Los partidarios de Naranjito Trump estos días y los teóricos de las conspiraciones en general, citan con frecuencia una frase de A. Schopnehauer según la cual, “toda verdad atraviesa tres fases: primero, es ridiculizada; segundo, recibe violenta oposición; tercero, es aceptada como algo evidente”. El problema radica en que ni la frase es de Schopenhauer ni ha habido teoría de la conspiración que haya conseguido abandonar la primera etapa. Recordemos:
- 170 años después de que Delia Bacon propusiera que las obras de Shakespeare las escribió Francis Bacon, seguimos sin tener prueba alguna de semejante impostura y ni siquiera motivos bien fundados para dudar de la autoría habitualmente atribuida.
- 160 años después de que Samuel Birley Rowbotham publicara su “Astronomía Zeetetica”, sigue sin explicarse por qué nadie ha encontrado las montañas de hielo que limitan la superficie plana de la tierra, ni qué fue lo que hizo Magallanes, ni por qué se fundó una institución llamada NASA, para engañarnos a todos con imágenes de una tierra redonda.
- 120 años después de acusar a los judíos de querer dominar el mundo, Los protocolos de los sabios de Sión, siguen pareciendo un burdo plagio del Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, redactado por la Ojrana, los servicios secretos zaristas, para justificar la brutal persecución de judíos en la Rusia de comienzos de siglo.
- 75 años después de la muerte de Hitler, 45 después de la muerte de Franco, 43 después de la muerte de Presley, etc. nada ha demostrado aún que estos personajes no fallecieran en el momento en que dicen los libros de historia, como ellos nos señalan y que sus tumbas se encuentren allí donde se han localizado.
- 73 años después, seguimos sin ninguna prueba de que algo fuera de lo normal se estrellara en Roswell, ni de que a semejante interacción no prevista con el entorno sobreviviera el cadáver o el inepto piloto mismo de una supuesta nave espacial, a menos que se quieran considerar “pruebas” unas fotos en las que aparece algo irreconocible y un vídeo más falso que el rey Miguel IV de España.
- 60 años después, sigue sin haber prueba alguna ni de que (a) los Beatles no existieran, ni de que (b) a quien llamamos Paul McCartney muriese joven y lo reemplazará su doble, un policía de Canadá. Además, el aspecto de abuela que tiene actualmente McCartney, certifica su indudable ascendencia británica, pues, como es bien sabido, con la edad, los ingleses acaban pareciendo viejas inglesas.
- 50 años después de que Led Zepelin publicara Stairway to heaven, nadie ha conseguido explicar todavía: primero, cómo se hace girar un vinilo hacia atrás; segundo, quién es capaz de entender lo que dice una canción cantada hacia atrás si Stairway to heaven no se entiende ni cantada hacia adelante; tercero por qué se acusa a Jimmy Page de practicar cultos satánicos que incluían “orgías de sexo y drogas”, si todo rockero que se precie ha intentado montar orgías de sexo y drogas; y cuarto quién demonios se dedica a reproducir sus discos al revés y sobrevive para contarlo después de una hora oyendo tales sonidos.
- Siete años después, siguen sin existir pruebas de que el atentado contra la activista pakistaní Malala Yousafzai consistiera en realidad en un simulacro organizado por su padre, la CIA y Robert de Niro haciéndose pasar por homeópata uzbeko para desprestigiar a los talibanes.
- Desde hace más de un mes, 60 millones de norteamericanos y un número indeterminado de personas de otros países están convencidas de que, por primera vez en la historia, un partido que no forma parte del gobierno ha conseguido amañar las elecciones con la ayuda del gobierno chino, el difunto Hugo Chávez, la empresa española Indra, el ejército norteamericano, la totalidad de los encargados del recuento de votos, todos los integrantes del servicio postal, los grandes medios de comunicación incluyendo los más favorables al gobierno y altos cargos del mismo, algunos de ellos, absolutamente fieles a la gestión del presidente hasta este momento como el inenarrable fiscal general William Barr.
En resumen, por no seguir alargando esta lista, si la verdad acaba surgiendo con el tiempo, ninguna de estas teorías conspiratorias han conseguido con su paso abandonar la fase del puro disparate. Podría argumentarse que la verdad tarda mucho más tiempo en aflorar, pero eso no explica que la teoría del fraude electoral parezca ahora más irrisoria que en los primeros días. Tampoco explica que la conspiración de las compañías tabaqueras para ocultar los ingredientes reales de los cigarrillos y sus efectos en la salud de los consumidores, a pesar del gigantesco poder económico de estas compañías, estuviera en los tribunales en menos de 50 años. Todavía menos tardó la sentencia sobre el escándalo Irán-Contra, la venta de armas a Irán, saltándose todas las prohibiciones, para proporcionar fondos a la guerrilla contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Detrás de él estaban, nada menos, que quienes figuran en todas las quinielas conspiratorias: la CIA y el gobierno norteamericano. Eso no impidió la celebración del juicio y la condena de mandos intermedios por ello. Cierto, las conspiraciones resultan más fáciles de tapar cuando las ocultan redes amplias de poder, como por ejemplo, periodistas, árbitros, representantes de jugadores, jugadores, entrenadores y presidentes de clubes de fútbol. Tampoco su extensión impidió el “Calciopoli”, el escándalo que acompañó a la caída de la red de amaños dirigida durante décadas por la Juventus de Turín. Aún más importante, estas conspiraciones, extensas, organizadas desde los poderes establecidos y apoyadas en gigantescos resortes financieros, acabaron todas y cada una en las portadas de los medios de comunicación de masas. No hay, pues, motivo para pensar que éstos ocultan indefinidamente lo que está ocurriendo a quien entiende lo que lee.