media para no dejar rastros de su corrupción. Este proceso selectivo sólo puede llevar, obviamente, a una administración más eficaz. Por si fuera poco, a todo lo anterior hay que añadir que la Comisión Europea está esperando la formación de un nuevo gobierno para comunicarle que ya se han dado cuenta de que los objetivos de déficit público ni se han alcanzado ni hay propósito de que se alcancen o, dicho de otro modo, que es necesario realizar otro recorte de envergadura similar a los ya practicados. Mientras no haya gobierno el país podrá seguir creciendo al ritmo al que lo va haciendo sin miedo a otra cura de adelgazamiento.
Por todo lo anterior, yo admiro a nuestro queridíssssssssssssssssssimo y amadísssssssssssssssssimo Sr. Presidente del gobierno en funciones (es decir, como siempre), Don Tancredo, quien ha hecho y promete seguir haciendo cuanto esté en sus manos para prolongar esta plácida etapa de desgobierno. Don Mariano Rajoy está, sin duda, destinado a pasar a la historia no ya de nuestro país sino, probablemente, de la humanidad, por ser el primer político en maniobrar para que el jefe de Estado no le encargue la formación de nuevo gobierno. Hasta su segunda de a bordo, Doña Soraya, ha tenido que comparecer ante los medios de comunicación para explicar que en el fondo, sí desea formar gobierno pero es que, claro, eso exige algo muy por encima de sus posibilidades: tomar la iniciativa.
La misma razón me lleva a alabar al inefable Pedro Sánchez, secretario general, igualmente en funciones, del PSOE. Dicen que nuestro queridíssssssssssssssssimo y amadísssssssssssssssssimo Sr. ex-presidente del gobierno, el zapatitos, aprendió todo lo que sabía de economía en una tarde de cháchara con Jordi Sevilla. Pedro Sánchez necesita también una jornada intensiva de esta naturaleza, pero sobre aritmética elemental. El buen hombre quiere formar un gobierno sumando los votos de su partido con los de Ciudadanos, en un acuerdo que éstos ya han dejado claro que no va a ir más allá de la investidura, si es que llega a tanto. Al parecer, este buen hombre espera de Podemos y del PP la caridad cristiana que no le han otorgado los varones de su partido, ni siquiera prometiéndoles que habrá poltronas que repartir. Pues, ¿qué quieran que les diga? Si éstos son los que nos han de gobernar, prefiero el desgobierno.
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